RIVALIDADES MISIONERAS INTERNACIONALES POR LA CHINA MANCHÚ. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
A finales del siglo XVII, la China de los Manchúes era un poderoso imperio que atraía las miradas de los europeos. Carecían por entonces de la capacidad de imponerse militarmente a los chinos, como sucedería en el siglo XIX, y trataron de extender su influencia por medio del comercio y de la evangelización.
Desde la Santa Sede, se dividió China en quince provincias u obispados, correspondiendo dos a titulares españoles, tres a franceses, cuatro a italianos y seis a portugueses. Ni de lejos se trataba de algo similar a los posteriores tratados de reparto imperialistas, pero la influencia que los religiosos podían conseguir ante el emperador y sus mandatarios no era nada desdeñable.
Los jesuitas se mostraron especialmente resueltos, y consiguieron ganar el favor imperial por su prudencia diplomática y sus habilidades técnicas. En el Norte de China consiguieron no pocos conversos, aunque el punto esencial para ser aceptados pasaba por la compatibilidad del catolicismo con el confucionismo, algo que no todos los evangelizadores y teólogos veían con buenos ojos. En otros territorios de Asia Oriental (como Japón, Tonkín o Conchinchina) los católicos padecieron persecución, algo que animó a los jesuitas a proseguir por la vía de la acomodación en China.
La Compañía de Jesús se convirtió, pues, en un elemento esencial de penetración en el Celeste Imperio, pues muchos europeos padecieron considerables cortapisas de las autoridades chinas. Los portugueses se enfrentaron a más de una en Macao. Para evitarlas, los holandeses desistieron de muchas operaciones comerciales. Las naves inglesas arribadas a distintos puertos no eran bien tratadas.
Desde su posición en Filipinas, los españoles sostenían un animado comercio con China. La plata de la Nueva España era muy solicitada, y a cambio de la misma los chinos ofrecían una serie de productos desde Cantón. En 1703, los comerciantes de Manila se quejaron de su mala calidad, algo que perjudicaba la prosperidad de la ruta pacífica del Galeón de Manila. A despecho de tales problemas, las Filipinas eran un archipiélago muy codiciado, ambicionado por unos holandeses que carecían de las fuerzas adecuadas en Batavia. Además, los españoles contaban con la ventaja de sus padres jesuitas.
Sin embargo, tal ventaja les fue disputada por los franceses desde 1669. Bajo Luis XIV y la influencia de Colbert, Francia envió a Siam una misión religiosa, que llegó en 1685. A Cantón llegaron en 1698, con regalos para el emperador de China. Tampoco descuidaron Tonkín. En aquellos años, la hostilidad entre las coronas francesa y española era manifiesta, y los vicarios franceses no dudaron en oponer dificultades a los misioneros españoles y portugueses en territorio chino.
Con la entronización de Felipe V, las relaciones se suavizaron un tanto, pero no desaparecieron los temores de los españoles. En 1703, con la guerra de Sucesión en sus primeros momentos, comprobaron con desagrado que treinta de ciento treinta y dos misioneros eran jesuitas franceses. También les inquietó sobremanera que los franceses hubieran fundado una compañía para comerciar con Cantón, por mucho que el emperador de China no les prestara la atención deseada.
Alcanzar China por parte francesa también entrañaba utilizar, con permiso español, la ruta de Cádiz a Nueva España y Filipinas, lo que solicitaron cuatro jesuitas franceses en el verano de 1708. Poco a poco, la España borbónica se desembarazó de tal presión, pero las luchas por conseguir la preeminencia comercial en el atrayente imperio chino prosiguieron durante muchas décadas.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS.
Filipinas, 94 (N. 33), 122 (N. 21), 127 (N. 7), 128 (N.8) y 305 (R. 1, N. 11).
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