VIKINGOS Y VIKINGAS, Y VICEVERSA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En las puertas de madera de la iglesia noruega de Hylestad se relata en imágenes una vieja historia. Ecos de ella ya se encuentran en la Edda poética de los vikingos. Habla de un héroe mítico, el gran Sigurd. Era el hijo póstumo de otro gran héroe, Sigmund, el campeón contra los dragones. El jovenzuelo fue educado por el hermano del dragón Fafnir, el taimado herrero Regin.
Cuando se hizo hombre tuvo noticia de un magnífico tesoro custodiado por un dragón. Para que lo secundara en tal empresa convenció a Regin, que tras varios intentos forjó una formidable espada con los fragmentos de la paterna. Bien armado pudo dar muerte al dragón que custodiaba el tesoro. Sin embargo, Regin pensaba traicionarlo, cosa que supo cuando probó la sangre del corazón del dragón, capaz de enseñarle el clarividente lenguaje de los pájaros. Sigurd se mostró implacable, y el viejo herrero cayó bajo su espada.
Como el tesoro se encontraba distante, montó para alcanzarlo al caballo Grani, vástago del corcel de Odín Sleipnir. Sigurd había logrado el fabuloso botín, pero ignoraba que estaba maldito y conducía a la perdición a todos aquellos que lo tuvieran.
El triunfante Sigurd se prometió a una bella doncella real, la princesa Brynhild, pero con el paso del tiempo se olvidó de su compromiso y se casó con otra princesa, Gudrun. La muchacha era la hermana de valientes guerreros como Gunnar, que se convirtió en el hermano de sangre de Sigurd.
Gunnar se enamoró perdidamente de la abandonada Brynhild, que todavía recordaba a Sigurd. Éste ayudó con gusto al enamorado prestándole su caballo Grani para cruzar el círculo de fuego que protegía a Brynhild. Como Gunnar tomó el aspecto de Sigurd, la princesa lo aceptó encantada aunque la primera noche no yacieran juntos al estar separados por una espada.
La paz entre los dos matrimonios reinó hasta que las dos cuñadas riñeron con acritud. Brynhild, que todavía amaba a Sigurd, puso celoso a su marido, recordándole la intimidad que había tenido con aquél. Gunnar enfureció, pero no pudo participar en el asesinato de Sigurd al ser su hermano de sangre. Otro de sus hermanos biológicos lo ejecutaría.
Al conocer la muerte de su amado, una enloquecida Brynhild se suicidó. Se incineró junto a Sigurd con la espada desenvainada en medio en recuerdo de lo que hubiera sido su matrimonio. Gunnar se quedó sin esposa, pero se apropió de gran parte del magnífico tesoro del dragón, cargando a partir de aquel momento con su horrorosa maldición.
Este relato encadenado contiene varios elementos de la cultura de los antiguos pueblos escandinavos, emparentados con otros del tronco germánico. Los antiguos señores del acero se mostraron capaces a través de sus mineros de arrancar de la tierra (el telúrico dragón) el hierro, con el que los herreros con fama de magos prodigiosos forjaron las espadas que acrecentaron el poder de las aristocracias guerreras y multiplicaron las guerras: el tesoro conlleva la perdición, según sentencia el moralista vate.
Como ya observara el gran Julio Caro Baroja una historia muy antigua y reiterada es la del joven guerrero deseoso de mostrar su valía en numerosas hazañas, capaces de proporcionarle la fama suficiente con la que rendir el corazón de una princesa, ascendiendo socialmente. Sigurd lo consigue con Gudrun, introduciéndose en el seno de un poderoso linaje (la sippe de la que todavía se hizo eco la legislación visigoda), reforzando su posición ayudando al matrimonio de su cuñado y hermano de sangre. Las referencias a los ritos matrimoniales y funerarios son de enorme interés, pues insisten en la importancia de la palabra dada a una persona, que alcanza hasta el final de los días y en caso de incumplimiento puede derrocar al más fuerte. Dentro del mito no sólo encontramos poesía y entretenimiento, sino también la moral de una sociedad guerrera de la Alta Edad Media.