TARRAGONA ANTE LAS GERMANÍAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Tiempos difíciles.
Bajo el arzobispo Pere Folc de Cardona, nombrado virrey de Cataluña el 10 de abril de 1521, Tarragona vivió una situación harto complicada. El inicio del reinado de Carlos V estuvo marcado por el descontento y la rebelión en sus reinos hispanos. En Cataluña, también había motivos de protesta, pero no se experimentó una sacudida como la de las Germanías en Valencia y Mallorca.
Se han aducido diversos motivos al respecto. El Principado todavía convalecía de las pasadas guerras civiles del siglo XV. La presencia temporal en 1519 de Carlos V en Barcelona (donde conocería su elección imperial) concentraría importantes medios de disuasión, como las comitivas de los nobles que fueron a rendir pleitesía al monarca. Se ha hablado, incluso, de una simpatía de los catalanes por don Carlos. De forma más realista, los consejeros de Barcelona atribuyeron el freno de las protestas a la difusión de la peste.
En 1520-21, los gobiernos municipales catalanes tuvieron que enfrentarse a una combinación de inseguridad militar, crisis sanitaria y carencias alimentarias, ciertamente explosiva. Las exigencias tributarias de la corona añadieron nuevos problemas. Tampoco eran fáciles las relaciones entre los poderosos y la gente del común. En Lérida se denunció por las autoridades un enrarecido clima social.
La ciudad de Tarragona, atenta a lo que estaba aconteciendo en Valencia, se vio zarandeada por estas dificultades. Sin embargo, la rebelión no prendió allí.
El gobierno municipal y sus obligaciones.
La personalidad de Tarragona como entidad municipal, más allá del poder señorial del arzobispo, se hacía visible en sus símbolos. Se pusieron las señales de Santa Tecla en el molino de la ciudad y la imagen de la santa junto a las armas ciudadanas en la fuente del Corral, la actual plaça de la Font.
En el tercer día de Pascua de Resurrección de 1520, se nombró el consejo de Tarragona por insaculación. Los cónsules salientes fueron micer Francesc Mediona, Lluís Jover y Francesc Creus. Se registraron diez consejeros de la Mano Mayor, siete de la Mediana y catorce de la Menor. Los nuevos cónsules fueron Miquel Joan Bergueta, Joan Rossell y Joan Caselles. Francesc Sitges fue nombrado almotacén; el hostelero Joan Miró el Menor, obrero; Joan Delgado, clavario; Lluís Jover, receptor; y Bernat Luida y Francí Miró, oidores de cuentas. En las bolsas de consejeros, encontramos quince nombres en cada una de las tres manos. En la Menor tuvieron cabida los hosteleros.
Los cónsules tenían el deber de velar por el bien de la cosa pública, de los menores, viudas y pobres. La Divuitena o ejecutivo municipal lo conformaron los tres nuevos cónsules, los tres anteriores y cuatro representantes de cada Mano.
El municipio disponía de grandes competencias entonces, superiores a las actuales. El 16 de abril de 1520 se nombraron los sobreposats o encargados de las viñas. A 8 de septiembre faltaba vino en Tarragona y se escogieron veintinueve viñadores del término para que gestionaran la entrada de vino forastero según las Ordenanzas.
A veces se chocó con las autoridades de otros municipios. El 22 de abril de 1520 se requirió a los consejeros de Barcelona acerca de la prohibición de entrar a los tarraconenses en la Ciudad Condal durante diez años. Ya se pudieron comprar tejidos allí el 4 de abril de 1521.
Por el momento, se mantuvo el equilibrio político entre los grupos sociales tarraconenses. El privilegio de insaculación de 1501 funcionó y no se formó nada similar a una Junta de los Trece, al modo de los agermanados valencianos. Las funciones municipales, aunque con dificultad, se ejecutaron.
La importancia del saber.
A comienzos de 1521 se sentía vivamente la necesidad de un maestro de las escuelas de gramática, casi desde hacía cincuenta años. La formación jurídica era crucial en un tiempo de recurso creciente a los tribunales, aunque la presencia de gente armada se encontraba a la orden del día.
El temido armamento popular.
A comienzos de 1520 saltaron las alarmas por las acciones de las naves berberiscas, les fustes mores. A 2 de enero se ordenó que se extremara la custodia de los portales y a 18 del mismo mes se decidió elegir los comandantes de las cincuentenas y las decenas de la hueste municipal. Se envió una embajada al monarca para que lo confirmara, antes que se iniciaran las Cortes de La Coruña el 31 de marzo. El armamento popular era temido por las autoridades reales, por muy justificado que fuera, pues podía ser el inicio de una rebelión en toda regla, al modo de las Germanías.
En Tarragona, el poder municipal mantuvo el armamento del vecindario bajo control. El 16 de abril de 1520 se nombró una comisión (con los cónsules y tres representantes) para comprar artillería, pólvora y otras armas. Se decidió el 11 de abril de 1523 lograr una pieza de artillería de bronce por la temporada de moros, planteándose la cuestión de su custodia. Por entonces, pescadores, marineros y otros particulares pidieron protección ante las incursiones musulmanas y se requirió la ayuda de las fuerzas del Campo de Tarragona. Con los años, el problema de la indefensión se agravaría.
La lucha contra la peste.
El riesgo de epidemia acompañó a la inseguridad militar. El 16 de abril de 1520 se escogieron los morberos por los tiempos de peste: los cónsules y ocho representantes. El 2 de mayo, la Divuitena estableció las condiciones de la guardia del morbo: los portales debían ser guardados por una fuerza de cuarenta a cincuenta personas del Inmemorial, en los caminos se guardarían las precauciones, se controlarían las mercancías, se cerrarían las ventanas de las murallas, se inspeccionarían los monasterios y las casas del término y se impondrían las penas oportunas. Las medidas de aislamiento no son, ni de lejos, patrimonio de nuestra época de coronavirus.
A 4 de mayo de 1521 se pagaron los salarios de los médicos. Sin embargo, se hizo patente el 28 de noviembre el zarpazo de la peste sobre las gentes, junto con la carestía de alimentos. En la cercana Constantí la enfermedad había atacado con singular dureza.
El complicado abastecimiento de alimentos.
La provisión de vituallas era esencial para frenar la virulencia de la enfermedad y contar con recursos ante un ataque enemigo. Disponer de cereal resultaba más que necesario. El 16 de abril de 1520 se prohibió la venta de trigo en los hostales y las casas particulares, y el 8 de mayo se ordenó comprar más trigo. Se arrendó el 27 de enero de 1521 la tabla del carnero.
A 4 de mayo, se dedicaron sumas de dinero de la tesorería municipal para comprar más cereal todavía. El 11 de abril de 1523 se discutió si la tienda de la ciudad en la plaza de la Cuartera se convertiría en un almudín. La lucha por el pan fue persistente.
La pugna con las exigencias reales.
Las relaciones en aquellos atribulados días con el nuevo príncipe, Carlos I de Habsburgo, y sus oficiales distaron de ser fáciles, como a veces se ha sostenido con no poca ligereza.
El 17 de septiembre de 1520 se estudió no satisfacer los coronajes, encargándose del tema al abogado micer Mediona, entre otros, que debería de exponer el caso al Maestre Racional. De poco sirvió, pues el 28 de noviembre de 1521 se insistió que a partir del primero de septiembre se impondría un sueldo por cada libra despachada en las carnicerías para pagar tanto el coronaje y como el maridaje, algo que los arrendadores de derechos debían tener bien presente.
La defensa de los privilegios locales era de singular importancia. Se recordó el 8 de octubre de 1521 que en la pasada vigilia de San Juan se había nombrado el veguer real, en ejercicio por dos años, y se pidió al monarca que guardara aquéllos.
El ambiente era harto mejorable, y el 1 de diciembre de 1521 los cónsules fueron requeridos por el procurador fiscal de la Real Audiencia por el pago de los derechos enunciados y por salir en somatén. Las autoridades reales temieron que el armamento vecinal terminara convirtiéndose en la punta de lanza de una rebelión contra los impuestos. A 11 de abril de 1523 todavía se arrastraba la cuestión del maridaje.
Tiempos de inquietud social.
En la primavera de 1520 prendió en Cambrils la rebelión contra el duque de Cardona, su señor, que al final no contó con la ayuda definitiva de las autoridades barcelonesas y tarraconenses.
En la vecina Tarragona también hubo motivos de preocupación, y el 8 de noviembre de 1520 se nombraron siete defensores de los asalariados del término. Como el encarecimiento de la vida era una triste realidad, los caballeros se interesaron el 12 del mismo mes sobre el lujo de los chapines femeninos. Sin embargo, las relaciones entre el poder municipal y del arzobispo pasaban por un momento apacible, lejos de las tensiones de otros momentos. Los poderosos hicieron causa común y pudieron evitar la rebelión.
Fuentes.
ARXIU HISTÒRIC DE TARRAGONA.
LIBER CONSILIORUM ANNI CONSULATUS, 1520-1523.