UN EMBAJADOR DE LA ALEMANIA NAZI EN LA ESPAÑA REPUBLICANA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los embajadores pueden condicionar la política internacional de sus países, pero no determinarla del todo. En las relaciones entre las naciones, entran muchos y variados elementos, no siempre fáciles de conjugar.
Johannes Bernhard von Welczeck estuvo al frente de la embajada alemana en España entre 1925 y 1936, desde el momento álgido de la dictadura de Miguel Primo de Rivera a las vísperas de la Guerra Civil. Era un aristócrata prusiano, con un importante patrimonio familiar en Silesia, que había acumulado por entonces una gran experiencia. Su padre también había sido embajador en España. En misión diplomática en Chile, allí había contraído matrimonio con una Balmaceda, de la aristocracia de origen vasco. Durante la Gran Guerra, había servido los intereses de la Alemania imperial y de los de su industria de armas.
Ya en España, en enero de 1926, negoció un préstamo de cinco millones de marcos destinado al industrial Horacio Echevarrieta para fabricar torpedos en Bilbao, burlando así las prohibiciones del tratado de Versalles. Sus posiciones políticas eran muy contrarias a las de la nueva república de Polonia, que en antiguos dominios prusianos había emprendido una política de reforma agraria contraria a sus intereses particulares.
De hecho, informó en agosto de 1933 informó del supuesto peligro bolchevique en España a Hitler, que en parte aceptó sus indicaciones. Destacó agentes como hombres de negocios para vigilar a los izquierdistas, pero se negó a intercambiar información con la policía española. Von Welczeck se incorporó el primero de enero de 1934 al partido nazi. Según su criterio, Franco debería ser nombrado ministro de la Guerra en un año de fuerte crisis para la II República. También alertó a Berlín de las críticas que en la prensa católica española formulaban algunos columnistas sobre la política nazi de “eugenesia”.
En abril de 1936 asumió la embajada alemana en Francia, pero no dejaría de ocuparse de los asuntos de una España desgarrada por la guerra civil. Los círculos nazis lo consideraron uno de sus mayores expertos en temas españoles. El 24 de julio de 1936, Hitler decidió tomar parte a favor de los sublevados, pero él recomendó prudencia. Llegó incluso a negar la ayuda a dos emisarios del general Mola que querían llegar a Berlín a través de París. Según su opinión, los militares insurrectos no ganarían la guerra y el gobierno del Frente Popular francés terminaría ayudando a los republicanos españoles, en un momento en el que Alemania no se encontraba debidamente rearmada.
En diciembre del 36, el ministerio francés de Exteriores le ofreció una mediación conjunta franco-alemana para poner fin a la guerra en España. A cambio, se retornarían a Alemania sus antiguas colonias africanas como mandatos de la Sociedad de Naciones por sus buenos oficios. Tal propuesta no fue aceptada por Exteriores del III Reich.
Tampoco dejó de advertir sobre las posibles reacciones francesas a bombardeos de la Legión Cóndor como Guernica, así como de otros puntos. Los militares españoles sublevados sentían aversión a ser asesorados en muchos aspectos por los alemanes, descontentos a su vez con los lentos avances de las fuerzas de Franco y con el uso de los recursos económicos marroquíes y peninsulares a su disposición.
Conocedor de España, señaló las grietas de la alianza entre Franco y Hitler. A diferencia de sus tiempos como embajador, tampoco coincidió con el aprecio por Falange de ciertas jerarquías del nazismo. El sibilino embajador logró sobrevivir a la II Guerra Mundial y terminó sus días en Marbella en 1972 a los noventa y cuatro años.
Para saber más.
Wayne H. Bowen, Spaniards and Nazi Germany: Collaboration in the New Order, 2002, Universidad de Misuri.