RUSIA Y CHINA PUGNAN POR LA CUENCA DEL AMUR. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Rusia y China, dos grandes poderes de Eurasia, han mantenido a lo largo de la Historia una relación tan compleja como competitiva, a partir de la llegada de gentes de Moscovia a la cuenca del Amur en el siglo XVII. Atraídas por la perspectiva del negocio de las pieles y el afán de posición y gloria, aquellas tierras les ofrecían buenas perspectivas de comercio con China y de colonización agraria. El cosaco Yerofey Khabarov estableció el puesto avanzado de Albazin en 1651, algo que no gustó a los nuevos señores de China, los manchúes de la dinastía Quing. Sus fuerzas consiguieron desalojarlos en 1652.
Resultó ser una victoria temporal, pues en 1655 retornaron las gentes procedentes de Rusia. Esta vez el polaco Nikifor Chernigovsky refundó Albazin con la ayuda de sus seguidores, remisos a la autoridad del zar y de sus representantes en Siberia. Alcanzó un modus vivendi con los tunguses del territorio y comenzó a cobrar forma el país de Jaxa, entre el poder ruso y chino.
La maniobra era osada, por lo que en 1669 Chernigovsky se avino a pagar tributo al zar, a modo de contrapeso al emperador de China. Alejo I, empeñado en fortalecer su autoridad en Rusia, reconoció su gobierno en 1674, algo que aprovechó el polaco para atacar China al año siguiente.
Los Qing, los tártaros de los documentos coetáneos españoles, se encontraban en pugna en el Sur de China con sus rivales, defensores de la dinastía Ming. Formosa (Taiwán) les opuso una tenaz resistencia, obligándoles al uso de importantes fuerzas navales. En 1683 consiguieron rendirla, viéndose con las manos libres para ocuparse de las cuestiones del Norte.
Llevaban preparándose para la campaña militar desde 1682. Contaron con la ayuda de los dinastas que regían Corea. Los manchúes, vinculados con los tunguses, no contemplaron la cuenca del Amur una tierra ajena, esencial para la seguridad de sus fronteras. Al principio atacaron las posiciones secundarias del país de Jaxa, iniciando finalmente el asedio de Albazin en junio de 1685.
Su resistencia fue abatida. Parte de sus defensores marcharon hacia las tierras de dominio ruso, y otra parte terminaron en Pekín, formando parte de las fuerzas de origen ruso al servicio de los Qing. El triunfo chino parecía aplastante.
Sin embargo, los manchúes no dejaron una guarnición en Albazin, con las cosechas todavía por recoger. En aquel momento, los rusos que se retiraban encontraron a las fuerzas de refuerzo que acudían en su auxilio. El fuerte volvió a ser ocupado por ellos. Los chinos emprendieron un nuevo asedio en 1686, que concluyó con las negociaciones de entrega.
Rusia no estaba interesada en mantener las hostilidades en el Amur. En 1686 se había sumado a la alianza formada por Polonia, el emperador y Venecia contra los turcos otomanos, que amenazaban sus límites meridionales desde Crimea. También China deseaba cerrar las hostilidades por aquellas tierras tan expuestas a los ataques de los pueblos de la estepa. Así pues, ambas partes se avinieron a negociar. Los Qing enviaron como representantes a dos jesuitas, el portugués Tomás Pereira y el francés Jean-François Gerbillon.
Por el tratado de Nerchinsk, del 27 de agosto de 1689, China obtuvo el Norte del Amur hasta los montes Stanovoy, mientras Rusia logró el territorio que abarcaba del río Argun al lago Baikal. Se establecían lazos comerciales formales, iniciándose un nuevo período en las relaciones entre ambos poderes.
Para saber más.
Benson Bobrick, East of the Sun: the Epic Conquest and Tragic History of Siberia, Nueva York, 1992.