SOBRE LO ESPECÍFICO DEL SISTEMA ECONÓMICO CHINO. Por Cristina Platero García.
Para entender los procesos económicos es necesario tener ciertas nociones de lo que implica esa ciencia moderna nacida con la Escuela Clásica de Economía de la mano de Adam Smith, David Ricardo o Thomas Malthus, entre otros, a finales del siglo XVIII. A partir de ese momento, un sinfín de estudiosos han definido hasta hoy el funcionamiento de la economía, dando las pautas sobre unos comportamientos que se han convertido en idolatrías. Y es que, especializarse en el gobierno del mundo, no es cosa menor.
A nuestro pesar, a pesar de que el dinero gobierne nuestras vidas, escapa a nosotros el saber con certeza qué va a pasar con las subidas y bajadas del mercado. Ni siquiera los expertos lo saben con seguridad. La “mano invisible” está ahí. Es algo que está por encima de nuestras posibilidades. Y el conocimiento que poseemos acerca de los ambages del liberalismo económico llega a ser verdaderamente escueto; resumido en someras ideas acerca de la ley de la oferta y la demanda, el valor tiempo del dinero, y poco más.
Pero no se asusten. No va a ser este un artículo acerca de datos macroeconómicos o primas de riesgo, sino que nos limitaremos a dar unas pinceladas acerca de la historia reciente de la nación China.
En ellas, aunque hablemos del ámbito de la economía, se intentará hacer de una manera comprensible, a través de una serie de indicadores que quizás sirvan de clave para entender un poco mejor qué hace a China diferente, dentro de los agentes capitalistas del mercado global.
En la China posmaoísta destacan las reformas de Deng Xiaoping, con las cuales se introdujo una serie de estímulos económicos para el crecimiento del país. El régimen de comunas agrícolas fue el primero en ser modernizado, permitiendo a los campesinos vender parte de la cosecha en vez de hacerla llegar por completo a los almacenes del Estado; una reforma que representaba un tímido paso hacia la propiedad privada.
El experimento dio resultado y la producción agrícola aumentó, y con ello, una serie de mercancías quedaban disponibles en los mercados de consumo. En ese cambio entraba, de facto, la movilidad laboral, inexistente hasta la fecha. Así, se permitía a los campesinos viajar a las pequeñas ciudades para vender los productos y era posible trabajar fuera de la propia aldea.
Entre 1981 y 1984 Deng Xiaoping instauró en Shenzhen, Xiamen, Zhuhai y Shantou las primeras Zonas Económicas Especiales. En ellas las reglas de la producción comunista desaparecían para atraer inversiones extranjeras. Comenzaban así las primeras inmigraciones nacionales, pero de ningún modo supusieron desequilibrios socioeconómicos graves pues la movilidad fue gradual.
Al principio, las migraciones del campo a la ciudad estaban reguladas en todos sus pormenores y aquello no cambiaría hasta la segunda mitad de la década de los 80, cuando se flexibilizaron las normas de desplazamiento. En 1990 se contaban aproximadamente seis millones de trabajadores migrantes; en 2008 eran ya 200 millones los trabajadores rurales que se desplazaban a las zonas urbanas.
Pero todo aquel éxodo, lejos de lo que cabe esperar, tampoco fue dramático para la economía del país, y aunque constituye la mayor migración económica de la historia, no provocó estragos; no al menos a corto plazo, ya que todo ocurrió de un modo ordenado.
No cabe duda que las primeras décadas de capitalismo en China han beneficiado enormemente a empresas extranjeras además de servir de potente generador de empleo industrial en la nación. El poder colectivo de la población china ha crecido a pasos agigantados. Sin embargo, la preponderancia económica de algunos sectores respecto a otros conlleva desigualdad, algo que supone una herejía al régimen comunista.
Para que los chinos entendieran por ellos mismos esta paradoja, el hábil líder que llevó a cabo la liberalización económica del país, Deng Xiaoping, lanzó inteligentes proclamas como la de “dejemos que algunos se hagan ricos antes que otros y después estos ayuden a hacer lo mismo”.
La ecuación funcionaba y los chinos abandonaban la lucha de clases, muy arraigada entre ellos. Se podía seguir los dictámenes del mercado, aun a riesgo de ser discriminados económicamente. Y muchos, gracias al incentivo de verse beneficiados en un futuro, esperan su turno para enriquecerse.
Una de las explicaciones podría estar en lo que los sociólogos especializados entienden como una “regulación diferente del yo” entre la población china. Si en Occidente se practica una banalización de las pasiones, que conlleva individualismo, vinculado con el egoísmo y el narcisismo, la nación china está habituada a practicar una fórmula que combina dosis de confucianismo con sentimientos de gran sacrificio por la familia, por el país, en redundancia, junto a, claro está, el temor a unas leyes severas.
La sociedad china es sistemáticamente “protegida” desde la guardería, y el Partido cuida de que la historia de china no se reescriba al antojo de cualquiera. La actuación de Mao fue ya sentenciada en la balanza de los juicios emitidos por sus sucesores: “Mao tuvo un 70% de aciertos y un 30% de errores”. Por lo que variar estos porcentajes no es conveniente. Por ejemplo, en Weibo, el equivalente chino de Twitter, la información es filtrada y evaluada por el Estado, pero como en cualquier medio de comunicación o red social del país.
Mao quería controlar la mente de su pueblo, tanto en el ambiente rural como en el urbano. Los chinos fueron forzados a adoptar una visión utópica, con su versión de la historia. En opinión del ensayista Ian Baruma, especializado en historia y literatura china, “en cierto modo Mao convirtió China en un parque temático grotesco, en donde todo lo visto, dicho o escuchado se debía adaptar a sus fantásticos dictados”.
Aquellos que son más críticos con Mao Zedong lo consideran responsable de unos 70 millones de muertos; otros más indulgentes rebajan la cifra dando ya como resultado opiniones dispares, muy diversas en base a los diferentes matices que se podrían ir deshilvanando a lo largo de las casi tres décadas en las que el dictador estuvo al frente de la República Popular China.
No obstante, objetivamente no se puede obviar que durante aquel periodo la esperanza de vida entre la población china aumentó de los 35 a los 70 años, y el analfabetismo declinó de un 80% a un 10%, ya que se instauró la educación básica obligatoria a partir de los nueve años; unas tasas que pueden servir como indicadores del grado del desarrollo económico alcanzado por un país en época contemporánea.
El revisionismo de Deng Xiaoping, nuevo líder máximo del Partido Comunista Chino desde 1981, consistía, como ya se ha comentado, en inyectar propuestas del liberalismo económico mientras se seguía ejerciendo un férreo control sobre la cultura y el pensamiento libre. Era necesario animar la economía del país, pero una cosa no quita la otra; y así se continúa.
El Partido Comunista de China ha controlado rigurosamente la liberalización de la economía, y otra de las medidas de Deng Xiaoping fue la de crear modelos de ciudades costeras capitalistas. Esas ya comentadas Zonas Económicas Especiales estarían apartadas en lo mayor posible del resto de China, para tener su influencia controlada. Indudablemente aquella decisión contemplaba también los puertos de salida internacional.
De esta manera los enclaves de Shenzen y otras Zonas Económicas Especiales fueron construidos como parques temáticos del capitalismo, cuya arquitectura y paisaje no eran acordes a la tradición cultural del país, pero se construían con vistas al futuro, de tal manera que los rascacielos, estaban semivacíos sí, pero eran una ventana al mundo desde la que mostrarse, con una imagen de prosperidad y de receptividad a la vez.
Deng Xiaoping fue también el encargado de promover las negociaciones con Margaret Thatcher para la devolución de Hong Kong, efectiva desde el 1 de julio de 1997. Perdida por el imperio chino tras la Primera Guerra del Opio (1842), Hong Kong es actualmente una de las dos Regiones Administrativas Especiales de la República Popular China junto a Macao (antigua colonia portuguesa transferida a China en 1999).
El revisionismo de Deng Xiaoping también le llevó a mantener nuevos vínculos con la URSS, y a normalizar las relaciones con Estados Unidos. En este suma y sigue, las políticas económicas fueron muy exitosas, atemperando la ideología comunista mediante los ensayos de la empresa privada, las inversiones extranjeras y la reducción parcial de la participación del Estado sobre la agricultura y la industria.
En definitiva, a aquel modelo económico se le terminó por llamar de manera oficial como Socialismo con Características Chinas y consiste en que el Estado controla aún gran parte de la economía, pero deja espacio a la iniciativa privada.
En esa labor se halla todavía el actual presidente chino, Xi Jinping, que dio a luz al denominado “Pensamiento de Xi Jinping” o “Pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”, una doctrina política que se añadía a la Constitución del Partido Comunista en 2017, junto al pensamiento de Mao Zedong y Deng Xiaoping.
Para comprender la magnitud del éxito de este modelo, cabe reportar aquí la comparativa que hizo el Premio Nobel en economía Amartya Sen entre India y China. En la primera de estas dos naciones la esperanza de vida media es de 64,4 años, mientras que en China ya se alcanzan los 73,5 años. India tiene una tasa de analfabetismo muy alta, el 34% de la población no sabe todavía leer y escribir; China presenta un 6% de población analfabeta. El gasto en servicios sociales (educación, salud, nutrición infantil, etc.) ha aumentado en la India, pero sigue estando muy por detrás de su gran competidor asiático. China dedica un 2% de su PIB a la salud; India solo el 1%.
Pero, pese a todo lo mencionado, China sigue partiendo de desventajas en su política. La nación india puede demostrar un entusiasmo por la democracia, aun entre las clases más bajas. India tiene la mayor cantidad de periódicos en circulación en el mundo y 360 estaciones de televisión independientes. Esto no muestra sino una gran pluralidad social; la libertad de expresión como derecho fundamental. Y, un último dato, aunque no podemos garantizar que sea preciso: el gobierno chino puede ejecutar a más gente en una semana que toda la que ha sido ejecutada en India desde 1947.
Según informes de Amnistía Internacional, China ejecutó a 690 personas en 2018, pero son cifras estimadas, ya que el gobierno chino es muy parco en esto y ofrece datos arbitrarios sobre hasta qué punto está siendo aplicada la pena capital en el país.
El Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de China constituye el organismo de toma de decisiones de los máximos dirigentes del Partido Comunista de China, y este no está sometido a la presión pública.
No obstante, comprendemos que la independencia de las prácticas democráticas no está reñida con las ansias de los líderes del partido por mantener una lucha contra la pobreza, la desnutrición y la falta de servicios sociales.
En 1979, año en que se emprendieron las reformas económicas del país, el gobierno chino eliminó a su vez el derecho universal a los servicios médicos, que anteriormente estaba administrado por las Comunas. La población tenía dos opciones: o no enfermar, o proporcionarse un seguro médico. La longevidad china se vio reducida; no fue hasta 2004 cuando se reintrodujo el sistema de salud público. Es en cambio casi público, ya que ni es universal ni es gratuito. Allí se tiene instaurado el copago en todo el país.
Desde 1989, cuando la Europa del Este se rendía a los pies de una democracia de tipo occidental, China, dentro de su Socialismo de características chinas, supera en condición de vida media a muchos países de la antigua Unión Soviética, gestionando el proceso de globalización de una manera casi sin parangón.
La globalización es a simple vista como una tortilla: una vez hecha, es imposible separar los huevos. Sus ventajas son muchas. Con el desarrollo del mercado global existe un mayor número de bienes y productos en circulación que generan riqueza a los países productores y exportadores, lo que redunda en un mayor bienestar de su población; si es que la riqueza es redistribuida.
Por otro lado, la llamada “aldea global” procura una interconexión de la sociedad mediante los recursos informáticos, favoreciendo un acceso a la información de todo el planeta, con el proceso de intercambio cultural que ello implica; si es que no hay censura de por medio.
Aumenta el turismo, y lugares que solo podríamos ver a través de las películas se aparecen ante nosotros con solo coger un vuelo comercial; con las repercusiones que todo ello tiene sobre el medio ambiente.
La globalización se nos presenta como la única senda por la que caminar. No obstante, ¿qué hay de la capacidad del Estado nacional como ente de control y administración? ¿Qué ocurre con la pérdida del comercio local? ¿Hasta dónde es permisible la injerencia extranjera? ¿Son los grandes grupos multinacionales una especie de Oráculo de Delfos?
La brecha de la pobreza aumenta cada año, aun siendo el desarrollo tecnológico mayor que nunca. Mientras, la construcción de una identidad homogénea global amenaza la particularidad de los pueblos. La uniformidad en el consumo nos hace aspirar a querer poseer los bienes que la cultura hegemónica nos ha marcado como necesarios.
De momento, nuestra vida, continúa. Que no es poco.
“El agua hace flotar el barco, pero también puede hundirlo.” (Proverbio chino)
BIBLIOGRAFÍA.
- MÁRQUEZ MUÑOZ, J.F. (2013), Sociedad, violencia y poder. De las religiones axiales a la modernidad, Tomo II, (UNAM).
- https://www.clarin.com/mundo/pena-muerte-china-mayor-ejecutor-mundo_0_qKQTJQ6it.html
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