UN DIOS DE LOS TRACIOS.
Los tracios representaron a algunos de sus dioses en estatuas funerarias, como el dios padre del cielo Sabazios en forma de jinete matando a una bestia con su lanza, cuya iconografía pasaría a la del San Jorge cristiano.
Zalmoxis o Salmoxis fue una de sus deidades que más relevancia han alcanzado a ojos de otras gentes, como nosotros, en gran parte gracias a lo escrito por Heródoto. Se ha asociado con Gebeleicis, la deidad de la tormenta, representada en un trono o montando a caballo. Sobre Salmoxis, Heródoto nos brindó un interesante relato:
“Por cierto que se creen inmortales, entendiendo por tal lo siguiente: piensan que no mueren, sino que, a la hora de morir, van a reunirse con Salmoxis, un ser divino (algunos de ellos, sin embargo, denominan a este mismo ser Gebeleicis). Cada cuatro años despachan en calidad de mensajero, para que se entreviste con Salmoxis, a aquel miembro de su pueblo que en dicha ocasión resulte elegido por sorteo y le encargan lo que, según el momento, necesitan. Y he aquí cómo lo envían: los encargados de este menester sostienen tres venablos, en tanto que otros cogen de las manos y de los pies al que va a ser enviado a entrevistarse con Salmoxis; y, tras haberlo balanceado en el aire, lo echan sobre las picas. Si, como es lógico, muere al ser atravesado, consideran que la divinidad les es propicia; pero, si no muere, llenan de denuestos al mensajero en cuestión, afirmando que es un ser malvado; y, tras sus denuestos a dicho sujeto, envían en su lugar a otra persona, dándole sus encargos mientras todavía se halla con vida. Asimismo, esos mismos tracios, cada vez que truena o relampaguea, disparan flechas al aire, airados con el cielo, al tiempo que amenazan al dios, pues no creen que exista ningún otro dios que no sea el suyo.
“Pero, según he oído decir a los griegos que viven en el Helesponto y en el Ponto, el tal Salmoxis fue un hombre que sirvió como esclavo en Samos: estuvo al servicio de Pitágoras, hijo de Mnesarco; posteriormente consiguió la libertad y amasó cuantiosas riquezas, regresando con ellas a su país. Y como los tracios vivían miserablemente y eran bastante simples, el tal Salmoxis, que se había hecho al género de vida jonio y a un modo de pensar más reflexivo que el de los tracios (ya que había tenido trato con los griegos y especialmente con Pitágoras, uno de los mayores sabios de Grecia), se hizo acondicionar una sala, en la que recibía espléndidamente a sus más importantes conciudadanos y los obsequiaba con banquetes, al tiempo que los adoctrinaba en el sentido que ni él, ni sus convidados, ni sus sucesivos descendientes morirían, sino que irían a cierto lugar donde vivirían eternamente, gozando de toda suerte de bienes. Y mientras hacía lo que he indicado y propagaba esa doctrina, en el ínterin se hacía construir una cámara subterránea. Cuando tuvo totalmente terminada la cámara, despareció de la vista de los tracios, y bajó a la cámara subterránea, donde vivió por espacio de tres años. Entonces los tracios lamentaron su ausencia y lo lloraron como si hubiese muerto; pero, a los cuatro años, se les volvió a aparecer y así fue como dieron crédito a lo que afirmaba Salmoxis. Según cuentan, esto es lo que dicho individuo llevó a cabo.
“Por mi parte, yo ni dejo de creer ni, en cualquier caso, creo ciegamente en la historia de este hombre y en la de la cámara subterránea; pero considero que el tal Salmoxis vivió muchos años antes de Pitágoras. Y bien que Salmoxis haya sido un ser humano, bien que se trate de una divinidad propiamente de los getas, dejémoslo estar.”
Heródoto, Los nueve libros de la Historia, Libro IV, 89-96. Edición prologada por Jorge Luis Borges, Barcelona, 1987.
Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.
Para saber más.
Margarita Tacheva, Eastern Cults in Moesia Inferior and Tracia (5th Century-4th Century AD), Leiden, 1983.