UN CAPITÁN DE GUIPÚZCOA FRENTE A CARLOS VIII. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El dominio de Italia terminó enfrentando a los Reyes Católicos con Carlos VIII de Francia. Ambas monarquías colisionaron en distintos frentes, más allá del napolitano, y en septiembre de 1495 Isabel y Fernando ordenaron armar carracas en Guipúzcoa y Vizcaya.
Guipúzcoa tenía una importancia estratégica esencial, al ser vecina de los dominios de Carlos VIII. Su capitanía, junto a la de Vizcaya, fue ejercida desde el 20 de mayo de aquel año por don Diego López de Ayala, señor de Cebolla en el área toledana.
Desde Alfaro, los Reyes supervisaron los movimientos de su contrincante en el golfo de Vizcaya gracias a las comunicaciones con don Diego. A principios de noviembre supieron que también Carlos VIII había ordenado armar carracas en la zona.
Como no deseaban que hubiera ningún error en la información, enviaron al capitán a Ochoa de Ibarra, un experimentado vecino de San Sebastián. Junto con otros hombres de la elección de don Diego elaborarían el memorial que guiaría la pérdida de la carraca del francés.
En aquel conflicto, la artillería era esencial, particularmente la de la villa de Pasajes, cuyo baluarte se estaba reforzando bajo la supervisión del capitán. Se encomió la maestría de los lombarderos de Astigarraga para fabricar tiros. Se contaba por entonces con cien quintales de pólvora y se insistió a don Diego que toda necesidad de salitre sería cubierta.
La tesorería del gravamen de la Cruzada, creado durante la guerra de Granada, sirvió para financiar el refuerzo artillero en una guerra que se extendió con alternativas hasta 1498.
Fuentes.
ARCHIVO HISTÓRICO DE LA NOBLEZA.
Frías, C. 18, D. 39.