UNA QUIMÉRICA ALIANZA HISPANO-INGLESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

20.08.2024 11:52

               

                En 1660 la casa de los Estuardo fue restaurada, e Inglaterra y España suspendieron las hostilidades iniciadas en 1655 bajo el protectorado de Cromwell. Los ingleses habían hecho causa común con los franceses contra los españoles, que terminaron perdiendo Dunquerque. Aunque España hizo la paz con Francia en 1659, proseguía en guerra con un Portugal que no se resignaba a perder.

                Por mucho que hubiera interés en restablecer las relaciones comerciales con el imperio español, Carlos II de Inglaterra apostó por la causa portuguesa, también secundada por Luis XIV de Francia. El 23 de junio de 1661 se concertó la alianza anglo-portuguesa. El rey inglés se casaría con Catalina de Braganza, que aportaría como dote Tánger, las siete islas de Bombay, privilegios mercantiles en los dominios portugueses ultramarinos y la suma de dos millones de coronas, unas 300.000 libras.

                El régimen de la Restauración se mostró dispuesto a fortalecer el imperio inglés, aunque los dispendios obligaron a vender Dunquerque a Luis XIV por 375.000 libras en 1662. También los problemas económicos, junto a la hostilidad del sultán de Marruecos, determinaron el abandono de Tánger en 1684.

                En 1665 se inició la segunda guerra de Inglaterra con las Provincias Unidas, y resultaba de gran provecho acercar posiciones con España. El escollo de la alianza portuguesa se evitó pactando unos artículos secretos a 17 de diciembre de aquel año. Se insistió en que España debía lograr algún acomodo con Portugal, resultando de gran utilidad una tregua de treinta años. Los portugueses podían acogerse a las condiciones de los ingleses por el tratado de 1630 en sus tratos comerciales con el imperio español. Las piraterías y otros actos de hostilidad se evitarían, y Portugal podría ingresar en una alianza hispano-inglesa bajo la garantía de Carlos II Estuardo. Las derrotas en Estremoz y Villaviciosa inclinaron a ceder a España, que terminaría reconociendo la independencia de Portugal el 13 de febrero de 1668.

                Por entonces, los españoles se encontraban en serios aprietos en los Países Bajos. Luis XIV había desencadenado en mayo de 1667 la llamada guerra de Devolución, mientras se batían ingleses y neerlandeses. España sabía que si Francia se apoderaba de los Países Bajos meridionales podía incomodar notablemente tanto a Inglaterra como a las Provincias Unidas, y comenzó a jugar sus cartas diplomáticas. En 1667 diseñó un proyecto de alianza militar con Inglaterra que iba mucha más allá de los acuerdos comerciales más al uso.               

                La nueva liga debería de tener una duración mínima de diez años, a prorrogar o modificar a conveniencia. Se dirigía no sólo contra los enemigos exteriores, sino también contra los rebeldes, algo a tener muy en cuenta por los reyes de España e Inglaterra tras las turbulencias de la década de 1640.

                No obstante, el gran enemigo era Luis XIV, el iniciador de una guerra falta de razón y justicia para los españoles. Carlos II de Inglaterra ordenaría a sus súbditos que dejaran de servir en los ejércitos franceses. En la primavera de 1668 los ingleses entrarían en el conflicto, destacando contra la costa de Guyena una flota, que los españoles reforzarían con quince o veinte navíos. Tal ataque de diversión entroncaba con la Historia de dominio inglés de aquella área, bien clara durante la guerra de los Cien Años.

                Se pensó que los ingleses podían llegar a conquistar plazas francesas, en las que no podrían invalidar el culto católico. Sus tropas, asimismo, deberían abstenerse de toda profanación o blasfemia. El tiempo de las guerras de religión estaba todavía muy cercano para los europeos.

                La liga no descuidaría el frente de los Países Bajos. También en la primavera de 1668 los ingleses destacarían en Ostende ocho mil infantes y dos mil caballos montados, con las obligaciones de reclutamiento y mantenimiento durante los meses de campaña. A los españoles sólo correspondería su pan de munición y sus cuarteles de invierno, aunque el gobernador de Flandes podía decidir si toda o parte de tal fuerza debía invernar en Inglaterra, corriendo de los ingleses el envío y pago de las embarcaciones. Además, enviarían mayores socorros militares de asediarse Ostende u otras plazas.

                Los españoles pensaban utilizar la liga más allá de la guerra de Devolución, abriéndola en el término de seis meses al emperador u otros príncipes del Sacro Imperio. Se querían contratar barcos de Inglaterra más allá de las hostilidades con Francia. Por si fuera poco, en caso de aprieto extraordinario, todos los navíos ingleses en el Canal, en el Atlántico, el Mediterráneo e Indias acudirían al socorro de los españoles, sin ninguna retribución. Tan quiméricos propósitos se trataban de lograr de una Inglaterra en guerra con las Provincias Unidas, cuya flota había remontado exitosamente el Támesis en el verano de 1667.

                No se olvidaron los aspectos más domésticos, pues en caso de rebelión de algún reino o provincia de la Monarquía hispana, el rey de Inglaterra la auxiliaría con las fuerzas debidas. En caso de invasión o levantamiento en Inglaterra o Irlanda, el monarca español adelantaría el pago de diez mil infantes y cuatro mil jinetes. Curiosamente, no se citaba en este punto a Escocia.

                Decididos a resistir y a invadir a cualquiera de sus enemigos por medios secretos o públicos, Carlos II Estuardo no trataría por separado con Luis XIV, con el que estaba en relación. Los españoles, de entrada, pagarían a los ingleses 200.000 reales de a ocho en dos mesadas (una de inmediato y la otra un mes después de su ruptura de hostilidades) para pagar las levas movilizadas hacia los Países Bajos.

                Ni Carlos II de Inglaterra ni nadie de su círculo aceptó semejanzas proposiciones, que no dejaban de ser fruto de los graves problemas del imperio español. Sin embargo, dejar que los franceses arroyaran a los españoles en los Países Bajos era muy arriesgado, y en enero de 1668 Inglaterra se sumaría a Suecia y a su enemigo de la víspera (las Provincias Unidas) para evitar nuevas conquistas de Luis XIV. La guerra de Devolución finalizó el 2 de mayo, pero no el doble juego del rey de Inglaterra. Si el 1 de junio de 1670 firmó el tratado secreto de Dover con Luis XIV, el 18 de julio logró de los españoles el reconocimiento de los dominios ingleses en las Indias Occidentales. Los problemas del imperio español y sus deseos de superarlos ayudaron a los ingleses a construir su imperio.

                Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Estado, 2797, Expediente 27.