SALADINO SE DISPUTA IFRIQIYA CON LOS ALMOHADES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
La hegemonía en el Mediterráneo estuvo en discusión durante la segunda mitad del siglo XII, no sólo entre cristianos y musulmanes, sino también entre los propios poderes islámicos. En el Oeste, los almohades forjaron un nuevo imperio musulmán, y Salah al-Din o Saladino se erigió en el gran campeón del Islam en el Este. Mientras los almohades reforzaban su poderío en el Magreb occidental y se hacían con el dominio de Al-Ándalus, Saladino se hizo con el poder en Egipto en el 1169. En el 1172 sustituyó al declinante califa fatimí y dominó entre 1174 y 1186 las ciudades de Damasco, Alepo y Mosul.
Los andalusíes tuvieron noticias de lo acontecido en el Próximo Oriente por sus contactos comerciales, religiosos y humanos. El inquieto Ibn Yubayr, que emprendió desde Granada en 1183 su viaje a los lugares santos del Islam y al Este, elogió a Saladino por su preocupación y cuidado de las mezquitas y de los puentes, como el que enlazaba el desierto con Alejandría, considerada tagr o frontera a proteger militarmente. También alabó su derogación de los derechos de aduana que gravaban a los peregrinos y la abolición de los impuestos comerciales en Egipto, que no se ajustaban a las prescripciones coránicas. En aquella época, los impuestos no coránicos habían levantado una gran polvareda política en Al-Ándalus.
Sin embargo, Saladino y los almohades no mantuvieron relaciones amistosas, pues se disputaron Ifriqiya, cuyo núcleo lo conformaban las actuales tierras tunecinas. Hasta allí llegaban las rutas comerciales que partían del interior del África Occidental, dispensadoras de oro y esclavos. Los beneficios que proporcionaban eran notables, algo que no pasó en absoluto desapercibido a los poderes cristianos. En 1148, coincidiendo con una verdadera ofensiva contra Al-Ándalus, Roger II de Sicilia conquistó la plaza de Al-Mahdiya. Los almohades se la arrebataron en el 1160, pero Saladino no se resignó a ser desplazado. En las décadas de 1170 y de 1180 envió a sus fuerzas a conquistar Ifriqiya.
La hostilidad entre Saladino y los almohades no alteró la buena opinión que Ibn Yubayr tenía de aquél, pero no dejó de denunciar los vejámenes a los que eran sometidos los peregrinos en el Alto Egipto a sus espaldas. En vista de ello, peligraba todo viaje a los santos lugares:
“Así pues, quien de entre los alfaquíes andalusíes cree en la omisión de este precepto religioso, su doctrina es legítima, por estos motivos y por lo que se hace con los peregrinos, fuera de lo que Dios, poderoso y grande, tiene por bueno. El viajero en este camino se mete en peligros y se engolfa en riesgos tales, que Dios ha permitido la dispensa de ello por otros motivos menos graves que éstos.”
Por ello, la imposición de la autoridad almohade en el mismo Egipto sería deseable en su opinión, que reforzaba con supuestas señales proféticas:
“Para las gentes del Misr (el Alto Egipto) hay en la construcción de este puente (el que unía Alejandría con el desierto) una cierta advertencia de ciertos sucesos; creen que su acaecimiento predice la dominación de los almohades sobre Egipto y sobre los países orientales.”
Según él, también se esperaba la anunciadora caída de la torre con una estatua que miraba hacia el Oeste, entre la mezquita aljama de Ibn Tulun y El Cairo. Alguno ya tenía incluso preparado más de una jutba o sermón del viernes en honor del almohade príncipe de los Creyentes.
En verdad, los almohades ya tuvieron suficiente con mantener sus pretensiones en Ifriqiya. Saladino destacó fuerzas como las de Shuja al-Din ibn Shakl, entre las que se contaban hasta cuatrocientos caballeros kurdos y turcos. Recibió por ello una concesión o iqtá de unas 120 alquerías al Este de la región de Tripolitania. A la lucha contra los almohades, además, se unieron los Banu Ganiya de las Baleares, último bastión de los almorávides, que en el 1185 tomaron Bugía y gozaron de la ayuda de las tribus de los Banu Sulaym.
Los almohades, que ya habían reordenado administrativa y militarmente Al-Ándalus tras la toma de Cuenca por Alfonso VIII (1177), sólo mantenían en la región las plazas de Túnez y Al-Mahdiya. Su califa Abu Yaqub Al-Mansur salió de Fez en 1186 al frente de un ejército con unos 20.000 jinetes. Al año siguiente, encajó una derrota cerca de Gafsa, pero a los pocos meses venció en las proximidades de Gabes a sus enemigos.
Se ha estimado que por aquel tiempo Saladino contó en sus ejércitos con unos 12.000 jinetes, de mayoría turca y mando generalmente kurdo. Ciudades como Mosul le dispensaron contingentes de unos 6.000 hombres. Su talón de Aquiles fue no poder mantener en campaña durante mucho tiempo a sus fuerzas, ya que se sufragaron fundamentalmente por medio de concesiones de bienes, como la apuntada anteriormente. El beneficiario de la iqtá debía estar presente en las tierras asignadas durante la época de la cosecha para percibir sus beneficios. Al ser Saladino partidario de la abolición de los impuestos no ortodoxos, tuvo que recurrir a complejos sistemas de reemplazo, a la devaluación monetaria e incluso a los préstamos.
Los almohades emprendieron una importante reorganización de su imperio: consideraron gran parte de sus dominios como tierras nuevamente sometidas a la pureza del Islam, conquistadas, y generalizaron en sus territorios norteafricanos el registro catastral de sus terrazgos, el impuesto del jaradj sobre los bienes inmuebles y las aqtá, formas ya muy asentadas en Al-Ándalus. A pesar de sus pretensiones religiosas, tampoco abolieron los impuestos tachados de ilegales. Con tales medios estuvieron en condiciones de poner en campaña hasta 20.000 hombres con gentes de las cabilas afines, fuerzas asoldadas, esclavos del majzén y voluntarios de la fe. De la fuerza de su flota se hizo eco Ibn Jaldún posteriormente.
De la partida por Ifriqiya fue retirándose Saladino ante el giro de los acontecimientos en el Próximo Oriente. Entre el 20 de septiembre y el 2 de octubre de 1187 asedió y conquistó Jerusalén a los cruzados, tras batirlos en Hattin. La reacción de la Europa cristiana no se hizo esperar: en 1189 los cruzados atacaron San Juan de Acre, que cayó en sus manos en 1191.
En cambio, los Banu Ganiya prosiguieron las hostilidades en Ifriqiya. Suscribieron pactos con Pisa en 1185 y en 1188 con Génova para guardarse las espaldas. A la altura de 1200, dominaban casi toda la región, excepto Túnez y Constantina. Los almohades enviaron desde Denia en 1202 una flota contra Ibiza, y al año siguiente conquistaron Mallorca. Entre 1205 y 1206 conquistaron Túnez y Al-Mahdiya, dejando a cargo del territorio al masmuda Ibn Hafs, que se convertiría en el iniciador de una nueva dinastía a raíz de la crisis y disolución del régimen almohade.
Una consecuencia de todos estos enfrentamientos sería la llegada al Occidente musulmán de gentes llamadas a tener un gran protagonismo en la Historia islámica, los turcos. Tras la victoria almohade, fueron asentados en Marrakech en calidad de cuerpo militar, que gozaba del privilegio de una paga mensual. Combatieron en la batalla de las Navas de Tolosa (1212) y el almojarife de la Menorca del siglo XIII asoldó a caballeros turcos, cuando los poderes cristianos habían avanzado notablemente en el Mediterráneo Occidental.
Para saber más.
Amar Baadj, “Saladin and the Ayyubid Campaings in the Maghrib”, Al-Qantara, XXXIV, 2, 2013, pp. 267-295.
Yassir Benhima, “Note sur l´évolution de l´iqta au Maroc médiéval”, Al-Andalus Magreb. Estudios árabes e islámicos, 16, 2009, pp. 27-44.
Hans Eberhard, Historia de las cruzadas, Madrid, 2001.