QUIEN SUPIERA ESCRIBIR. DON RAMÓN DE CAMPOAMOR. Por Pedro Montoya García.
LOS MEJORES PASAJES DE NUESTRA LITERATURA.
Quién supiera escribir. Don Ramón de Campoamor.
Hemos escuchado en muchas ocasiones el dicho: “Si fuera americano o inglés, ya habrían hecho…”; pues sin duda, con esta frase podría adornarse a don Ramón de Campoamor, para mi modesto capricho, el creador del poema más bello en la lengua castellana: Quién supiera escribir.
Para algunos fue un poeta y filósofo grandioso, para otros, en especial los modernistas, poco menos que una mediocridad, un poeta ripioso… y así hasta la simpleza. Sin entrar a discutir las razones de unos y otros, aquello fuera de toda discusión es que su vida fue todo menos simple. La anécdota más conocida de este gran desconocido, además de su entrañable valor histórico, fue magníficamente contada (como no podría ser de otra forma) por Emilia Pardo Bazán; en una época en la que las ofensas se resolvían con un duelo, una discusión política como las que hoy día acontecen a cualquier hora en cualquier canal de televisión como La Sexta o La Cuatro… llevó al almirante Juan Bautista Topete y al poeta a batirse en sables. El militar, un héroe de guerra, y no de una, sino de varias en las que demostró un valor suicida, animado por sus “amigos”, consideraban el duelo como un enfrentamiento entre un oso y un caniche. El almirante con todas sus condecoraciones al pecho ganadas tras una vida de soldado mostró en la previa su maestría en la esgrima, pero las uñas y los rugidos no asustaron al caniche, al contrario, el poeta lejos de acobardarse se batió como un mastín y rasgó de una tajada la frente del almirante Topete, quién con sangre en la frente no atinaba a ver y le obligaba a batirse en desventaja; por supuesto, don Ramón paró el duelo al verse vencedor, y, por supuesto, salvaron su honra ambos y desde ese momento fueron grandes amigos.
No hizo una gran carrera política aunque siempre estuvo muy vinculado a ella. No era persona ambiciosa, era leal por encima de todo y de todos y su mayor deseo lo mejor para su patria, a ver con esas cualidades dónde podía uno llegar en el mundo de la política, ni en aquella época ni ahora. Cuando ejercía como gobernador de Alicante recibió orden de dar preso a un periodista de la oposición, un tal Villalba, a quien se lo encontró por casualidad mientras paseaba por la noche:
— ¿No es V. Villalba? —preguntó Don Ramón de Campoamor.
—No puedo negarlo —contestó el periodista. La verdad era una cuestión de honor.
— ¿Y V. no sabe que le busco para prenderle?
—Sí.
—Pues hombre, procure V. que no le encuentre y no me comprometa, ¡vaya V. con Dios!
Al ver la valentía y honestidad del periodista, dijo la verdad aun viéndose preso, lo dejó marchar… Como se dice, si don Ramón hubiera sido americano o inglés…
El poema más bello de nuestra lengua, al menos de esa forma lo he querido expresar en una de las páginas de mi libro, sana envidia, ¡quién supiera escribir como don Ramón de Campoamor y Campoosorio!
Quién supiera escribir
Escribidme una carta, señor cura.
-Ya sé para quién es.
-¿Sabéis quién es, porque una noche oscura
nos visteis juntos? – Pues.
-Perdonad; mas… -No extraño ese tropiezo
La noche… la ocasión…
Dadme pluma y papel. Gracias; Empiezo:
Mi querido Ramón:
-¿Querido?… Pero, en fin, ya lo habéis puesto…
-Si no queréis… -¡Sí, sí!
-¡Qué triste estoy! ¿No es eso? – Por supuesto
-¡Qué triste estoy sin ti!
Una congoja, al empezar, me viene…
-¿Cómo sabéis mi mal?…
-Para un viejo, una niña siempre tiene
el pecho de cristal.
¿Qué es sin ti el mundo? Un valle de amargura.
¿Y contigo? – Un edén.
-Haced la letra clara, señor cura;
que lo entienda eso bien.
-El beso aquel que de marchar a punto
te di… -¿Cómo sabéis?…
-Cuando se va y se viene y se está junto,
siempre… no os afrentéis.
Y si volver tu afecto no procura,
tanto me harás sufrir…
-¿Sufrir y nada mas? No, señor cura,
¡que me voy a morir!
-¿Morir? ¿Sabéis que es ofender al cielo…?
-Pues, sí señor ¡morir!
-Yo no pongo morir. – ¡ Qué hombre de hielo!
¡Quién supiera escribir!
II
¡Señor rector, señor rector! en vano
me queréis complacer,
si no encarnan los signos de la mano
todo el ser de mi ser.
Escribidle, por Dios, que el alma mía
ya en mí no quiere estar;
que la pena no me ahoga cada día…
porque puedo llorar.
Que mis labios las rosas de su aliento,
no se saben abrir;
que olvidan de la risa el movimiento
a fuerza de sentir.
Que mis ojos, que el tiene por tan bellos,
cargados con mi afán,
como no tienen quien se mire en ellos,
cerrados siempre están.
Que es, de cuántos tormentos he sufrido,
la ausencia el más atroz;
que es un perpetuo sueño de mi oído
el eco de su voz…
Que siendo por su causa, el alma mía
¡goza tanto en sufrir!…
Dios mío, ¡cuántas cosas le diría
si supiera escribir!…