UN JOVEN TENIENTE EN LA GUERRA DE CUBA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

22.01.2023 11:05

           

            “Así en las malas suertes va la fortuna cerrando la puerta a todos los remedios.”

            Carlos Coloma, Las guerras de los Estados Bajos, Libro X, 1629.

            ¡A la guerra!

            El 24 de febrero de 1895 se lanzó en Cuba el Grito de Baire. Treinta y cinco localidades del Oriente de la isla secundaron la lucha por la independencia, y nuevamente el poder español tuvo que enfrentarse a una seria oposición. El gobierno de Cánovas del Castillo nombró capitán general de Cuba al prestigioso Martínez Campos, y reforzó el dispositivo militar insular con el envío de 7.000 hombres más. No serían los últimos, precisamente, pues durante la guerra España trasladaría hasta 220.285, una movilización trasatlántica no superada hasta el segundo conflicto mundial [1] .

            En el verano de aquel año, partió desde el puerto de Valencia el joven Carlos Aparisi Rodríguez, teniente segundo del regimiento de infantería Vizcaya 51. El 9 de septiembre mandaría a su familia, desde Puerto Rico, su primera carta. Fue el inicio de un nutrido epistolario que nos permite conocer de primera mano las vivencias de un militar español en la última guerra de Cuba. Al igual que sucede con las cartas de los combatientes de distintas nacionalidades en otras guerras, como las mundiales, son una fuente de información de primer orden, al centrar el conflicto en su lado más humano, en el de los militares que comenzaron como guerreros y terminaron como víctimas [2] .

            A este respecto, la guerra de Cuba resulta más cercana a los episodios bélicos del siglo XX que del XIX, junto a otros aspectos como el volumen de la movilización trasatlántica o el empleo de tácticas antiguerrilleras de concentración. Las cartas llegaban a su destino, generalmente, apenas un mes después. Reorganizado desde mediados del siglo XVIII, el correo entre la isla y la península había funcionado con eficacia. Los avances técnicos de la era industrial, como el ferrocarril, resultaron de gran ayuda. El joven teniente no estuvo incomunicado. 

            La correspondencia conservada.

            Las cartas de Carlos resultan ser un auténtico tesoro documental, de gran valor familiar, en el que son habituales las muestras de afecto como “queridísimos míos de mi corazón”  [3]. Las palabras de encabezamiento de la carpeta donde se conserva cuidadosamente la correspondencia son elocuentes de sus implicaciones sentimentales, aunándose lo familiar con lo patriótico:

        “En estas cartas palpita el amor del hijo y el amor del padre, palpita la tragedia de CUBA, duele el sacrificio de un verdadero niño que era un oficial pundonoroso, ejemplo para sus soldados en la paz y en combate, donde los Estados Unidos nos reservaron el papel de víctimas del poderoso.”

            Se dirigen a su padre, pero no se descuidan las muestras de cariño e interés por otras personas de la familia o de su círculo, incluidas las de su servicio. Sostuvo que si fuera pintor, haría sus retratos hasta los más ínfimos detalles. Aunque se interpusiera la distancia de 1.700 leguas, seguía atentamente los pasos e incidencias de sus seres queridos [4] . Entre los citados, podemos destacar a su hermano Pepito o José María, que por entonces estudiaba el bachillerato; a su amigo y compañero de Academia Federico; y a Marianeta o Mariana Vila Cubertorer (o Cubertoret o Cubertores), singularmente apreciada en la familia por su bondad [5] . Por su regularidad, verdaderamente destacable, conforman casi un diario, que puede compararse con el escrito por el soldado Gabriel Alcolea [6] .

            Había una gran afición a la lectura en el círculo familiar de nuestro protagonista. Su padre (tras la cena, el besamanos y el rezo del rosario en familia) leía en voz alta a todas las personas de la casa, incluidos los sirvientes. Además de los clásicos greco-latinos, con especial predilección por los estoicos, se deleitaba la familia con las obras del Romanticismo en francés e inglés (con Walter Scott como figura señera), sin desdeñar el realismo de Dickens, las tramas policiacas de Gaboriau o la fantasía de Verne. Entre los autores españoles, sentía predilección por Bretón de los Herreros, Mesonero Romanos, Fernán Caballero, Alarcón, Pereda o Galdós. El Siglo de Oro tampoco estuvo ausente, pues sentía devoción por Cervantes y leyendo el Quijote reía a carcajadas [7] . En la biblioteca familiar tampoco faltaron las obras de viajeros a lugares remotos, tan del gusto de su tiempo, casi como un presagio de lo vivido por el joven Carlos.

            El tono de sus cartas es contenido en punto a la expresión de penalidades, absteniéndose de formular comentarios políticos. Son las cartas de un militar que cumple con su misión, pero sin censuras ni triunfalismos, algo que sufrió la prensa española coetánea por indicación del poder político-militar. Otra vez más, la guerra de Cuba avanzó rasgos del siglo XX.

            Un jovencísimo militar.

            Nuestro protagonista vino al mundo en Valencia a las diez de la noche del 9 de septiembre de 1875. Era hijo del comisario de guerra Carlos Aparisi Guijarro y de María Dolores Rodríguez Alcaide, ambos valencianos, que al día siguiente lo llevaron a bautizar a la parroquia de San Esteban (en el centro histórico de la ciudad), donde recibió los nombres de Carlos, María de los Desamparados, Ramón, Tomás, Antonio, Sergio y Vicente, según costumbre canónica todavía observada en el siglo XIX [8] .

            Su padre (1844-1902) había ingresado en la Academia de Administración Militar de Madrid en 1859. Tuvo a lo largo de su carrera distintos destinos, como en el Ministerio de la Guerra en 1888 con el grado de teniente coronel. Contrajo dos veces nupcias, con María Dolores Rodríguez Alcaide en 1868, y ya fallecida ésta con María de la Concepción Rodríguez Melgar en 1891. Sus coetáneos destacaron de su personalidad se carácter afectuoso y atento con sus hijos [9] . En su círculo familiar estuvo el político tradicionalista Antonio Aparisi Guijarro, y en el de la segunda esposa de su padre personas del círculo de Carlos VII, como su secretario el conde de Melgar del Rey [10] .

            En aquellos días también nacía una nueva época de la España contemporánea, la Restauración.  Animado por los seguidores valencianos de Alfonso XII, el 29 de diciembre de 1874 Martínez Campos se pronunció en Sagunto, con disgusto de Cánovas del Castillo. Hasta el 2 de marzo de 1876 se combatió contra los carlistas en Navarra, y en Cuba hasta febrero de 1878. Vino la paz con dificultades, pero la carrera militar conservó su prestigio entre las clases medias [11] .

            Con diez años, Carlos se examinó en el Instituto de Valencia para ingresar en Bachillerato, que estudió con discreción en las Escuelas Pías los cuatro primeros cursos, y el quinto y último en Madrid, en el instituto Cardenal Cisneros [12] , que fue la antesala de su ingreso el 29 de agosto de 1892 en la Academia General Militar de Toledo [13] . Tal institución reunió brevemente entre 1882 y 1893 la formación de los cadetes de las armas generalistas (infantería y caballería) y técnicas (artillería e ingenieros), pero la experiencia no cuajó entonces, encomendándose a continuación sus funciones a academias de cada arma, como la de Infantería, también sita en el Alcázar de Toledo [14] .

            Carlos abrazaría el arma de infantería, y según observación de su atento padre se había presentado enfermo de anemia a la prueba de ingreso [15] . Comisario de guerra avezado a los recuentos de hombres y de recursos, Carlos Aparisi Guijarro supervisó cuidadosamente los gastos de su hijo, además de enviarle instrucciones sobre higiene y moral [16] . Entre padre e hijo se estableció un vínculo muy fuerte, que duró toda la vida. De su época de cadete data la costumbre del joven Carlos de referir epistolarmente sus vivencias con detalle [17] .

            La situación cubana no depararía un tranquilo destino peninsular a nuestro protagonista, y en el verano de 1895 se incorporaría como teniente segundo al regimiento de infantería Vizcaya 51, entonces acuartelado en Valencia. Junto al Princesa 4 sito en Alicante, formaba parte de la segunda brigada de la segunda división del tercer cuerpo de ejército, con su cuartel general en Valencia. Partiría Carlos con el primer batallón del Vizcaya desde el Grao el 28 de agosto de 1895 [18] .

            La edad de los que sirvieron en la última guerra de Cuba.

            Se ha considerado que la guerra sangró a la juventud española [19] . Los datos resultan elocuentes. Entre 1850 y 1859, la edad media de los soldados destinados a Cuba era de un poco más de 26 años y la modal de 25. Durante la guerra de los Diez Años, se descendió a 23´8 y a 21-22 años, respectivamente. Ya en la última, la media se redujo a 21, con jovencísimos reclutas de 16 a 18 años. Carlos, pues, no fue una excepción en aquel enorme esfuerzo militar, que tanto golpeó a la población española.

            La iniciática travesía a ultramar.

            El viaje entre la península y Cuba era una experiencia única para muchos jóvenes de la España de fines del siglo XIX, acostumbrados a recorrer solamente distancias comarcales. Su paisaje físico y humano cambiaría de forma considerable, en unos tiempos en los que florecía en la arquitectura, la literatura y la prensa la devoción por la patria chica, cuando cada nuevo logro de acondicionamiento y mejora urbana se saludaba como una muestra del triunfo imparable de la ciudad o el pueblo de turno, de timbrada historia e indudable importancia para el resto de la nación.

            Más allá de comunicaciones familiares puntuales, lo que muchos de los embarcados sabían del ultramar español era tan discreto como tópico. Por mucho que La Ilustración Española y Americana se esforzara en pintar ante un público minoritario el régimen español en Cuba con los colores del progreso, al gusto del gobierno, dominaba la visión exótica del Caribe, en la que la insurrección era obra de un puñado de negros, mulatos y andrajosos: los mambises, que alcanzaron popularidad en algún que otro juguete cómico teatral [20] .

            Al arribar a Puerto Rico, cuando cumplió veinte años, consignó con emoción Carlos su salida en el vapor Santo Domingo (al mando del capitán Sagrado) del puerto de Valencia, que junto al de Alicante y Cartagena fueron los puntos de embarque de la III Región Militar, formada por las tres provincias valencianas junto a las de Murcia, Albacete y Cuenca. Se estima que por allí partieron unos 15.000 soldados a lo largo de la guerra. El propio Carlos refiere que antes de iniciar el viaje se les daba a los embarcados un refresco “muy alcohólico” [21] . Había que infundir ánimos con medios elementales.

            Su despedida de su padre fue de gran tristeza, contenida en la medida de lo posible. De forma vívida, describió cómo vio alejarse la figura del Miquelete, el imponente genio tutelar de su amada Valencia [22] . Literariamente, el regionalismo valencianista, compatible con el españolismo de la Restauración, triunfaba por entonces en la ciudad, donde se habían organizado desde 1879 los Juegos Florales por Lo Rat Penat [23] .

            En su singladura, su buque avizoró los puertos de Alicante y Cartagena, antes de cruzar la inmensidad del Océano. El vapor se describe como “un pedazo de la patria cargado de españoles”, que con tristeza se distancia de la costa peninsular, escuchando las sirenas. Su gusto literario es perceptible.

            Nada nos dice, por desgracia, de sus impresiones del Atlántico o de las condiciones de la navegación a bordo, ya que Carlos se aferró en su comunicación epistolar a su deseo de abstenerse del alcohol, de presentarse íntegro ante su familia. ¿Quizá porque a su alrededor muchos observaban otro comportamiento? Lo que sí sabemos es que destacó la homilía del cura López Gil durante la travesía.

            Recordaba con curiosidad que al estar en “la línea tropical” se ordenó que la tropa tomara baños en dos lanchas amarradas a cubierta, que se llenaban con agua del mar por medio de bombas. Las condiciones sanitarias y de índole muy diversa iban a desafiar a aquellos jóvenes llegados a un nuevo mundo para ellos.

            En la azucarada cintura de Cuba.

            Nuestro joven teniente segundo fue destinado a la parte central de la isla, donde se ubicaba una de las más antiguas villas de la colonización española, Trinidad, fundada en 1514 ante el adelantado Diego Velázquez, un año antes de la fundación de Santiago de Cuba y avanzándose en cinco a la de La Habana [24] . En 1797, Trinidad se erigió en la sede del gobierno político y militar del centro cubano, y en 1816 era la cabecera de una provincia que abarcaba las localidades de Sancti Spíritus, San Juan de los Remedios y Santa Clara [25] . Sin embargo, la jurisdicción de Trinidad y la de otras localidades del centro de Cuba se subordinaron a la de Santa Clara, erigida en cabecera provincial en 1878 [26] . Su comandancia militar fue encomendada a un coronel, ejerciendo interinamente en sus ausencias bélicas un teniente coronel [27] .

            Claro que la razón de su presencia, al igual que la de otros militares, no obedecía a motivaciones historicistas, sino claramente estratégicas y económicas: las de yugular las incursiones de los guerrilleros independentistas desde las tierras del Oriente a las del Occidente insular, más proclive a la causa española, así como evitar el daño de la vital producción azucarera.

            Carlos pasó entre septiembre de 1895 y marzo de 1896 mucho tiempo en el puesto de la localidad de Polo Viejo, encabalgado en el macizo montañoso del Escambray. Desde allí operaría en dirección a Villa Clara a principios de marzo de 1896. Apuntó de forma diseminada en muchas de sus cartas detalles interesantes sobre la geografía humana del territorio en aquel momento, en el que descollaba el núcleo urbano de Trinidad, donde los militares como él cobraban sus pagas y él mismo serviría no pocos meses.

            El crecimiento de la producción azucarera había cambiado la vida de aquella parte de Cuba, como la del resto de la isla, en el siglo XIX, cuando la perla de las Antillas se convirtió en el mayor exportador mundial de azúcar [28] .  Sobresalió con nombre propio el valle de los ingenios de Trinidad, cuya zafra fue garantizada por la columna del coronel Rubín de Celis a fines de 1895 [29] . Cada vez más, los soldados españoles se encargaron de las labores de la producción azucarera y tabacalera [30] . Los ingenios eran las haciendas dotadas de instalaciones para procesar la caña de azúcar a fin de conseguir el mismo azúcar o alcoholes [31] . Más de una vez, Carlos menciona el afamado ingenio Magua, acosado por la guerrilla y guarnecido por una fuerza de veinticinco hombres [32] . Él participó en las acciones protectoras de los ingenios Central de Trinidad y Santa Isabel, cuando el declive de la producción local ya era un hecho [33] .

            En las haciendas próximas a localidades como Polo Viejo se emplazaban los bohíos, muy singulares en el paisaje cubano y con destacadas variaciones territoriales [34] . No se trataba en nuestro caso de viviendas rurales aisladas, de tradición amerindia, sino de poblados de trabajadores, también llamados barracones, muy importantes en las propiedades cercanas al ferrocarril entre Trinidad y Sancti Spíritus [35] . Tras la abolición de la esclavitud en Cuba entre 1880 y 1886, se destinaron los bohíos a otro tipo de trabajadores,  como el inmigrante gallego del cercano al Portillo recordado por Carlos un 2 de enero de 1896 [36] . También refiere a inicios de marzo de 1896 la quema por acciones militares de seis a siete bohíos deshabitados próximos a Güinía de Miranda [37] . La lucha castigaba a las gentes, particularmente a las de las rancherías más apartadas, que según nuestro protagonista comenzaban a habitar en poblados más concentrados por voluntad propia a inicios de 1896 [38] . Antes de las operaciones, muchos poblados no excedían de la docena de chozas [39] .

            En aquellas tierras de producción azucarera se reservó sitio para la ganadería en sus extensas llanuras, generalizándose en el siglo XIX los potreros, sustitutos de las haciendas llamadas hatos y corrales. Áreas de pasto natural o artificial, dieron respuesta a la necesidad de ganado. Con extensiones de 10.858 caballerías de prados naturales en la jurisdicción de Sancti Spíritus en 1862, aquí se situó la Cuba ganadera por antonomasia [40] . Entre las obligaciones de nuestro oficial y de no pocos de sus compañeros de armas estuvo la custodia de los potreros, al igual que la de los ingenios. Los guerrilleros buscaban hacerse con sus caballos, a veces con la anuencia de alguna autoridad local, como la del alcalde de Polo Viejo, que reía cuando segaban las cercas en septiembre de 1895 [41] . En vista de estas acciones, el ejército español destacó columnas para establecer campamentos en los potreros, como uno cercano a Trinidad en junio de 1896 [42] . Fue casi en vano, pues al mes siguiente prosiguió la toma de caballos, de siete a ocho en una de las incursiones [43] .

            El centro insular al natural: paraíso e infierno.

            La observación de la naturaleza americana había conquistado a generaciones de españoles, desde los conquistadores mismos a los naturalistas más cercanos a la época del joven Carlos, que también rindió su particular tributo a la Cuba que conoció, el “hermoso país” que a su juicio no merecían los insurrectos [44] .

            Le subyugaron especialmente los extensísimos cañaverales próximos al ingenio Central de Trinidad, destacando la bondad de sus aguas [45] . Fue lo que más le complació de la isla. Eran el fundamento natural de la riqueza de aquella Cuba, encomiada por el joven militar de fecundidad capaz de sustituir la escasa laboriosidad de sus naturales [46] . Allí florecían muchas “matas”, que no especifica, y frutos como plátanos y aguacates [47] . Añadiría, con más meses de servicio a cuestas, que “esta parte de la isla es sumamente sana y está limpia de insectos, pero a pesar de todo no es lo que yo deseo ni me había imaginado  [48]”.

            La naturaleza tropical y accidentada de Cuba, de exuberante manigua y sobresalientes ceibas [49] , alzó formidables generales contra las tropas españolas, según los mismos comandantes independentistas. Las marchas por vericuetos de terreno espeso y quebrado resultaban muy arriesgadas [50] . Las soledades de las sendas escabrosas llegaban a inquietar, pues “aquí a las 7 no se ve nada, y desde las profundidades de los barrancos se eleva una densa niebla por las muchas aguas que hay  [51]. Las lluvias convertían a los ríos en “brazos de mar” [52] . Por mucho que las mismas pudieran cesar, la temporada de huracanes o ciclones imponía su ley implacablemente: en octubre de 1895 había interrumpido con todo su imperio las operaciones militares [53] .

            Marchar invicto contra un enemigo sin batir.

            Con fina ironía, sostenía Carlos que la tranquilidad era lo más sano de aquella provincia [54] , ya que en el centro de la isla las fuerzas de ambos ejércitos sostuvieron un pulso enconado. El 22 de octubre, apenas unas semanas de su llegada a Cuba, los comandantes independentistas Antonio Maceo y Máximo Gómez lanzaron su campaña de invasión del Occidente insular, que duró noventa y dos intensos días. El capitán general Martínez Campos no se vio capaz de emprender una acción militar más dura, que afectaría a la población civil, y el general Valeriano Weyler le sustituyó al frente del mando español en febrero de 1896. Ordenaría reforzar la trocha o línea fortificada de Júcaro a Morón, de Sur a Norte, ya utilizada en la pasada guerra de los Diez Años (1868-78), además de otras medidas más expeditivas [55] .

            Nuestro teniente segundo se encontró muy cerca de todo ello. Sin embargo, el 26 de julio de 1896 dijo no saber nada de la marcha general de la guerra [56] , una aseveración que coincide con la de otros combatientes de otras guerras, que luchan y mueren por un palmo de terreno sin saber el porqué de la orden del alto mando.

            El objetivo estratégico independentista de arruinar la organización económica que beneficiaba al poder colonial, con todo, no le pasó desapercibido. “Conseguirán llenar de pobres un país tan rico como este”, llegó a escribir, teniendo presente en su correspondencia a su artífice Máximo Gómez [57] . De su compañero de armas Maceo corrió el rumor en julio de 1896 que fue fusilado por Valentín García, aunque caería posteriormente en acción el 7 de diciembre de aquel año [58] .

            Mientras los independentistas trataban de desangrar la fuerza española, las tropas de España intentaban cazarlos o destruir al enemigo con lógica napoleónica. Carlos tuvo por ello que servir en distintas marchas y acciones de guarnición de puntos sensibles. 

            Las columnas, mandadas a veces por un teniente coronel, estaban compuestas de distintas compañías, incorporándose Carlos a la tercera del regimiento de infantería Vizcaya a mediados de septiembre de 1895 [59] , dentro del segundo cuerpo de ejército. En su primera marcha, partió a las cinco de la mañana, y a las once se hizo una parada en el ingenio Magua, donde operaba la guerrilla [60] .  La lógica de ésta no contemplaba un enfrentamiento directo con las tropas españolas, y el recién llegado teniente segundo tachó de cobardes a sus partidas, que atacaron en un mal camino a una fuerza que no excedía los 350 hombres [61] . Tuvo noticia que en la zona de Santiago de Cuba las partidas guerrilleras estaban fraccionadas en unidades de diez a veinte hombres [62] , aunque nada nos dice sobre la disposición de las columnas españolas, que durante la guerra de los Diez Años habían aprendido a protegerse con fuerzas de cazadores voluntarias o de perdigueros  [63] .

            Se pretendía desalojar al adversario de sus campamentos sin dejar “títere con cabeza” [64] , pues se tenía la convicción que nada podría una multitud contra una compañía de máuseres, cuando en el interior de los montes no había apenas fusiles [65] . Atacando con energía a una fuerza considerada poco disciplinada, cederían el terreno o chaquetearían  [66] .  La destreza en el manejo del machete y las ventajas del conocimiento del terreno no eran apreciadas por Carlos de momento, que más tarde descubriría que también podía ser tiroteado.

            En marzo de 1896, tras un período de guarnición, volvió a tomar parte en acciones móviles, recorriendo poblados cuyas casas eran quemadas. Se estaba llevando a cabo la concentración de la población rural para mermar el apoyo a la guerrilla. Su compañía, junto a otras de los regimientos Vizcaya y Chiclana, iba a relevar a un destacamento hacia Placetas, paso obligado entre Oriente y Occidente [67] . Formaba parte de una operación mayor contra el Oriente insurgente, en el que el río Manatí fue reconocido por un cañonero [68] . Sus responsabilidades fueron en aumento, y se enorgulleció de conducir la mañana del 13 de aquel mes un convoy con 40.000 raciones para Fomento, pasando por el sitio donde 180 hombres de su batallón se batieron contra las fuerzas de 3.000 de Gómez y Maceo de 3.000  [69] .  Algunos oficiales españoles hicieron alarde de valor en el campo de batalla, y no rehuyeron el ponerse al frente de las tropas. Ganar una laureada fue algo deseado por muchos, incluyendo a nuestro joven teniente segundo, que en julio de 1896 pensó con razón que se le otorgaría la debida recompensa por su acción en el encuentro entre Báez y Casa de Tejas [70] . El 6 de octubre se le concedería la cruz de primera clase del mérito militar con distintivo rojo, reservada a oficiales destacados por su valentía, ascendiendo a primer teniente [71] .

            El final de la primavera y el comienzo del verano del 96 resultó ser un tiempo de esperanzas para Carlos y no pocos militares españoles destinados en Cuba, con Weyler en plena actividad. Al ignorarse entonces el paradero de Gómez y Maceo, se creyó que todo terminaría pronto, y que en cuatro o cinco meses se iniciaría la repatriación de los soldados [72] . La realidad le depararía a él y a muchos otros un destino nada halagüeño. En agosto de 1896 dirigiría la defensa del ingenio Santa Isabel, apresándole a los guerrilleros dos caballos ensillados [73] .

            La guerra de movimientos ganó en intensidad en el otoño de aquel año. En los combates alrededor de Manicaragua, los españoles se las tuvieron que ver con fuerzas de dos mil hombres, las del cuarto cuerpo del ejército independentista, dirigidos por su comandante Serafín Sánchez, caído en el paso de las Damas el 18 de noviembre de 1896, y Sancho Carrillo [74] . La prensa se hizo eco de tales batallas, y Carlos tuvo que tranquilizar a su familia [75] .

            Mantener a pie firme las posiciones, la otra cara de la moneda.

            No solamente se trató de atacar a los insurgentes, sino también de evitar sus zarpazos, especialmente las destrucciones de los vitales ingenios. El emblemático Magua se convirtió en el centro de operaciones del escuadrón del Comercio de La Habana [76] . Desde el comienzo de su servicio en la isla, Carlos tuvo que guardar por largo tiempo posiciones.

            Sus ideas iniciales sobre los insurgentes (remisos a atacar directamente) le ayudaron a tomárselo con cierta calma. Consignó que dieciocho guardias civiles, dirigidos por su cabo, lograron repeler sin bajas el ataque de seiscientos guerrilleros en el punto de Condado, con la ayuda de una sección del escuadrón del Comercio de La Habana [77] . Las cosas, con todo, serían más complicadas, por mucho que pensara que diez soldados podían rechazar hasta quinientos guerrilleros [78] .

            Durante la invasión independentista de Occidente, estuvo al frente de la guarnición de treinta y seis hombres de Polo Viejo, ejerciendo de generalísimo, según apuntó con sorna [79] . A 6 de noviembre de 1895, una partida de diez hombres, conducida por un lugareño, abrió fuego contra el hospital donde se encontraba herido un comandante afrocubano, sin mayores consecuencias [80] . La luna nueva de diciembre de aquel año se la pasó a tiro limpio [81] , mientras la rutina hacía de las suyas. A finales de 1896, los independentistas ya atacaban algunas posiciones con piezas de artillería [82] .

            Caído Maceo, Weyler intensificó la guerra hacia Las Villas para acabar con Gómez. En enero de 1897, el combate de posiciones y el de movimientos se dieron la mano, con las columnas desplazándose con la ayuda de la red de fortines. Escribió Carlos con laconismo “este valle es una trocha que difícilmente podrían atravesar aun cuando lo inundaran las tan cacareadas fuerzas de Máximo Gómez” [83] .

             Su conclusión del sentido de aquella guerra, ofrecida a su familia, fue muy clara: “De la guerra no les digo nada, porque no merecen citarse ciertas cosas. Esto sigue siendo una cacería de conejos y los insurrectos, una partida de sinvergüenzas asesinos, criminales que no hay por dónde cogerlos. ¡No se merecen tan hermoso país! [84] ”. Ni la muerte cierta de Maceo pudo detenerla [85] .

            Comunicaciones de un imperio de fines del XIX.

            La próspera Cuba azucarera del siglo XIX tendió su primera línea férrea en 1837, once años antes que en la península, y en 1852 comenzó a establecerse su servicio telegráfico. No se trataba de un dominio colonial aislado: las frecuentes cartas de Carlos llegaron a su destino con apenas un mes de diferencia. Más de una viajó con las mismas tropas hacia Trinidad [86] .

            Otro ejemplo claro al respecto es que en 1877 se hicieron las primeras llamadas telefónicas en la península y en Cuba, muy poco después que Bell patentara el teléfono. Se estableció el primer servicio telefónico en La Habana en 1882, extendido al resto de la isla por la compañía Red Telefónica de La Habana [87] . La red llegó a los ingenios azucareros, como el de Magua, cuya línea cortaron los guerrilleros [88] . Toda comprobación se hizo necesaria, y a su paso por el Portillo las tropas españolas comprobaron que el alambre del teléfono estaba flojo [89] . Durante las operaciones contra la fuerza de Quintín Banderas en octubre de 1896, llegaron por teléfono órdenes urgentísimas para marchar hacia Condado [90] . Sin embargo, los militares españoles no pudieron beneficiarse de la línea telefónica como hubieran deseado. En contadas ocasiones, como solicitar un permiso al comandante López Valcárcel, Carlos pudo telefonear desde Trinidad en condiciones precarias, al funcionar mal e interrumpirse muchas veces la línea [91] . Ya veterano en las lides cubanas, Carlos comprobó la naturaleza ambivalente del teléfono: “el portador de la buena nueva se encargó de tirarlo todo a rodar” [92] . Al menos, como militar pudo gozar de la franquicia postal, oficialmente desde el 26 de abril de 1896 [93] .

            El día a día de aquella guerra dependió todavía de los probados medios de los caballos de batalla, tan codiciados por unos y otros en los intrincados terrenos cubanos, como ya hemos visto. Carlos no olvidó a los bravos caballos de una de sus primeras marchas, como si fueran soldados de primera [94] . Gran aficionado a la equitación, se preció de su hermosa jaca [95] . Tampoco le dejó indiferente la tarea de los arrieros, frecuentemente perturbada por la acción guerrillera [96] .

            Rutinas de la vida militar.

            El complicado día a día de los militares en guerra, en la que cada jornada es todo un logro, está determinado irrevocablemente por el ritmo de las operaciones y regulado con precisión por las ordenanzas, que a veces dan pie a ciertas costumbres e inercias.

            Un oficial como Carlos no padeció ninguna novatada, práctica que fue prohibida enérgicamente por el coronel del regimiento en enero de 1897, con la guerra encarnizada [97] . Sin embargo, se tuvo que inclinar ante el rigor de las guardias nada más incorporarse al destino de Polo Viejo. De su primera, fue relevado a las dos de la madrugada para marchar temprano a la jornada siguiente [98] .

            Permanecer atento salvaba su vida y la de los demás, a costa de una considerable tensión, especialmente cuando los guerrilleros tendían emboscadas a medianoche [99] . El régimen de vida se adaptaba a tal circunstancia. Refiere el joven teniente segundo que durante su guarnición de Polo Viejo tomaba café de seis a siete, almorzaba a las diez, comía a las cuatro y tomaba una taza de leche por la noche, reservando el resto de la jornada a vigilar o dormir [100] . En tales circunstancias y en las de las marchas en busca del adversario, se borraba la noción del tiempo. Comprensiblemente, llegó a confesar no saber el día en el que vivía el 12 de julio de 1896 [101] .

            El poder comer y descansar, en la medida de lo posible, suponía un auténtico lenitivo, en absoluto nada desdeñable. En ocasiones, un Carlos atento al sagrado toque de fajina [102] se extendió en hablar del rancho, con abundancia de carne, que le servían por la mañana y por la tarde a las cinco en Polo Viejo [103] . Menos fortuna tuvo en marchas donde se comía lo que se podía, como casquería y carne asada [104] . En el verano de 1896 en Trinidad, en compensación, pudo degustar hasta cuatro platos, dos de la gustosa carne, pareciendo hospedar “un ladrón en la barriga”, hasta tal extremo que le preocupaba el engordar [105] . En aquellos momentos de tregua, escribía que se encontraba gordo y saludable, pues “continuamos haciendo los holgazanes  [106]. Muchos oficiales no compartieron los trabajos de la tropa en Cuba, que de tanto valor resultaron en ingenios y líneas de comunicación. 

            Ante el intenso calor del verano cubano, descansó en su apreciada hamaca guindada, una “cama superior” que se colgaba en los sitios más oportunos [107] . Los rigores de la temperatura obligaron al formal oficial a ir en mangas de camisa, esforzándose en “presentarse digno” [108] . A pesar de ser la tierra del ardiente sol, evocada en célebre habanera, Carlos padeció frío en los dos inviernos que pasó en Cuba, particularmente en el último [109] . Agradeció mucho llevar la capota en diciembre de 1895 [110] .

            El joven Carlos se encontró aislado en tierra hostil, circunscribiendo sus conversaciones al círculo de oficiales y allegados, y aferrándose a la correspondencia familiar, un verdadero bálsamo para él [111] . Sus frecuentes cartas no fueron nada casuales, ya que respondieron a una clara necesidad vital. “Escríbame muy largo”, pediría a su padre en enero de 1897, cuando la guerra ya hacía mella en su estado de ánimo [112] . Se presentó por entonces con claridad una nueva enemiga, la desesperanza. En las Navidades de 1896 se preguntó cuándo terminaría la guerra: quizá de aquí a diez años, puede que de siete a ocho meses vistos los “cariacontecidos” insurgentes [113] . En esta mar de dudas zozobraron demasiados. Sin ambages, comparó el esperado final de las operaciones y el ansiado retorno con “el timo del entierro” [114] .

            La reserva patrimonial para afrontar una guerra.

            De forma previsora, Carlos llegó a Cuba provisto de vestidos y medios necesarios, bien orientado por su previsor padre. No todos los combatientes contaron con tales recursos. Reconoció que gracias a las ropas traídas de España, no iba en camisa guajira [115] .  Tales ropas le rindieron un “buen servicio” en punto a cuellos y puños [116] . En su calidad de jinete, habló con deleite de sus espuelas guajiras [117] .

            Trajo también de España la suma de quince duros o trescientos reales, cuando el salario de un jornalero de la época apenas alcanzaba los cuatro reales como mucho [118] . A fines de septiembre de 1895, conservaba cinco duros junto a los mil reales en oro de la paga [119] .

            En reciprocidad, asignó dinero a su familia, preocupada por cuestiones como la quinta de Pepito [120] . El ahorro de Carlos resultó apreciable, alcanzando los cuarenta pesos (unos cuarenta duros peninsulares) a mediados de noviembre de 1895. Al gastar al mes quince, pudo girar a la familia treinta [121] . A 1 de marzo de 1896 el giro en una letra llegó a los sesenta pesos fuertes, veinte destinados a la señora Moreno [122] . En el fondo, atender a ciertas cuestiones familiares y personales se convirtió en otro frente de la guerra de Carlos.

            Nosotros y ellos.

            En sus comentarios y expresiones, Carlos se descubre como un valenciano de corazón, que en el otoño de 1896 decía no parar en torreta [123] . Leía habitualmente prensa valenciana, cuyas cabeceras precisas no cita [124] , además de interesarse por distintos detalles de su familia, como la casa de sus tíos en el número 70 de la calle Serranos [125] . Con gusto destacó ser tratado por un médico de Sagunto en Placetas [126] .

            Resultó inevitable la nostalgia, mal que ha aquejado a muchos soldados a lo largo del tiempo, y en el otoño de 1895 recordó los días de elaboración del vino en su tierra [127] , contraponiendo tal actividad con la “ociosidad de los que permanecen sentados en la puerta de sus casas o bebiendo ron” [128]  . Ya asomaba su menosprecio por los cubanos. En su carta del domingo 27 de octubre de aquel año, insistiría al respecto en una sintomática comparación. Casi no se notaba la jornada dominical en Polo Viejo, pues a lo largo de la semana apenas se trabajaba. Remachaba que los pocos que lo hacían tampoco se “matan”, recordándole al mediero de su tío Manuel, que regaba a la puerta de casa, bajo el emparrado, fumando y considerando la fisiología moral del trabajo moderado [129] . Tales juicios fueron muy propios de la Era del Imperialismo, aderezados con elementos clasistas [130] .

            En el fondo, la sociedad cubana se encontraba convulsionada por las disputas políticas y por la guerra misma, creándose una situación en la que para intentar derrotar a la insurgencia se llevaron a cabo durísimas medidas como la concentración. Las aseveraciones de Carlos tienen el valor histórico de desvelarnos cómo se fue ahondando el foso entre los dos bandos. El joven oficial aborreció profundamente a sus oponentes: “indigna los hechos vandálicos de esas hordas[131] . Presentados con las palabras que caracterizan la barbarie frente a la civilización, según la entendían muchos europeos del siglo XIX, las fuerzas cubanas son estigmatizadas de cobardes habitualmente en su correspondencia, sin merecerle la consideración de auténticos militares. “Parecen el ejército de Paraguay, que cada uno va vestido como le da la gana: rayadillo, blanco o azul”, apuntalando que la estrella y la bocamanga se la ponían donde querían [132] . Es cierto que en sus cartas, además de Maceo y Gómez, aparecen figuras de la talla de Serafín Sánchez, considerado por muchos a la altura de ambos, o Lino Pérez Muñoz, un veterano luchador por la independencia de Cuba que organizó en 1895 el levantamiento en el área de Trinidad [133] . Sin embargo, no merecieron mayores comentarios, a pesar de su pericia para enfrentarse al ejército español y de poner en pie de guerra fuerzas cada vez más consistentes.

            Las opiniones y actitudes de Carlos se asemejaron a la de muchos militares napoleónicos destinados en España, como el valón Jean-Alexis Herman, hastiado de los ataques de unos guerrilleros vistos como “bandidos”  [134] .

            Al pasar las semanas, el menosprecio hacia los cubanos se extendió más todavía, incluyendo a los partidarios de la causa española. El 7 de mayo de 1896 trató a los voluntarios cubanos de Trinidad de “monos que no sirven para maldita la cosa”, los “señoritos” de la localidad a los que instruyó en el manejo del arma y los movimientos. Dijo divertirse al ver lo mal que se ejercitaban los “cubanitos”, unos “brutos” de cuya voluntad, ilustración y precocidad de su inteligencia dudó  [135].

                La dura actitud de Carlos no fue compartida por todos los españoles destinados a Cuba. Ante una falta de respuesta, apuntó el 18 de diciembre de 1895 que la gente desde que pisaba la isla se hacía “muy liberal” [136] . Notó a su íntimo Javier algo “cubanizado” el 2 de enero de 1896 [137] . De hecho, se intentó durante la Restauración abrir políticamente más la mano en Cuba, y desde 1879 pudieron sentarse en el Congreso de los Diputados representantes cubanos y puertorriqueños [138] . Las elecciones generales a Cortes de abril de 1896 resultaron harto dificultosas en aquel terrible momento, y particularmente fueron complicadas las del distrito de Trinidad un mes después, en las que con sarcasmo Carlos apostilló que se presentaba el director del rotatorio madrileño El Resumen Augusto Suárez de Figueroa [139] , muy crítico con el mandato como capitán general de Cuba del general Manuel de Salamanca en 1889-90 [140] , que postuló la colonización de Cuba con campesinos españoles bajo control militar [141] .

                La sensación de aislamiento de Carlos se acrecentó de este modo. Frecuentó fugazmente el Casino Español de Placetas en marzo de 1896 [142] . Un 12 de agosto del mismo año escribió que los dientes se la hacían agua al saber que Vicario pasaba a la península, concluyendo con Cuba y los “cubanitos”: vería Valencia, su familia y se pasearía “per vora el riu. ¡Qué felicidad!” [143] . Con todo, en el invierno de 1897 notaría menos el frío, apuntando con humor que había sustituido “los glóbulos rojos por los glóbulos de plátano” [144] .

            Una Cuba cubana, a pesar de los pesares.

            La isla, como vemos, distó mucho de ser para Carlos la tierra de promisión que encontraron numerosos peninsulares. De haber sobrevivido a tal destino militar, es seguro que no hubiera permanecido en Cuba tras la derrota de 1898, como muchos soldados que prefirieron quedarse como trabajadores y probar mejor fortuna [145] . Su condición de oficial y su posición social lo hubieran conducido por otros derroteros. Sin embargo, su sentido de la observación de las cosas cotidianas le hizo apreciar algunos detalles de la vida cubana, con su propio sabor.

            Del celebérrimo azúcar cubano nada nos refiere, por motivos que no desvela, pero sí del sustentador café y del tranquilizador tabaco, apuntando de forma escueta que su calidad era variable, aunque resultaban más baratos que en la península [146] . Nada nos dice de la inflación padecida en la isla por la guerra. Informó con curiosidad a su padre que una cajetilla de catorce cigarrillos liados en papel negro, una mitad más largos que los de cuarenta céntimos, le costaba cinco centavos, equivalentes a unos veinticinco céntimos peninsulares [147] .

            Junto a estos emblemáticos productos cubanos aparecen las monedas en circulación en la isla, también con sus peculiaridades, que giraba alrededor del no menos famoso peso de plata de cien centavos, refiriéndonos con puntualidad el joven oficial su correspondencia con el duro peninsular. Asimismo, el centavo valía cinco céntimos peninsulares y el real cubano diez. No se admitía, según él, la calderilla [148] en aquella Cuba que luchaba por su independencia y que bajo el régimen español tuvo su vida propia.

            Gallegos y guardias civiles.

            Sin embargo, en las extensiones del paisaje cubano se hicieron ver dos tipos muy propios de la sociedad española de fines del XIX, el inmigrante gallego y el guardia civil, que por supuesto no pasaron desapercibidos a Carlos.

            Las restricciones británicas de la trata esclavista y el vivo temor a la rebelión de los esclavos negros, evocando las escenas del final del Santo Domingo francés, inclinaron a muchos a considerar la llegada a Cuba de gentes de otras procedencias, incluyendo los amerindios de Yucatán. Desde 1847, se animó la instalación de trabajadores chinos [149] , pero en 1871 se derogó su introducción en la isla, contra la que posteriormente protestaron algunos hacendados [150] . Como el tratado entre España y China de 1877 suspendió la forma de contratación de los culíes,  cercana a la servidumbre [151] , se animaron otras alternativas, como la de los sufridos gallegos, ayudando de paso a blanquear la isla, según el racismo de la época.

            No eran los hijos de Galicia nuevos en la isla. En 1853 se creó en La Habana, bajo los auspicios del capitán general, una junta para colonizarla con pobres gallegos, que no rindió los resultados esperados [152] . La ley de reemplazos de 1856 alentó su llegada, y tras la abolición de la esclavitud su presencia en los campos cubanos se hizo bien visible, habitando en bohíos [153] . Carlos trata con consideración caballeresca al padre de familia gallego, acosado por las “arañas” en un poblado cercano a Polo Viejo [154] .

            Si los gallegos eran las gentes a proteger en el sentir del joven oficial, los guardias civiles eran sus protectores avezados. En 1848, el capitán general Federico Roncali propuso su establecimiento en Cuba. Se organizó en 1888 la Guardia Civil en la isla en dos tercios, el de La Habana y el de Santa Clara, dependiendo del segundo las comandancias de Sancti Spíritus y Cienfuegos [155] . En 1895 había desplegados en la isla unos 5.280 guardias civiles [156] . Sus casas cuartel conformaron verdaderos fortines del poder español en medio del agreste paisaje cubano [157] . Un Carlos recién llegado a las lides ultramarinas contó con el sólido apoyo del teniente de la Guardia Civil en Polo Viejo, al que caracterizó como un hombre inteligente que conocía bien la forma de actuar de los guerrilleros [158] . Tenía además la pericia de transportar el correo entre Polo Viejo y Trinidad [159] , función de inestimable valor.

            La experiencia y fuerza de las gentes del cuerpo resultaron muy apreciadas por el resto de militares destinados en Cuba, resultando de gran valor en las demostraciones de fuerza, más o menos veladas, como la misa matinal oficiada en Trinidad a inicios de mayo de 1896, que congregó a seiscientos infantes, una sección de artillería y otra de la Guardia Civil [160] .

            ¿Cruzaremos armas con Estados Unidos?

            No hemos de olvidar que la guerra en Cuba también fue de nervios, en la que el abatimiento se disimulaba con expresiones de bravura por los distintos contendientes. Cualquier reconocimiento de debilidad podía ser fatal, pero también podía serlo un exceso de atrevimiento. El nacionalismo exacerbado lo alentó en demasía, en particular en el caso español en relación a los quisquillosos Estados Unidos [161] .

            El interés estadounidense por Cuba venía de lejos, ya que desde antes de la emancipación de la América continental española se planteó su anexión en distinto grado [162] . Su prensa, con Hearst a la cabeza, fustigó duramente al capitán general Weyler, animando la intervención [163] . Sin embargo, el presidente demócrata Cleveland (en su mandato de 1893-97) consideró que la presencia española era la mejor garantía para los intereses estadounidenses, al pagar indemnizaciones por los bienes destruidos. Trató a los independentistas cubanos de bribones, y mantuvo una neutralidad favorable a España [164] .

            Aunque los tiempos del republicano McKinley todavía estaban por llegar, la hostilidad hispano-estadounidense ya se percibe con claridad en las cartas de Carlos.  En 1895, se había pensado en su entorno que los independentistas se habían acogido a las montañas con la esperanza de verse protegidos por los Estados Unidos [165] . En el Casino Español de Placetas pudo leer prensa valenciana, y el 12 de marzo de 1896 se preguntó: “¿Iremos a los Estados Unidos?”. Su respuesta fue a continuación clara y sin vacilación: “Me alegraría” [166] . No teme la eventualidad de la guerra contra el coloso del Norte. Más tarde, el 7 de mayo, apuntó que pronto llegarían dos batallones más, uno del regimiento Vizcaya mandado por el coronel Cuenca. “¿Tiene alguna conexión con los Estados Unidos?”, se interrogó [167] . No la tuvo, pero a la larga España entraría en guerra con aquéllos, unos tiempos que nuestro oficial desgraciadamente ya no pudo contar.

            Un enemigo más mortal, la enfermedad.

            Carlos también tuvo que enfrentarse al peligro de la enfermedad, tan letal para el ejército español [168] . En mayo de 1896, anotó dos muertos de vómito en Trinidad [169] , y en julio sostuvo acerca del cólera en la jurisdicción trinitaria: “No sabíamos que teníamos como huésped a tan ínclito señor” [170] . Aquel año aumentaron las bajas en combate, pero el vómito proseguiría causando estragos  [171] .

            A la adversidad se enfrentó con sentido del humor, conceptuando las aguas de allí de primera calidad [172] . En la misma Trinidad, pudo ser atendido puntualmente por el médico militar José María Aparisi Puig, de su círculo familiar, que con afecto le proporcionó un caballo en septiembre de 1895 [173] .

            Sin embargo, su estado de ánimo se resentía de las jornadas en Cuba. A un año “desde que metimos la pata en Cuba”, escribió sentenciosamente “¡Ya tengo 21 años! Estoy hecho un anciano”  [174] .

            Las cartas conservadas alcanzan hasta el invierno de 1897. Nada más sabemos de él hasta su fallecimiento el 26 de noviembre de 1897 de enfermedad no especificada en el hospital militar de Manzanillo [175] . Fue uno de los 2.339 caídos de la provincia de Valencia en aquella maldita guerra [176] . Se ha calculado que en total murieron 44.389 militares españoles: 2.032 en batalla, 1.069 por heridas, 16.329 por vómito y 24.959 por otras enfermedades [177] .

            Carlos no pudo abrazar nuevamente a su padre, ni volver a contemplar su amada Valencia, donde quizá se hubiera casado y tenido hijos. Su vida abarcó la de la Restauración, simbolizando a los jóvenes que vinieron al mundo con esperanzas en 1875 y fueron sacrificados a finales de siglo. Sus cartas le ayudaron moralmente, pues siempre tuvo la sensación de tener a su lado a sus seres queridos. Gracias a las mismas, volvió a Valencia en cierta forma y se puede honrar su recuerdo, ya que el juramento hipocrático del historiador reside en combatir el olvido.

                    

           

           

 



[1] Miguel ALONSO, “1898. El ejército español en Cuba”, MILITARIA. Revista de Cultura Militar, 13, 1999, pp. 17-21.

[2] Por ejemplo Marie MOUTIER (comp.), Cartas de la Wehrmacht. La Segunda Guerra Mundial contada por los soldados, Barcelona, 2015.

[3] El Epistolario de Carlos Aparisi (abreviadamente ECA) se conserva en el archivo familiar de Júlia Aparisi Amorós (abreviadamente AFJAA).

[4] ECA, Carta 9.

[5] AJAA. Refiriéndose a ella, en una foto familiar escribió Tomás, hermano de Carlos: “Un tesoro de caridad. Marianeta Vila Cubertores. + en Valencia 2 Mayo 1916. Para todos humilde y llena de caridad. Para mí fue amantísima madre abnegada, llena de ternura. Talento natural, corazón de oro. Altos ejemplos. R.I.P.”

[6] Eloy RECIO, “Diario inédito escrito por un soldado español en la guerra de Cuba, 1896-1899”, Revista de Historia de América, 112, 1991, pp. 21-42.

[7] AFJAA, Biblioteca y anotaciones familiares.

[8] AFJAA, Copia de la partida de bautismo.

[9] AFJAA, Anotaciones familiares. Al morir en su masía de Teulada, su féretro fue llevado a hombros por sus labradores hasta Vilamarxant, desde donde sería trasladado en tren hasta Valencia, donde lo aguardarían familiares, amigos y autoridades militares con muestras de cariño. A la desgracia del fallecimiento de su primera esposa y de su hijo Carlos, añadió la de su hijo mayor Francisco, muerto en 1890 por cólera, del que se había contagiado en Valencia. Viajar hasta Madrid no lo salvó finalmente.

[10] AFJAA, Anotaciones familiares.

[11] Raymond CARR, España, 1808-1975, Barcelona, 1996.

[12] AFJAA, Cuadernos de anotaciones de Carlos Aparisi Guijarro.

[13] AFJAA, Cuadernos de anotaciones de Carlos Aparisi Guijarro.

[14] Fernando PUELL DE LA VILLA, Historia del ejército en España, Madrid, 2005.

[15] AFJAA, Cuadernos de Anotaciones de Carlos Aparisi Guijarro.

[16] AFJAA, Cuadernos de Anotaciones de Carlos Aparisi Guijarro.

[17] AFJAA, Cuadernos de anotaciones de Carlos Aparisi Guijarro.

[18] Enrique DE MIGUEL, Rafael IZQUIERDO y Francisco  Javier NAVARRO, “El Regimiento Vizcaya 51 en la Guerra de Cuba (1895-1989)”, Real Acadèmia de Cultura Valenciana, 2014, versión on line.

[19] Manuel MORENO, Cuba/España, España/Cuba. Historia común, Barcelona, 1995.

[20] Tal fue el caso de la pieza de Pascual Orozco Mambisos en Muchamel (1897). Según ciertas versiones. los insurgentes recibieron tal nombre en honor del oficial del ejército español Juan Ethninius Mamby, un afroamericano que se unió a las filas de los independentistas dominicanos. En opinión de otras, proviene del prefijo yoruba mbi, castellanizado mambí. Manuel MORENO, Cuba/España…

[21] ECA, Carta 1.

[22] Ya por entonces, la singular torre campanario de la catedral de Valencia había recibido los honores del arte de la fotografía, atrayendo el interés del afamado Juan Laurent, que comisionó a Julio Ainaud. En 1898, todavía prestaba servicio el veterano campanero Mariano Folch. 

[23] Alfons CUCÓ, El valencianisme polític, 1874-1936, Valencia, 1971.

[24] Clifford L. STATEN, The History of Cuba, Londres, 2005.

[25] Lizbeth Jhoanna CHAVIANO, “Trinidad, un estudio del desarrollo azucarero cubano (1765-1840) “, No es país para jóvenes, 2012, pp. 1-20.

[26] Archivo Histórico Nacional, Ministerio de Ultramar, 4722, Expediente 4.

[27] ECA, Carta 27.

[28] Antonio SANTAMARÍA, “Las islas españolas del azúcar (1760-1898). Grandes debates en perspectiva comparada y caribeña”, América Latina en la historia económica, 35, 2007, versión on-line.

[29] ECA, Carta 18.

[30] Ya en 1874, el alto mando español y el ayuntamiento de Cienfuegos acordaron que los soldados acantonados en los ingenios cobraran quince pesos de oro al mes. Ver Manuel MORENO, Cuba/España…

[31] Manuel MORENO, El ingenio: complejo económico social cubano del azúcar, Barcelona, 2001.

[32] ECA, Cartas 5, 9 y 11. Las primeras referencias documentales conservadas del ingenio datan de 1748, cuya fundación sería anterior. En 1880 su propietario era Pedro José Iznaga y Lara, de familia perteneciente a la oligarquía de Trinidad. Disponía de línea telefónica en el tiempo de la tercera guerra de Cuba.

[33] ECA, Cartas 47 y 54. Junto al florecimiento de su competidora Cienfuegos, se ha apuntado como causa el agotamiento de la limitada sabana de la región, con menores posibilidades de ampliación que la de La Habana. Lizbeth Jhoanna CHAVIANO, op. cit. 

[34] Juan PÉREZ DE LA RIVA, El barracón y otros ensayos, La Habana, 1975. Lisette ROURA, “Vivienda esclava en las plantaciones cubanas del siglo XIX: bohíos y barracones”, Perfiles de la cultura cubana, 20, 2016.

[35] Lisette ROURA y Silvia T. ANGELBELLO, Vivienda esclava rural en Cuba. Bohíos y barracones, La Habana, 2012.

[36] ECA, Carta 19.

[37] ECA, Carta 30. El cercano ingenio Güinía mereció un bello grabado en color de Eduardo Laplante en 1857.

[38] ECA, Carta 21.

[39] ECA, Carta 5.

[40] Reinaldo FUNES, “Un arcoíris en medio de la tempestad. Visiones del potrero cubano en el siglo XIX”, Mundo Agrario, 2, 2020, versión on line.

[41] ECA, Carta 6.

[42] ECA, Carta 44.

[43] ECA, Cartas 46 y 50.

[44] ECA, Carta 14.

[45] ECA, Carta 47.

[46] ECA, Carta 6.

[47] ECA, Carta 6.

[48] ECA, Carta 7.

[49] ECA, Carta 64.

[50] ECA, Carta 5.

[51] ECA, Carta 5.

[52] ECA, Carta 63.

[53] ECA, Carta 11.

[54] ECA, Carta 6.

[55] Antonio ELORZA y Elena HERNÁNDEZ SANDOICA, La guerra de Cuba (1895-1898), Madrid, 1998.

[56] ECA, Carta 50.

[57] ECA, Carta 9.

[58] ECA, Carta 50.

[59] ECA, Carta 5.

[60] ECA, Carta 5.

[61] ECA, Carta 5.

[62] ECA, Carta 6.

[63] Valeriano WEYLER, Memorias de un general, Barcelona, 2008.

[64] ECA, Carta 6.

[65] ECA, Carta 6.

[66] ECA, Carta 17. 

[67] ECA, Carta 35.

[68] ECA, Carta 36.

[69] ECA, Carta 35.

[70] ECA, Carta 46.

[71] Diario Oficial del Ministerio de la Guerra, 225. Tomo IV, 149. Jueves 8 de octubre de 1896.

[72] ECA, Carta 43.

[73] ECA, Carta 54.

[74] ECA, Carta 71.

[75] ECA, Carta 71.

[76] ECA, Carta 9.

[77] ECA, Carta 6.

[78] ECA, Carta 9.

[79] ECA, Carta 11.

[80] ECA, Carta 13.

[81] ECA, Carta 18.

[82] ECA, Carta 72.

[83] ECA, Carta 82

[84] ECA, Carta 14.

[85] ECA, Carta 73.

[86] ECA, Carta 67.

[87] Ángel CALVO, “El teléfono en España antes de Telefónica (1877-1924)”, Revista de Historia Industrial, 13, 1998, pp. 59-81.

[88] ECA, Carta 11.

[89] ECA, Carta 19.

[90] ECA, Carta 64.

[91] ECA, Cartas 6 y 7.

[92] ECA, Carta 80.

[93] Armando FERNÁNDEZ-XESTA, Estudio postal sobre el ejército y las guerras de España, 2 vols., La Coruña, 1985.

[94] ECA, Carta 5.

[95] ECA, Carta 36.

[96] ECA, Cartas 9 y 19.

[97] ECA, Carta 82.

[98] ECA, Carta 5.

[99] ECA, Carta 46.

[100] ECA, Carta 9.

[101] ECA, Carta 46.

[102] ECA, Carta 9.

[103] ECA, Carta 5.

[104] ECA, Carta 30.

[105] ECA, Carta 50. La ingesta de carnes, en ocasiones, ha sido considerada una de las razones de enfermedad de los militares españoles destinados en Cuba. Ver Yolanda DÍAZ, “La sanidad militar del ejército español en la guerra de 1895 en Cuba”, Asclepio, L, 1, 1998, pp. 159-173.

[106] ECA, Carta 38.

[107] ECA, Carta 43.

[108] ECA, Carta 46.

[109] ECA, Carta 81.

[110] ECA, Carta 17.

[111] ECA, Carta 9.

[112] ECA, Carta 81.

[113] ECA, Carta 75.

[114] ECA, Carta 81.

[115] ECA, Carta 12.

[116] ECA, Carta 6.

[117] ECA, Carta 6.

[118] ECA, Carta 5.

[119] ECA, Carta 5.

[120] ECA, Carta 6. Se trataría de ayudar a la redención en metálico del servicio militar, cuyas cotas se incrementaron por la situación en Ultramar. Las 1.500 pesetas de redención se acrecentaban a 2.000 si se retrasaba el pago.

[121] ECA, Carta 14.

[122] ECA, Carta 28.

[123] ECA, Carta 64.

[124] ECA, Carta 32.

[125] ECA, Carta 38.

[126] ECA, Carta 35.

[127] ECA, Carta 6.

[128] ECA, Carta 6.

[129] ECA, Carta 12. Su tío Manuel Aparisi de Orellana era primo hermano de su padre. Compuso unos gozos en honor a San Antonio de Padua, que con devoción se cantan todavía en el oratorio de la masía familiar.

[130] Eric HOBSBAWM, La era del imperio (1875-1914), Barcelona, 1989.

[131] ECA, Carta 9.

[132] ECA, Carta 46. La descortés referencia al ejército paraguayo, de sentido similar a la posteriormente más conocida del ejército de Pancho Villa, surge de la difícil situación de aquél durante la guerra de la Triple Alianza contra Argentina, Uruguay y Brasil (1864-70), en la que jóvenes tenientes tuvieron que mandar regimientos que deberían ser comandados por un coronel, en unas condiciones harto precarias. Ver Jorge RUBIANI, Verdades y mentiras sobre la guerra de la Triple Alianza, Asunción, 2017.

[133] ECA, Cartas 71 y 30.

[134] Las entradas de su diario entre 1809 y 1812 se contienen en la obra colectiva L´heritage de la Revolution Française, 1794-1814, Bruselas, 1989, pp. 216-217.

[135] ECA, Carta 38.

[136] ECA, Carta 18.

[137] ECA, Carta 19.

[138] Inés ROLDÁN, “Política y elecciones en Cuba durante la Restauración”, Revista de Estudios Políticos (Nueva Época), 104, 1999, pp. 245-287.

[139] ECA, Carta 38.

[140] El general Manuel de Salamanca fue una de las voces críticas en el Congreso de los Diputados de la política seguida en Cuba. Al ser diputado por el distrito de Chelva en 1879 y 1881, tuvo estrechas relaciones con políticos valencianos como el liberal Enrique Villarroya Llorens, diputado en 1884 también por Chelva, frente al también liberal Trinitario Ruiz Capdepón. El combativo periodista Suárez de Figueroa lo fustigó, y su hijo lo mataría en duelo en 1904, atemorizando a la prensa española coetánea. Ver Manuel OSSORIO, Ensayo de un catálogo de periodistas españoles del siglo XIX, Madrid, 1903.

[141] Imilcy BALBOA, “Asentar para dominar. Salamanca y la colonización militar. Cuba, 1889-1890”, Tiempos de América, 8, 2001, pp. 29-46.

[142] ECA, Carta 38. El Casino Español de Placetas fue fundado en 1885. El primero en la isla de su estilo fue el fundado en La Habana en 1869. Ver Jesús GUANCHE, “Las asociaciones hispánicas en Cuba; fuentes para su estudio” CIDMUC, 134, 2020, pp. 132-175.

[143] ECA, Carta 52.

[144] ECA, Carta 81.

[145] Manuel MORENO, Cuba/España…

[146] ECA, Carta 6.

[147] ECA, Carta 11.

[148] ECA, Carta 11. Tampoco menciona en su correspondencia de las emisiones de guerra de billetes con escaso respaldo material, compañeros inevitables de la inflación.

[149] Archivo Histórico Nacional, Ministerio de Ultramar, 85, Expediente 5.

[150] Archivo Histórico Nacional, Ministerio de Ultramar, 104, Expediente 33.

[151] Archivo Histórico Nacional, Ministerio de Ultramar, 88, Expediente 1.

[152] Archivo Histórico Nacional, Ministerio de Ultramar, 4649, Expediente 84.

[153] ECA, Carta 19.

[154] ECA, Carta 9.

[155] Enrique DE MIGUEL, Azcárraga, Weyler y la conducción de la Guerra en Cuba, 2011, tesis doctoral accesible on line.

[156] Crispín XIMÉNEZ DE SANDOVAL, Las instituciones de seguridad pública en España y sus dominios de Ultramar, bosquejo histórico y reglamentario, Madrid, 1858.

[157] ECA, Carta 5.

[158] ECA, Cartas 6 y 9.

[159] ECA, Carta 9.

[160] ECA, Carta 38.

[161] José ÁLVAREZ JUNCO, Mater dolorosa. La idea de España en el siglo XIX, Madrid, 2001.

[162] Thomas JEFFERSON, Escritos políticos, Madrid, 2014.

[163] Philip S. FONER, La guerra hispano-cubano-americana y el nacimiento del imperialismo norteamericano, 2 vols., Madrid, 1975.

[164] Luis E. AGUILAR, “Cuba, c. 1860-1934”, Historia de América Latina. 9. México, América Central y el Caribe, c. 1870-1930 (ed. Leslie Bethell), Barcelona, 1992, pp. 210-239.

[165] AFJAA, Cartas recibidas por Carlos Aparisi Guijarro.

[166] ECA, Carta 35.

[167] ECA, Carta 38.

[168] Según Manuel MORENO en Cuba/España…, se ha propendido a dimensionar las bajas por enfermedad de las tropas españolas para minimizar las de los caídos contra las fuerzas independentistas, aunque las primeras son apreciables y elocuentes.

[169] ECA, Carta 43.

[170] ECA, Carta 46.

[171] Enrique DE MIGUEL, Rafael IZQUIERDO y Francisco  Javier NAVARRO, “La provincia de Valencia en la guerra de Cuba (1895-1898)”, Real Acadèmia de Cultura Valenciana, 2014, versión on line. El vómito es la hematemesis, causado por lesiones del aparato digestivo.

[172] ECA, Carta 43.

[173] AFJAA, Correspondencia recibida por Carlos Aparisi Guijarro. Tal agasajo fue muy agradecido por el propio Carlos.

[174] ECA, Carta 55.

[175] Enrique DE MIGUEL, Rafael IZQUIERDO y Francisco  Javier NAVARRO, “La provincia de Valencia en la guerra de Cuba (1895-1898)”, Real Acadèmia de Cultura Valenciana, 2014, versión on line. Yolanda DÍAZ, “La sanidad militar del ejército español en la guerra de 1895 en Cuba”, Asclepio, L, 1, 1998, pp. 159-173. A finales de 1897, el ejército español disponía de 2.301 médicos y 56 farmacéuticos, con unos hospitales muy ocupados.

[176] Enrique DE MIGUEL, Rafael IZQUIERDO y Francisco Javier NAVARRO, “La provincia de Valencia… A los 1.449 fallecidos recogidos en el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra suman otros 890 más que constan por otras fuentes.

[177] Pedro PASCUAL, “Combatientes, muertos y prófugos en las guerras de Cuba”, Historia y vida, 345, 1996, pp. 73-79.