UN EMPERADOR DEL BRASIL, PEDRO II. Por María Berenguer Planas.
El único país de Iberoamérica que mantuvo la monarquía tras la Emancipación fue Brasil, declarándose un imperio regido por miembros de la dinastía real portuguesa de los Braganza. Su último titular fue Pedro II, un hombre que se distanció sobremanera del perfil del rey absolutista.
El imperio brasileño se configuró como una monarquía constitucional al estilo del liberalismo moderado y censitario. Don Pedro tenía la potestad de escoger al jefe de gabinete de gobierno entre los representantes de la Cámara Baja, inclinándose en teoría por el cabeza del partido más votado. El prestigio del sistema británico en el siglo XIX condujo a la división de la vida partidista en dos grandes formaciones, la conservadora y la liberal, que se turnaban en el ejercicio del poder. De carácter vitalicio, el Senado ejercía de moderador de las decisiones de la Cámara Baja. La gran beneficiaria del sistema era la oligarquía terrateniente, libre ya de las imposiciones de los burócratas portugueses y todavía señora de esclavos. La anglofilia brasileña no evitó que entre 1831 y 1851 entrara casi un millón de esclavos de origen africano de una manera u otra.
La última contestación al trono de Pedro II tuvo lugar en el Pernambuco de 1848, el año en que la Europa absolutista y liberal-moderada tembló ante la amenaza de la revolución. En vivo contraste con sus vecinos hispanoamericanos, Brasil mantuvo su anterior unidad territorial. La Amazonia todavía estaba abierta a la exploración y a la colonización. Entre 1864 y 1870 el imperio brasileño participó con éxito al lado de Argentina y Uruguay en la costosa guerra con Paraguay, terriblemente derrotado. Ya desde mucho antes brasileños y argentinos habían disputado por territorios como la Banda Oriental (el Uruguay) u otros, siguiendo la estela de los conflictos entre portugueses y españoles en tiempos coloniales.
Brasil parecía agraciado por el equilibrio político, negado a otros Estados de la América del Sur. Disponía de un emperador consciente de sus deberes, de una clase dirigente responsable y de un ejército obediente. La España de Isabel II no gozaba de tantos mimbres. Sin embargo, todos los paraísos son fugaces (o engañosos).
A partir de 1870 un nuevo mundo pugnaba por salir a la luz en el Brasil. En el Sur una nueva burguesía cafetalera adquiría bríos, decantándose por fórmulas políticas más liberales o más claramente republicanas. Precisamente aquel año se fundó el Partido Republicano. La repulsa por el esclavismo ganó a las personas más generosas, y el abolicionismo ganó relevancia tras su victoria en la guerra de Secesión norteamericana.
Pedro II se podía haber comportado como un emperador reaccionario, insensible a todo cambio: deslumbrado por sus años de gloria y encantado de haberse conocido a sí mismo. Quiso ser un político gradualista y reformador, preocupado por la extensión de la educación, capaz de extender con eficacia los derechos civiles y políticos de muchísimos brasileños a la larga. En 1871 se promulgó la Ley Branco, que declaraba la libertad de los recién nacidos de esclavas (la libertad de vientres) e instauraba un fondo de emancipación para compensar a los propietarios esclavistas. Los abolicionistas, de todos modos, aceleraron sus programas de liberación, y en 1888 se emanciparon los cerca de 700.000 esclavos del Brasil.
Pedro II no se mostró muy complaciente con la preeminencia de la Iglesia Católica, con la que colisionó en 1873 a causa de la francmasonería. Tampoco toleró la injerencia en política de los militares, muy crecidos tras la guerra del Paraguay.
Un 15 de noviembre de 1889 el último emperador de Brasil fue derrocado por instigación de una oligarquía que ya había perdido todo aprecio por él. Los republicanos y los demócratas lo consideraron una excrecencia del pasado. El nuevo Brasil republicano entró en una era en la que la riqueza no se distribuyó tampoco con equidad, y en la que los militares impusieron su ley. Hoy en día la democracia brasileña se enfrenta nuevamente a los retos de la equidad social y de la estabilidad política, escogiendo a la persona que pueda ejercer de emperador del pueblo, más afortunado que don Pedro y tan querido como Lula. ¿Será la reelegida Rousseff?