UN INTENTO DE MANTENER EL ORDEN ROMANO EN LA HISPANIA DEL SIGLO VI. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El fin de la autoridad romana, la del Imperio, no puso final a las formas de vida y de administración de los romanos en la Europa occidental, y menos en tierras tan romanizadas como las hispanas. A inicios del siglo VI no se había restablecido el poder imperial en Roma, cuya única sede era Constantinopla, y mantenían una enconada pugna los francos y los visigodos por la Galia. Ambos pueblos se presentaron a su modo como continuadores de Roma, y tras la derrota de los visigodos en Vouillé (507) el rey ostrogodo Teodorico intervino en su favor, lo que favorecería el traslado de su centro de gravedad al interior de Hispania.
En tierras hispanas, la tutela de Teodorico procuró ganarse el favor de sus habitantes romanos. Se presentó como el defensor de la añorada paz romana, en la que la vida humana estaba regulada por la ley. Intentó limitar las exigencias de las fuerzas godas acantonadas en las ciudades, fuente de muchos problemas, e intentó poner orden en la administración económica entre el 523 y el 526.
Los nuevos monarcas germanos asumieron el patrimonio de los antiguos emperadores, en tierras u otros bienes. No conocemos su extensión a comienzos del siglo VI, pero sí que se confiaba su gestión a una serie de arrendatarios, de procedencia muy variada. Los negocios financieros, sin duda, continuaban, al igual que los impuestos sobre las tierras y el comercio, que engrosaban el equivalente del erario público o del pretorio.
Los recaudadores debían observar lo registrado en los catastros públicos, pero la falta de una autoridad fuerte y reconocida dio alas a los más atrevidos. Se cometían abusos en los pesos y fraudes en el impuesto de los comerciantes ultramarinos.
Las formas de vida del Bajo Imperio no se habían perdido todavía, y Teodorico actuó como un restaurador. Ordenó que la renta se determinara según la calidad de la tierra arrendada y que la recaudación fuera acorde con la riqueza. Se apeló a la contención de los capataces y de los beneficiarios de cabalgaduras, que no debían reclamar otras suplementarias.
El ideal de moderación de los romanos pretendía garantizar la existencia de un grupo de propietarios libres, que no deberían caer en la servidumbre. Incluso, se reconoció que las prestaciones fiscales es especie habían aumentado excesivamente.
Sin embargo, un nuevo mundo emergía en Hispania y en el resto de Occidente. Teodorico reclamaba provisiones de Hispania para Italia, y sus fieles debían ser recompensados. A su muerte, la inestabilidad política volvió a dominar la vida hispana. Los pequeños y medianos propietarios tuvieron que hacer frente al embate de los poderosos. La conquista de una parte de la costa mediterránea por los romanos de Oriente añadió nuevas incertidumbres. En estas circunstancias, el ideal de gobierno y administración del Bajo Imperio sufrió considerables daños.
Para saber más.
E. A. Thompson, Los godos en España, Madrid, 1971.