UNA PICA EN LA LOMBARDÍA DEL XVII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el siglo XVI, la Monarquía hispánica logró hacerse con el dominio del ducado de Milán, que resultó clave tanto por sus recursos como por su posición en la ruta entre España y los Países Bajos, el llamado Camino Español. Sin embargo, a partir del Seiscientos, el gobierno hispano tuvo que enfrentarse a serios desafíos.
A finales de la década de 1620, el ducado de Milán padeció el hambre que preparó el terreno de la peste, transmitida por los ejércitos de una Europa en guerra, la de los Treinta Años. Se calcula que en la ciudad de Milán la epidemia acabó con la vida de unas 60.000 personas.
En este panorama, las autoridades españolas tuvieron serios motivos para la preocupación. El juramento de lealtad de los Gonzaga en 1631 al emperador no gustó en la corte de Madrid. A partir de 1633, los franceses volvieron a la carga. Bajo la promesa de serles cedida la Lombardía, los duques de Saboya se aliaron con aquéllos, que invadieron la estratégica Valtellina en 1635, año en el que declararon abiertamente las hostilidades entre españoles y franceses.
En 1636 se estableció la milicia de Milán, y al año siguiente el gobernador de Milán recuperó la Valtellina, sometida en 1639 al control conjunto de los Habsburgo de Madrid y de Viena.
Las relaciones tampoco fueron buenas con el Papado, al enfrentarse en 1631 el arzobispo de Milán Monti a las autoridades hispanas. La ciudad milanesa fue sometida a interdicto en 1632. En 1640, el arzobispo insistió en que los vicarios depositaran los documentos en su cancillería exclusivamente, así como en la reafirmación de las inmunidades eclesiásticas. El propio Felipe IV las limitó en 1641 y al año siguiente las aplicó el senado milanés circunstancialmente.
La guerra civil que azotó el ducado de Saboya entre 1638 y 1641 terminó con la victoria de los partidarios de Francia. El Milanesado fue atacado en los años sucesivos. Vigevano fue tomada en 1645 por fuerzas franco-saboyanas, y asediadas las plazas fuertes de Pavía y Novara, en unos momentos de fuertes dificultades para la Monarquía hispana. En Milán también pendió la mecha del descontento, con dos conspiraciones de parte de la aristocracia lombarda en 1647. Ambas fracasaron, y durante las insurrecciones de Nápoles y Mesina (1647-8) Milán fue uno de los puntos fuertes del poder español en Italia.
La paz de Westfalia, en 1648, no puso fin a la guerra entre españoles y franceses. Libre de mayores compromisos en los Países Bajos y en los territorios alemanes, España pudo desplazar más fuerzas a Italia. Su ofensiva fracasó en 1655 ante la resistencia de franceses, saboyanos y modeneses, que pasaron al ataque. Entonces, la propia Milán fue asediada. El gobernador y el arzobispo depusieron sus diferencias. Consiguieron resistir, pero el agotamiento del Milanesado era evidente cuando se firmó la paz de los Pirineos en 1659.
La guerra había perjudicado al comercio y obligado a vender parte del patrimonio de la corona para no aumentar en exceso los impopulares tributos. De ello obtuvieron provecho una serie de hombres de negocios, que adoptaron formas de vida aristocráticas. El precio para mantenerse en Milán había sido costoso para la Monarquía hispana.
Para saber más.
Tito Livraghi, Milano. La città e la sua storia, Milán, 2019.