VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS DE LA CAÍDA DEL MURO. Por Antonio Parra García.

06.11.2014 17:13

                Hace más de treinta años muchos pensábamos que nunca contemplaría la luz el año 2014, pues una cegadora explosión nuclear iba a llevarse por delante todo lo que oliera a humanidad. Los bloques estaban empeñados en una fase álgida de la guerra fría, y la división de Europa estaba señalada a fuego en Alemania, cuyo triste símbolo era el Muro.

                Las contradicciones internas de los países del socialismo real lo hicieron caer un día 9 de noviembre de hace veinticinco años. Los estadounidenses confesaron sentirse sorprendidos por la celeridad del proceso de disolución del bloque soviético, y sus hagiógrafos cantaron triunfantes el final de la Historia.

                Lejos de estas apreciaciones propagandísticas, nuestro tiempo más actual ha pasado por cuatro fases, bien capaces de aquilatar la trascendencia de la caída del Muro.

                En la primera sentó sus reales la perplejidad entre 1989 y 1995, cuando el hundimiento de la URSS alumbró un mundo de oligarcas criminales y matanzas genocidas de Europa a África. El desorden ético era más que evidente.

                Suavizadas algunas aristas comenzó otra etapa, la de la globalización digestiva y los escándalos sexuales en las altas esferas, cuando parecía llegado el momento de ajustar cuentas con los intervencionismos de Estado en nombre de la libertad económica. Emergía el Pacífico asiático con fuerza, con sus trabajadores disciplinados y encuadrados, mientras en Europa y la América del Norte ya se cernían negros nubarrones sobre las clases medias.

                El atentado del 11-S nos recordó la existencia de un mundo inhóspito y cruel más allá del nuestro. Los llamamientos a favor de Dios volvieron a la palestra pública, y los créditos financieros maquillaron las contradicciones de las sociedades occidentales, cada vez más inquietas por las cuestiones identitarias.

                La crisis nos acompaña desde el 2007, y la ciudadanía ha tratado de hacerse escuchar en muchos países. La primavera árabe se nos antoja fugaz.

                En este cuarto de siglo de revolución tecnológica y de las comunicaciones los seres humanos anónimos empezamos a poner nuestros millones de nombres en la red, expresando nuestra intimidad más intransferible. Aquí vive la música, la ciencia y la política ciudadana que algunos dictadores querrían exterminar. Aquí reside nuestro principal activo por encima de fanatismos y expolios. Los internautas del 2014 somos los herederos de los alemanes orientales que con sus pies arrojaron a tierra el Muro. El Berlín de hoy es el mundo entero, y la principal lección de aquellos maravillosos años es que nunca hemos de perder nuestros sueños.