SIRIA Y RUSIA, VIEJAS AMIGAS. Por Antonio Parra García.
La Unión Soviética heredó de la Rusia zarista su apetencia por las aguas mediterráneas, una querencia que también ha sido heredada por la nueva Rusia.
Tradicionalmente Turquía, el viejo imperio otomano, se ha opuesto a los designios rusos desde el siglo XVIII al menos, lo que ha obligado a los rusos a buscar apoyos en el Oriente Próximo para saltar el cerrojo.
La Guerra Fría añadió nuevos elementos de complicación a este problema ya de por sí intrincado. La irrupción en la región de Estados Unidos, muy vinculado con la Arabia Saudí ultraconservadora y productora de petróleo, y el conflicto entre Israel y los pueblos árabes acrecentaron las tensiones.
Al comienzo de la Guerra Fría Washington desconfió de un Israel de tendencias socialistas y con muchas gentes procedentes de la Europa Oriental y del viejo imperio ruso. Se temió que los soviéticos dispusieran de un apoyo para llegar al canal de Suez y quebrar la línea de contención estratégica occidental.
La realidad, como es bien sabido, fue otra. Israel terminaría acreditándose como uno de los principales aliados de Estados Unidos, llegando a veces a influir poderosamente en su política exterior. Los soviéticos dirigieron su mirada a otros.
Entre los pueblos árabes antiguamente sometidos al dominio otomano prendió el deseo de liberación en forma de anticolonialismo y de cambio, a veces expresado en clave nacionalista y socialista. La República Árabe Unida alentada desde Egipto y aceptada en Siria amalgamó ambas líneas. El partido Baas fue su expresión política.
La disgregación de la citada República no invalidó el régimen de socialismo árabe en países como Siria, que fueron cortejados por la Unión Soviética de Leonidas Breznev, empeñada en extender su influencia en África, Asia y América.
En el reñidero del Oriente Próximo, el Líbano se convirtió en uno de los más sangrientos frentes de combate. Los israelíes lo invadieron para acabar con sus adversarios palestinos y los sirios salieron en contra de aquéllos. Lograron detenerlos en el valle de la Bekaa.
En noviembre de 1982 Yuri Andropov, durante las exequias de Breznev, recibió al presidente sirio Assad en Moscú con el propósito de reforzar su alianza. La Unión Soviética aprovisionó a los sirios con aviones Mig 23 S con radares, helicópteros MI-24, 300 carros de combate T 62 y T 72 y con cohetes de un alcance de 350 kilómetros.
Los soviéticos, asimismo, instalaron dos bases de misiles tierra-aire en Dumeir (al Este de Damasco) y en Shimshar (al Sur de Homs), a la par que dos aviones provistos de radares custodiaban el espacio aéreo sirio. Fuera del Pacto de Varsovia, Siria se beneficiaba de importantes garantías militares soviéticas.
Los sirios también actuaron como interlocutores de los soviéticos en la región. Ofrecieron no sólo su ayuda a los emblemáticos palestinos, sino también a Irán en su guerra con Irak. En el Líbano la manifestación de tal alianza URSS-Siria-Irán fue el movimiento de Hezbollah.
La Guerra Fría ha pasado a la Historia y la intervención estadounidense en Afganistán e Irak ha añadido nuevos elementos de complejidad. Sin embargo, quedan en pie viejas aspiraciones geoestratégicas, como las de una Rusia que ha aguardado su intervención en Siria para salvar a su viejo aliado y Estado clientelar. La reanudación de contactos entre Irán y Estados Unidos también ha inclinado a los rusos a intervenir en un momento de relativo apaciguamiento de la frontera ucraniana. ¿Quién dijo que la Historia había tocado a su final? Una vez más nos muestra su cara.