UN AFRANCESADO JOSEFINO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La guerra de la Independencia tuvo también su componente de enfrentamiento civil entre españoles, pues en la misma también se dirimieron sensibles cuestiones de gobierno y de organización socio-económica.
Desde esta óptica, los afrancesados han sido reconsiderados por la historiografía desde hace décadas, que ya no son despachados como unos traidores arribistas, carentes de toda nobleza. También se ha resaltado la complejidad de tal grupo, distinguiéndose a los josefinos del resto.
Los partidarios de José I Bonaparte o josefinos fueron un selecto grupo de españoles ilustrados, con una importante experiencia en el gobierno y la administración de la Monarquía. Algunos de ellos fueron seguidores del derrocado y denostado Manuel Godoy, y opuestos a los fernandinos de la corte.
Su opinión de Fernando VII, que también colaboró con Napoleón, era mala, y consideraron en términos favorables el cambio de dinastía en España. José I podía ser el reformador de la Monarquía, sin sobresaltos revolucionarios y evitando una guerra nefasta, que a priori juzgaban que concluiría con la derrota española.
Francisco Amorós fue uno de los josefinos más caracterizados. Sobrino de Felipe Amorós, marqués de Sotelo por mandato de Carlos IV, había nacido en Valencia en 1770. Inició su andadura como oficial de la infantería. Nombrado archivero de mapas del ministerio de la Guerra, estuvo en estrecha relación con Godoy y su círculo.
Propuso al hombre de confianza de Carlos IV planes secretos de colonización de Marruecos, y tomó parte en el establecimiento del Instituto Pestalozziano en Madrid, de gran innovación educativa. Destacó su aportación a la enseñanza de la educación física. Se agradecieron sus servicios nombrándolo consejero de Indias.
El motín de Aranjuez perturbó gravemente su carrera. Fue arrestado en su domicilio e interrogado por el Consejo de Castilla. Sin embargo, la llegada de las tropas napoleónicas le brindó una gran oportunidad. El 1 de mayo fue liberado por orden de Joaquín Murat.
La suerte de Francisco Amorós cambió. Fue uno de los notables recomendados por los franceses para la Junta española de Bayona, en su calidad de consejero de Indias. A diferencia de otros más oportunistas, admiró la obra y la persona de Napoleón. Se llegó a entrevistar con el emperador y le presentó sus proyectos de colonización norteafricanos. También hizo campaña a favor del rey José I ante los españoles.
Durante el muy precario reinado del hermano mayor de Napoleón en España, tomó parte muy activa en su administración. En 1809 fue nombrado comisario regio del área de Burgos, Álava, Vizcaya y Guipúzcoa, dirigiendo los guardacostas de la guardia nacional josefina contra los ataques navales británicos.
Ejerció en 1810 como ministro interino de policía en la campaña andaluza de José I, y en 1811 se encargó de la comisaría real en los territorios dominados por el napoleónico ejército de Portugal. Las relaciones con los mandos militares franceses, mucho más atentos a las órdenes de Napoleón que a las de su hermano, fueron difíciles en punto a abastecimiento y represión. Francisco Amorós intentó guardar cierto equilibrio, verdaderamente difícil de conseguir.
Al finalizar la guerra, intentó justificar su conducta ante Fernando VII, sumiso a Napoleón en todo momento. Moriría Francisco Amorós en París en 1848. Sus ideas, más propias del despotismo ilustrado, serían superadas por la marcha de España hacia el liberalismo.
Para saber más.
Rafael Fernández Sirvent, “Un comisario regio de José I: Francisco Amorós”, Historia Constitucional (revista electrónica), n. 9, 2008, pp. 81-107.