TRAGEDIA MEDITERRÁNEA. Por Antonio Parra García.
La opinión pública se conmueve ante la tragedia de muchos inmigrantes en aguas mediterráneas. Su ayer fue cruel y su hoy horroroso. El futuro sólo les depara la muerte a muchos.
En tan deplorable situación emergen agrupaciones delictivas carentes de escrúpulos, que trafican con seres humanos que sólo quieren escapar del infierno. No es la primera vez que se asiste en el mar interior a tan dantesco proceder. Nuestros pobres moriscos lo sufrieron.
En septiembre de 1609 se ordenó la expulsión de los moriscos valencianos y en 1610 la de los de Castilla y Aragón. En Cartagena se embarcaron muchos hacia la regencia otomana de Argel, importante nido corsario.
Las familias moriscas llevaban a cuestas muchos recuerdos y los bienes muebles posibles. Cuando subieron a las embarcaciones que los conducirían fuera de España se encontraron con tipos sin decencia, capaces de lo peor. No pocos eran simples piratas capaces de dedicarse a varios asuntos lucrativos a lo largo de sus vidas.
En marzo de 1611 los cuerpos de muchos moriscos llegaron a la costa de Cartagena. Habían sido saqueados y asesinados por orden de algunos patrones de embarcación. Los lobos y los zorros del campo cartagenero se dieron un verdadero festín con sus cadáveres hasta tal extremo que el rey ordenó la batida de las alimañas, tan perjudiciales para el ganado. Curiosa manera de proteger al ganado cuando se trata a los seres humanos como animales.