SAN JUAN Y EL MIEDO AL MOTÍN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
A finales del siglo XVIII el mundo occidental empezó a cambiar. En la América del Norte las Trece Colonias se emanciparon de Gran Bretaña para formar una nueva república, la revolución estalló en la Francia del absolutismo y en España las transformaciones se aceleraron a partir de la guerra de la Independencia. El liberalismo entró con fuerza en la Historia del mundo, y todo se remodeló al final sin excepción. Ni las tradicionales fiestas de San Juan escaparon a ello, pues su celebración suscitó no pocos resquemores entre las distintas autoridades. Para algunos, su bullicio invitaba a la subversión del orden establecido.
La afluencia de gentes forasteras inquietó sobremanera a las autoridades del Madrid absolutista, pasada la guerra contra Napoleón. Sus alcaldes de Casa y Corte lanzaron un bando el 16 de junio de 1815 contra todos los que provistos de instrumentos ridículos (panderos, sonajas, bocinas, zambombas, gaitas, caracolas o silbatos) turbaran las noches de San Juan y de San Pedro, acompañadas de palabras obscenas y demostraciones lascivas. La moral más agria trataba de imponerse a los desahogos de una sociedad que había padecido los desastres de la guerra. Incluso se vedó la venta de ramos y flores en Santa Cruz pasado el toque de oración. En consonancia con tan duras posiciones, las penas amenazaron con ser severísimas: los varones serían condenados al denostado servicio de armas por ocho años, y las mujeres recluidas a discreción.
Semejantes prevenciones ante las alegres veladas de San Juan se trasladaron a la América española, que por entonces combatía en muchos lugares por su independencia. En 1835, con un ambiente político tenso en la Península, se suprimieron en Puerto Príncipe, Bayamo y otras localidades las carreras de caballos por San Juan.
No sería la última vez que San Juan haría saltar la alarma entre las autoridades españolas del Caribe, especialmente tras el inicio de la guerra de independencia cubana en 1868. En Puerto Rico, su gobernador notificó el 25 de julio de 1871 que las fiestas de San Juan se estaban desarrollando en la capital con regocijo y sin incidentes, resultando las noches particularmente animadas.
Se organizó el programa de las puertorriqueñas fiestas de San Juan en 1872 para evitar incidentes. Los habitantes se entregarían a la celebración después de sus faenas, con cada clase social en su lugar. El 15 de junio de 1872 se hizo público.
Se correrían los populares concursos de caballos por la calle los días 23, 24, 18 y 29, prohibiéndose todo disparo de armas. A las 21.00 horas del 23 se haría una serenata a cargo de las bandas militares en la plaza principal de la capital. A las 9 de la mañana de San Juan se oficiaría la misa solemne con asistencia del Ayuntamiento, a las 17.00 la mascarada popular por las calles y a las 22.00 el baile de etiqueta en el teatro. El vital San Juan se encauzaba por las vías de la oficialidad o al menos tal cosa se pensó.