¿TERREMOTO MINOICO A LA VISTA EN EUROPA? Por Antonio Parra García.
El auge de partidos políticos populistas de izquierdas en la Europa mediterránea anuncia un terremoto en la política de nuestro continente, según ciertos analistas.
La crisis económica, según los argumentos más usuales, ha acentuado la fractura social, erosionando a las clases medias que ya no confían como antes en los partidos políticos tradicionales, demasiado oligárquicos y vendidos a los intereses creados. La indignación ha dado paso al movimiento organizado, que identifica la crisis con la política del actual gabinete alemán.
La Alemania de la Merkel ha tomado cartas contra Syriza, que amenaza con realizar una importante quita de la deuda griega en caso de victoria electoral. Los griegos pueden abandonar el euro, con todo lo que conlleva. No se advierte sólo por Grecia, sino también por España al temerse que cunda el ejemplo. Las condiciones pueden ser distintas de una nación europea a otra, pero muchos de sus ciudadanos sienten que sus problemas son comunes. Es una vieja cuestión en la política de Europa desde los tiempos de la Reforma.
El cuestionamiento del actual orden de la Unión Europea no es algo baladí precisamente. Muchos de sus ciudadanos no se sienten representados por sus instituciones, y su primera Constitución no alcanzó a ver la luz ante el rechazo de Francia y los Países Bajos en el 2005. Gran Bretaña se plantea un referéndum de permanencia. Animados por el ejemplo islandés de acción ciudadana, justicia ejecutiva y revisión de la deuda en términos nacionales, muchas personas de la Europa del Sur rechazan la austeridad impuesta. Grecia amenaza con disolver una Unión ya de por sí débil en el exterior e insegura en el interior.
El seísmo parece asegurado, con la furia que devastó la Creta de Minos, pero hay dos elementos que nos permiten ver las cosas desde otra perspectiva.
La apertura económica y social de la integración europea ha sido de gran valor para la consolidación de las clases medias continentales tras la II Guerra Mundial. El deterioro de la Unión en términos graves puede ir en su detrimento, algo que estos grupos formados y con muchos titulados superiores saben de sobra. Los potenciales votantes de la izquierda emergente pueden pensárselo dos veces, y apostar por otras opciones. No olvidemos que en el discurso político de aquélla hay muchos elementos heterogéneos hasta tal extremo que ha inquietado al populismo nacionalista en Cataluña con sus ofrecimientos.
La Unión Europea es algo más que un juguete de una Alemania ambiciosa, que se cree vencedora de la postguerra y una de las triunfadoras de la guerra fría. Es una creación auspiciada, no sin ciertas suspicacias, por los Estados Unidos, que la han empleado para ampliar su área de influencia en el Este del continente tras la caída de la Unión Soviética. El ingreso de Rumanía y Bulgaria obedece a tal lógica. La pérdida de una forma u otra de Grecia es inaceptable, máxime cuando no se permite la adhesión de Turquía. Agrandaría terriblemente el área de tensión del Oriente Próximo en un momento de irredentismo ruso y expansionismo islamista.
El euro se puso en marcha para tranquilizar a franceses y británicos acerca de las intenciones de la reunificada Alemania, sirviendo de equilibrio continental, y no puede servir para quebrantarlo. Los Estados Unidos harían un pésimo negocio.
De todos modos no se puede continuar como hasta ahora, a no ser que se pretenda llevar las cosas hasta un extremo en el que la emoción domine a la razón. Junto con una política financiera más clarividente, que beneficiaría a una Alemania necesitada de consumidores para sus productos, se necesitaría que el parlamento europeo se convirtiera en la verdadera representación democrática de los ciudadanos de la Unión por encima de los cabildeos de ciertos gobiernos que secuestran Europa con una intención más dañina que la de Zeus.