WAMBA EL JUSTICIERO.
La apelación a la Justicia ha sido un ideal del que se ha aprovechado el poder desde siglos. Las personas corrientes han buscado su amparo en situaciones harto difíciles, pensando que el mismo sistema dispone de los mecanismos oportunos para resolver la situación.
En teoría, los reyes de la Europa del Antiguo Régimen impartían la justicia de Dios y pacificaban por este medio la comunidad. Muy pocos tenían acceso a la persona directa del monarca, y solo unos cuantos estaban al corriente de los partidismos cortesanos. En sus disputas salían a relucir defectos muy humanos, a veces demasiado. Algunos como Enrique IV de Castilla padecieron graves injurias de sus oponentes, que no dudaron en airearlos ante las gentes.
El boato y el aparato cortesano, tan propio de las monarquías autoritarias, servían para aislar al rey de tal tipo de contacto infamante, librándose las disputas en la reserva prudente. Durante el reinado de Felipe IV, el conde-duque de Olivares alcanzó una gran preponderancia en el gobierno de la Monarquía hispánica. Desde su valimiento favoreció a sus partidarios o hechuras, y tomó decisiones tan difíciles como polémicas, cuando Castilla se resentía del peso de la guerra de los Treinta Años. A veces se ha hablado que los castellanos no fueron una sociedad revolucionaria al modo de otras del siglo XVII, pero la situación no parecía calmada a la altura de 1637.
En la procesión del Corpus del Madrid de aquel año, que partía de la plaza de Santa Ana, acaecieron unos sucesos llamativos. Una multitud se agolpó para presenciarla, y de repente un labrador salió entre la gente y dijo ¡Atrás, por la muerte vengo!
Se tiró a los pies del rey, entonces, y aquel labrador le dijo que el reino no había estado peor ni peor gobernado desde el rey Wamba, el enérgico monarca visigodo que fue privado del trono por una añagaza. Su figura sería recordada con respeto por reyes como Alfonso X el Sabio, tan gustoso de la historia. Paulatinamente, fue surgiendo la idea de un rey justiciero, que no retrocedía ante los arrogantes poderosos, una referencia magnética para muchos.
Por otra parte, en los siglos XVI y XVII se habían producido movimientos de mesianismo monárquico, como el del Encubierto en las germanías valencianas o el sebastianismo en Portugal. Algunos esperaban el retorno de un rey carismático que pusiera la situación en orden. Aunque la guardia prendió a aquel labrador, Felipe IV ordenó que se le dejara. No deseaba no estar a la altura del gran Wamba.
El Consejo de Castilla no cuestionó la magnanimidad regia, pero algunos afirmaron que el atrevido labrador terminó atormentado de forma secreta. Sea cierto o no tan triste final, el rey Wamba no se ausentó del horizonte ideal de los campesinos, y en el Fuenterrobles de 1766 (entonces una aldea de Requena) se afirmó que el hijo de trece años del labrador Tomás era descendiente de Wamba. A él correspondía la corona de España, a la que debía renunciar Carlos III. El rey visigodo continuaba inspirando los afanes de la justicia popular.
Fuentes.
Epistolario español: colección de cartas de españoles ilustres antiguos y modernos recogida y ordenada con notas y aclaraciones históricas, críticas y biográficas por Eugenio de Ochoa, Madrid, 1850-70, 2 volúmenes.
Fernando Moya “De cómo pudo aparecer en Fuenterrobles un “pretendiente” a la Corona de España en 1766”, Oleana, 24, 2009, pp. 733-738.
Víctor Manuel Galán Tendero.
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