ZOZOBRA DEFENSIVA EN EL PACÍFICO NOVOHISPANO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El Pacífico es para muchos observadores el nuevo Mediterráneo, la principal cuenca marítima del mundo, de intenso comercio e importantes rivalidades. El interés por el Pacífico, no obstante, no es nuevo. En el siglo XVIII, las grandes potencias europeas intensificaron sus exploraciones a la búsqueda de mejores posiciones estratégicas, comerciales y políticas. El comercio con el floreciente imperio chino de la época ya atraía muchísimas miradas.
Los españoles, pioneros en su descubrimiento y exploración, tomaron buena nota del viaje de Cook en 1776 y del viaje alrededor del mundo del conde de La Perouse en 1786-7. También les inquietaron los avances rusos desde Alaska. La alarma subió de tono a partir de 1796, cuando nuevamente entraron en liza con Gran Bretaña, en el marco de las guerras de la revolución francesa.
La seguridad de las comunicaciones entre Filipinas y América, las de la nao o galeón de Manila, peligró nuevamente a finales del siglo XVIII. No era la primera vez que los británicos ponían sus ojos sobre los buques y las posesiones españolas allí. Los marinos anglo-americanos, los de los nacientes Estados Unidos, informaron a las autoridades españolas de las maniobras británicas, y en julio de 1799 temieron que asaltaran la flota procedente de Manila. El peligro subió sensiblemente de tono cuando se supo en diciembre de aquel año que los rusos podían sumar sus fuerzas a los británicos, utilizando el área de Alaska como punto de partida de una invasión en toda regla de California.
Un comprometido virreinato de Nueva España, amenazado por distintos puntos de sus fronteras, aguzó su vigilancia y emprendió nuevos preparativos de defensa. Aunque el virrey Miguel José de Azanza sostuvo a comienzos de 1800 que no se habían avistado naves enemigas en California, Campeche, presidio del Carmen y Tabasco, su sucesor Félix Berenguer de Marquina sí las notificó en primavera en la Baja California y su golfo, al ser vistas por varios pescadores.
En octubre se mantuvo una calma tensa, con el gobernador interino de California en estado de alerta. Precisamente en aquel mismo mes los españoles firmaron con Napoleón el tratado de San Ildefonso, por el que cedieron la extensa Luisiana a cambio de territorios en Italia. El área de influencia española en la América del Norte mermó de forma considerable. Todo un signo de los nuevos tiempos por venir. En noviembre, el castellano de Acapulco llegó a descubrir una fragata de construcción inglesa que se dirigía hacia su puerto, aunque sólo reconoció su entrada. En consecuencia, se consideró una nave corsaria, que ocultaba sus acciones como pescadora de ballenas, atenta a apresar alguna nave procedente de Lima.
Para el virrey, el peligro cedió a finales de noviembre de 1800. Se retiró a la mayor parte de los milicianos, excepto a los doce que ayudaban a los ocho soldados veteranos del real de Santa Ana, misión de San José, vigías de Todos los Santos, cabo de San Lucas, ensenada de Cerralvo y puerto de la Paz. La paz, con todo, llegó más tarde, un 27 de marzo de 1802, cuando se firmó la de Amiens, entre Francia, Gran Bretaña, España y la república de Batavia. España obtuvo la devolución de Menorca, pero la duración de las paces sería muy breve y pronto sus extensos dominios volvieron a verse en apuros.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Secretaría de Estado y del Despacho de Guerra, LEG. 7030, 10.