TARRAGONA EN LA TORMENTA DE 1714. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El orgullo ciudadano.
La ciudad de Tarragona pasó en octubre de 1705 de la obediencia de Felipe de Borbón a la de Carlos de Austria, los dos aspirantes a la corona española durante la guerra de Sucesión. En la pasada dels Segadors había afrontado dos asedios, y fue agraciada en 1645 con el honor del nombramiento quinquenal de un ciutadà honrat a la barcelonesa. A su nuevo señor de la Casa de Austria le había tributado un recibimiento en junio de 1706 que recordaba al de Carlos I, dirigiéndose a él en castellano. En 1711 su causa estaba de capa caída en España.
Una ciudad fiel a Carlos III de Austria.
En la primavera de 1711 Tarragona todavía se encontraba bajo el condominio del rey y del arzobispo, y su municipio se organizaba según lo dispuesto por Felipe II. Los tres cónsules de designación anual, cada uno por cada categoría o mà, presidían las reuniones de su consell. Su gobierno militar dejó sentir su presencia desde la guerra dels Segadors a la de Sucesión. Durante aquellos años de conflicto sus preocupaciones fueron más allá del arrendamiento de los impuestos locales o del nombramiento del predicador de Cuaresma. Convertida en plaza de armas de los Austrias, la presencia de militares resultaba muchas veces problemática. Se tuvo que recordar al comandante del regimiento de la reina que no se podía tener taberna propia en el cuartel, pues entraría en competencia con la de la ciudad.
Llegan nuevas tropas.
Tras las demostraciones de duelo por la muerte del emperador José I (hermano de Carlos de Austria), llegaron a comienzos de junio cuatro regimientos de infantería de guarnición que requirieron alojamiento. Ni los privilegiados pudieron escapar de la carga, pidiendo la compensación por la pérdida de alquileres de vivienda a eclesiásticos y forasteros. Su majestad británica, aliada de Carlos III, no tuvo empacho en reclamar los gastos de guarnición a la misma Tarragona. El atraso de las obras de las fortificaciones y estacadas forzó nuevos donativos de una ciudad endeudada, castigada por la sequía, falta de carne y lacerada por la abundante circulación de dineros falsificados. En el hospital de pobres la situación era crítica, interesándose por su suerte la propia emperatriz Isabel, esposa del rey Carlos.
La ruptura y la evacuación de los aliados.
En septiembre de 1712 las relaciones entre Austria y el Reino Unido se encontraban muy deterioradas. Londres no tenía intención de restaurar el imperio de Carlos I, y firmó un armisticio con las potencias borbónicas. El 9 de aquel mes el vicealmirante inglés solicitaría Tarragona para concentrar sus tropas de cara a la evacuación, pero sus aliados de la víspera creyeron que se trataba de una maniobra para apoderarse de la plaza, y a partir del 13 llegarían a Tarragona fuerzas alemanas de los Habsburgo.
Las compañías alemanas se apropiaron sin consideración de la leña de la ciudad, maltratando a sus naturales de vigilancia. Finalmente los ingleses marcharon por Salou, y más tarde ayudarían a evacuar a la emperatriz Isabel y a su corte, dejando atrás a sus partidarios en España y en el Principado.
Un nuevo arzobispo.
Cuando Isidoro Bertrán, arcediano de la catedral de Gerona, fue nombrado arzobispo fue felicitado en octubre por una embajada tarraconense en Barcelona, pero al acogerse numerosos delincuentes al sagrado de las iglesias las relaciones se agriaron. El veguer llegó a encajar una pedrada de aquéllos, contra los que se movilizó el sometent o la milicia vecinal en un clima de inseguridad pública generalizada.
En mayo de 1713 el arzobispo pidió que se le tributara en breve la entrada pública, pero la ciudad se negó de momento por el ambiente atenazante. Comenzaba un conflicto que duraría años.
El Principado en peligro.
En Utrecht se había acordado la salida de Cataluña de las autoridades reales y de las tropas de Carlos III, quedando sus fieles reducidos a la defensiva entre Tarragona y Barcelona. En junio de 1713 la Diputación del General expuso la gravedad de la situación, y el consell de cent de Barcelona y el brazo militar convocaron la Junta de Brazos en ausencia de su monarca para decidir el camino a tomar. El antiguo cónsul Josep Baget sería el representante de Tarragona.
Se supo que el 30 de junio se publicaría el armisticio en Cataluña, y que el 14 de julio se debería de entregar a los borbónicos una plaza en garantía de cumplimiento. Se creyó que Tarragona sería la gran sacrificada, y el 1 de julio los vegueres convocaron al consejo municipal para rendirse ante el duque de Pópuli, evitando la pérdida de los privilegios ciudadanos.
La entrega a los borbónicos.
Tarragona no seguiría el numantinismo de la Junta de Brazos al no ser forzada por un grupo de exiliados políticos procedentes de otros puntos de España (los temidos forasteros), con gran influjo entre el pueblo de Barcelona. El 7 de julio Baget recibiría instrucciones para negociar. Las tropas de Felipe V ya estaban sobre Cambrils el día 9 con la pretensión que el 15 se entregara Tarragona o Barcelona.
El 11 llegaba la noticia de la inminente llegada del marqués de Lede, destinado a convertirse en el comandante militar de Tarragona, cuyos munícipes ya consideran a Felipe V nostre rei i senyor, que Déu guarde. A Cambrils acudirían los emisarios tarraconenses para rendir pleitesía.
El de Lede exigiría el 16 la marcha de la ciudad de todos los forasteros y que tres personalidades locales lo acompañaran en su entrada oficial, que no tranquilizaría precisamente a los naturales. Muchos de los miembros del consell se negaron a asistir a la sesión del 20.
Las inacabables exigencias.
Por el momento se mantendría, purgado, el sistema de gobierno municipal al servicio del nuevo rey, que como el anterior requería de sus fieles de todo contra sus enemigos. A través del sargento mayor de la plaza se pedirían grandes cantidades de paja y de leña, además de dar alojamiento a nuevos batallones. La cofradía de pescadores de Sant Pere tendría que proporcionar cuarenta hombres y seis embarcaciones.
En diciembre de 1713 se obligaría a los fieles del Principado a mantener durante el invierno a 123 batallones de infantería y 103 escuadrones de caballería para aniquilar a los rebeldes de Barcelona. El cuartel de invierno pagado por una Tarragona de unos 1.424 vecinos ascendería a 9.800 libras, cuando sus ingresos anuales llegaban a duras penas a las 11.000 libras. Las noticias de la caída de Barcelona el 11 de septiembre de 1714 llegaron días más tarde a Tarragona, que en fecha del 20 del mismo felicitó a las gloriosas armas del rey, invocando a la par benignidad con los vencidos. No fue fácil sobrevivir a aquella maldita guerra, y muchos tuvieron que navegar entre el servilismo y la conciencia. A partir de 1717 se alteraría el régimen muncipal de Tarragona, pero esa ya es otra historia.
Fuentes.
Archivo Histórico Provincial de Tarragona, Acords municipals de 1711-13, 1.6.1 (209), y Acords muncipals de 1713-15, 1.61 (210).