SALVADOR DE VERA, MARINO DE LA ESPAÑA ILUSTRADA.
El siglo XVIII no resulta a los historiadores tan belicoso como el anterior tradicionalmente, quizá porque dejara de lado la notable hostilidad religiosa de la guerra de los Treinta Años. De todos modos, por mucho que se intentara establecer un cierto equilibrio de poderes dinásticos en Europa, se combatió a brazo partido por el dominio de los mares y del predominio en Ultramar. Los británicos y los franceses se disputaron la hegemonía en la América Septentrional, el Atlántico Norte y el Indostán. Los españoles hicieron causa común entonces con los franceses, más por motivos estratégicos que dinásticos. La protección y fortalecimiento de sus posiciones en las Indias motivaron la formación de una poderosa armada, que recuperara en la medida de lo posible las posiciones perdidas en el XVII tras la batalla de las Dunas.
Los ministros de la dinastía borbónica se interesaron en la política de reconstrucción naval, aunque no siempre los reyes siguieron los mejores consejos. Un hombre de la talla de Jorge Juan instó a Carlos III a construir una flota de embarcaciones ligeras y bien artilladas, en lugar de los pesados buques de estilo francés que terminarían hundidos décadas más tarde en Trafalgar.
De la misma opinión que Jorge Juan fue el intrépido Antonio Barceló, que inició su carrera militar como corsario. Sus jabeques hicieron mejor papel que las baterías flotantes que zozobraron ante Gibraltar. A sus órdenes sirvió el marino Salvador de Vera (1758-95), cuya biografía ha escrito Jorge Vera de Leyto Aparici con gran acierto.
En su libro Un marino de Carlos III. Salvador de Vera (1758-1795), publicado por L´Eixam Edicions en 2016, nos adentramos, a veces de manera novelada, en un mundo de hombres de mar y de servidores del rey, no siempre bien escuchados por las autoridades ni reconocidos por sus compatriotas. Desde su Cartagena natal, el periplo de don Salvador discurrió por Gibraltar, Argel y Cerdeña fundamentalmente. Vivió el ápice de la España imperial de Carlos III y el comienzo de su declive a partir de los cambios diplomáticos introducidos por la Revolución, pero su hoja de servicios no deja de consignar las insuficiencias de un imperio que no consiguió hacerse con el dominio del estrecho de Gibraltar ni rendir la plaza de Argel, tenaz adversaria de los españoles.
Con toda la razón, se nos introduce en los entresijos del poder marítimo español, con sus marineros honrados gaditanos, sus tripulantes obligados por la matrícula de mar y sus oficiales con aspiraciones. No sin poca dificultad y no menor gasto se formaron expediciones navales como la dirigida contra Argel, a la que no le sonrió el éxito. Las insuficiencias de la organización de tiempos de Carlos III se dejaron sentir con dramatismo en el reinado de su hijo.
Todo ello lo refiere Jorge Vera con sencillez y de forma entretenida, demostrando que la biografía es un medio diáfano para mostrar otras realidades. En sus páginas se plasma con frescura de dibujante la personalidad de un hombre que murió en la flor de la vida, con el ancho mar como campo de sus inquietudes y de su voluntad de servicio, que a buen seguro le hubieran conducido a Trafalgar tras su triunfo en Cerdeña.
Víctor Manuel Galán Tendero.