UN GRAN ESTADISTA DEL NORTE EUROPEO. Por Carmen Pastor Sirvent.

09.07.2016 15:20

                

                El sueco Axel Oxenstierna (1583-1654) fue una de las grandes figuras políticas de la Europa Moderna. Sin él los reinados de Gustavo Adolfo y de su hija Cristina no hubieran sido lo mismo. La grandeza de la monarquía sueca debe mucho a su labor entre otros factores.

                Tuvo el acierto de proponer al primer monarca en 1611 el juramento de una verdadera garantía para gobernar con el asesoramiento del consejo y la aprobación de los estamentos, según los términos establecidos desde 1442. Sin esta cooperación la imposición de cargas militares con destino a la expansión sueca en el Báltico y en la Europa Central hubiera resultado mucho más complicada y hubiera dado pie a más de una contestación.

                En 1612 se alzó nuestro hombre con la cancillería, donde permanecería hasta su fallecimiento. Abogó por llegar a un acuerdo con los zares de Rusia, no sin dificultades, lo que valió a Suecia importantes ventajas estratégicas. Los buques holandeses e ingleses se beneficiarían de este entendimiento en el Báltico, que reportaría no pocos beneficios a las aduanas suecas. Frente a la confederación polaco-lituana se cubría un importante flanco. También sería de gran ayuda en la ulterior intervención en los conflictos del Sacro Imperio Romano Germánico.

                Para el mismo defendió una organización constitucional fundamentada en el poder de los estamentos frente a los impulsos autoritarios de la casa de Austria. Así se lo hizo saber al cardenal Richelieu. De pensamiento humanista, comparó el gobierno de un reino con el responsable al estilo de una finca según los postulados de Lucio Columela. El noble debería de saber latín y de disponer de conocimientos técnicos.

                Aunque insistió en la defensa de estos principios políticos y de una política expansiva favorable al luteranismo sueco frente a la joven reina Cristina, no pudo evitar ni la formación de una nueva nobleza ni su abdicación. La ponderada Suecia concebida por el canciller no se mantuvo incólume ante la evolución social e ideológica inducida por las guerras exteriores.