VOX, QUO VADIS?
La campaña electoral de las generales ha tocado a su fin y mañana la ciudadanía votará. Varias encuestas han tratado de dar luz sobre su posible desenlace. El resultado de las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre hizo visibles sus limitaciones, especialmente en relación a Vox, el partido de derechas del que tanta gente habla.
Contrarios y partidarios discuten sobre su significado y sentido: fascista y machista o sensato y patriótico. Algunos analistas lo han puesto en relación con otros movimientos derechistas de Europa e incluso lo han comparado con lo que supuso inicialmente Podemos. En nuestro tiempo, una parte de la ciudadanía se ha alejado de la política y acusa a los responsables públicos de sus males. Según tal planteamiento, el país real se revuelve contra el oficial. Sin embargo, los fenómenos de Podemos y Vox son distintos y la situación de cada país europeo es particular.
Podemos surgió como tal tras el movimiento del 15 de mayo de 2011 y ha intentado profundizar en una serie de temas de política social y de género que fueron abordados desde los años ochenta, con distintos ritmos y alternativas. A su modo, participa de lo políticamente correcto, abrazado también con matices por formaciones más conservadoras. Vox, en cambio, procede del sector más conservador y combativo del PP. En su reciente andadura electoral, presenta un carácter más multitudinario. Sus mítines han llamado la atención de muchos observadores. Es decir, mientras Podemos sería un partido que procede de un movimiento social, Vox sería un partido que aspira a convertirse en movimiento.
Su lenguaje demagógico para sus detractores y claro para sus partidarios ensalza la nación española y critica la política de género. Ha roto con las formas hasta ahora aceptadas. Se trata de una novedad en los últimos años, por mucho que podamos rastrear anteriormente sus antecedentes ideológicos: ideas consideradas al margen del debate serio van ocupando cada vez más el espacio público.
Vox se fundó a fines de 2013 y durante años ha pasado sin pena ni gloria por la vida política española. ¿Por qué ha ganado tal fuerza?
El intento catalanista de independencia de septiembre-octubre de 2017 subió considerablemente la temperatura política española. Los términos de la aplicación del artículo 155 por el gobierno de Rajoy, con el apoyo del PSOE y Ciudadanos, no satisficieron a determinados sectores partidarios de la unidad. Las elecciones al parlamento de Cataluña del 21 de diciembre de 2017, la presidencia de Torra de la Generalitat y sus difíciles relaciones con el gobierno de Pedro Sánchez han distado de aquietar las aguas. La cuestión catalana permanece bien candente.
Con este panorama, el creciente apoyo a Vox se explicaría como reacción al secesionismo catalanista. El flamante partido gozaría de los vientos de cola. De todos modos, Ciudadanos también reforzaría sus posiciones electorales, máxime contando con un claro origen catalán, capaz de transmitir el mensaje de resistencia frente al independentismo, y con figuras tan mediáticas como Inés Arrimadas, sin salirse de lo políticamente correcto. Ciertamente, en Andalucía lograron un notable avance, pero menor en términos estadísticos que Vox.
La trayectoria de Vox se asemeja hasta ahora a la de una espiral que va ganando amplitud. El primigenio núcleo ha aumentado su influencia por la cuestión catalana y ha abrazado otros elementos. Santiago Abascal se ha emplazado en el centro de un molino que gira con fuerza. Muchas personas descontentas o que se consideran postergadas les han dado ya su apoyo.
Su crítica del actual estado de cosas se lo garantiza. Su reconquista se plantea como una recuperación de España para los españoles, con concomitancias con los partidarios del Brexit deseosos de deshacerse de la Unión Europea, pues se trata de asumir el poder. Este deseo de empoderamiento también late en otros movimientos y refleja la profunda desconfianza de parte de la ciudadanía hacia las fórmulas establecidas.
Los mensajes de Vox forman parte del universo conservador en toda su extensión, pero sus medios de difusión son muy contemporáneos. Su manejo de los medios digitales le permite mantener un pulso con los medios de comunicación convencionales. Su movilización recuerda mucho a la de las distintas plataformas que se han ido creando desde comienzos de siglo en España. Sus concurridos mítines, que a algunos recuerdan a un sermón de la montaña, se han convertido en espectáculos. En la discoteca se pincha el himno de la Legión y el meme abre camino en el proceloso foro de internet.
El fenómeno despierta apoyos, pero también rechazos muy claros. A los más mayores del lugar se les antoja que aquel consenso de la Transición (con todas sus limitaciones) ha pasado a la Historia. La campaña electoral ha sido bronca y se vuelve a hablar de dos bloques de partidos a la hora de formar gobierno, aunque la España del 2019 es muy distinta de aquella de 1936.
A día de hoy, un 27 de abril de 2019, el futuro de Vox es incierto. Puede reforzarse por distintas vías o deshacerse por sus propias contradicciones (inherentes a toda formación política) o por su propio éxito. El abrazo del oso es fatal para todo mesianismo, pues muestra a las claras que se es tan humano como el que se ha censurado con acritud. Vox puede deshacerse como un azucarillo, pero su interpelación a la representatividad política de la ciudadanía de momento queda en pie. ¿Qué sucede en España y otros países occidentales para que tantas personas se sientan defraudadas por sus representantes públicos?
Antonio Parra García.