RELIGIÓN E IMPERIO EN EL ASIA PORTUGUESA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Antes de emprender las grandes navegaciones, los portugueses ya tuvieron cierto conocimiento de los problemas de Asia. En 1260 el Papa Alejandro IV pidió ayuda al rey Alfonso III de Portugal contra los crueles tártaros que se dirigían hacia Jerusalén. La Cristiandad peligraba, según su parecer, y la ayuda de los guerreros portugueses siempre era bienvenida. Al final, el embate de los mongoles no fue detenido por los cruzados, pero los caballeros portugueses alimentaron el espíritu de la guerra santa en sus campañas contra granadinos y marroquíes. Las motivaciones político-espirituales tuvieron su protagonismo junto a las económicas en la expansión ultramarina de Portugal. En 1443 el Papa dio a los que sometieran las nuevas tierras de infieles la consideración de cruzados. Enemigo de los turcos otomanos, Manuel I el Afortunado (1495-1521) quiso entablar relaciones con el mítico Preste Juan para reconquistar Tierra Santa.
En la empresa portuguesa en Asia los evangelizadores tuvieron tanta importancia como los mercaderes y los militares. Aunque las fuerzas de Portugal no podían conquistar la India, China o Japón al modo de América por los españoles, hasta tal punto que algunos fueron reacios al principio a enviar allí fuerzas que serían desbordadas, sí aspiraron a ser influyentes en sus cortes imperiales. Tuvieron noticia en agosto de 1618 de cómo los mandarines de Pekín entregaron un memorial al emperador de China, coincidiendo con las primeras entradas de los tártaros, los manchúes. Supieron en el verano de 1651 el fallecimiento del gran kan tártaro y de su hermano, sopesando las posibilidades del cambio de poder y de dinastía en China. Sus grandes diplomáticos y confidentes fueron los padres de la Compañía de Jesús. Algunos historiadores consideran que se trataron de apropiar de los méritos de Portugal en Asia. En China ejercieron los jesuitas como matemáticos, cirujanos, médicos y pintores. El tabaco también sirvió a los padres portugueses para ganarse a los mandarines. Los soldados de Dios de la Compañía de Jesús distaron de ser unos toscos cruzados, ejerciendo como sutiles diplomáticos que supieron adaptarse a las realidades locales. A veces, sin embargo, fueron acusados de promover empresas desastrosas, como la que terminó en la derrota de Alcazarquivir (1578).
Los jesuitas intervinieron con decisión en las grandes cuestiones religiosas y comerciales de los dominios de Portugal durante la unión con la Monarquía hispana. Los cristianos nuevos, llamados despectivamente marranos, todavía tenían peso en los círculos de negocios portugueses en 1580. Felipe II les concedió la posibilidad de salir voluntariamente del reino, algo que quiso rescindir su sucesor Felipe III. Entonces, los jesuitas (nada favorables a los estatutos de limpieza de sangre) le instaron a mantenerla, insistiendo oportunamente que la concesión era un verdadero contrato y no una simple gracia.
El apoyo de los jesuitas a los cristianos nuevos prosiguió tras la separación de España en 1640, con un Portugal que retuvo la mayor parte de sus dominios ultramarinos, sin que el apoyo de muchos de aquéllos a los neerlandeses en Brasil mermara su determinación. La persecución de la Inquisición a los cristianos nuevos, con el favor de la nobleza del reino, los llevó a acudir al Papa entre 1674 y 1682. Se discutía, en verdad, hacia qué lado se inclinaría el equilibrio de poder en Portugal.
La preeminencia en la corte española del jesuita Nithard, confesor de Mariana de Austria, entre 1666 y 1669 fue dada a conocer en el Asia portuguesa por el también jesuita Daniel Papebroch, crítico con ciertas tradiciones de los santos y favorable a la causa de don Juan José de Austria, a través de su libelo El desembocado y noticia de quanto passa. Carta que escrivió la noticia de Europa a la curiosidad del Asia. Las rivalidades de todo tipo afectaban a la Compañía de Jesús. Muy identificados con el Portugal restaurado, los jesuitas portugueses habían tenido severas disputas con los dominicos y franciscanos castellanos por la evangelización de China. En 1697 se discutió todavía en la Junta de Misiones si los evangelizadores castellanos podían pasar a China desde Filipinas por Macao. El conde de Vila Verde, virrey de la India, se mostró favorable, pero el Consejo de Ultramar lo desautorizó en 1699.
La fe podía mover montañas y numerosos negocios, pues a los evangelizadores podían seguir los comerciantes, figuras que a veces se confundían. Si el oro de Brasil enriquecía las arcas portuguesas a inicios del siglo XVIII, los tratos de los misioneros resultaban igualmente lucrativos en Asia. Los bienes incautados a los jesuitas en el Macao de 1762 dan idea de la importancia de los religiosos en el imperio portugués de Asia. Las mismas autoridades eclesiásticas de Portugal en China reconocieron en 1785 la incómoda falta de misioneros tras la expulsión de los jesuitas, cuando otros poderes como Gran Bretaña redoblaban sus esfuerzos para imponerse en el comercio y la política de Asia.
Fuentes.
ARQUIVO NACIONAL DA TORRE DO POMBO.
PT/TT/MSIV/1656.