¡QUE BELLO ES VIVIR! MÁS QUE UN CUENTO NAVIDEÑO.
Las fiestas navideñas están sazonadas de toda clase de costumbres, que a veces llamamos tradiciones, que se reiteran de año en año. Dentro de esta cadencia encontramos una película que ha sido valorado por muchos como su predilecta, quizá porque evoca los buenos deseos y las ilusiones más íntimas ante la adversidad: ¡Qué bello es vivir!
Esta cinta de 1946, dirigida por Frank Capra e interpretada entre otros por James Stewart y Donna Reed, tiene el empaque de un cuento victoriano con pretensiones moralistas. La historia de su protagonista, llena de incidencias, es de sobra conocida. En caso contrario, invitamos a los lectores a ver la película. El mundo en el que se mueve George Bailey (James Stewart) no es de ensueño, sino de pesadilla en el fondo. Es el de la Gran Depresión que ha triturado los anhelos estadounidenses de los años locos, es el de la dura postguerra tras los heroísmos del frente.
Los avances de la industrialización y de la influencia de los Estados Unidos tras la II Guerra Mundial nos acercan a los demás, como a los españoles, los padecimientos del bueno de Bailey, un hombre que antepone su obligación a su devoción. Sus enemigos se muestran con los rasgos arquetípicos del cuento, de gustos maniqueos, los del banquero gordinflón y carente de escrúpulos, muy alejado del anonimato de la gran corporación, en la que las responsabilidades parecen disolverse como azucarillo. En la fábula crítica del gran Capra, un optimista antropológico, el bien y el mal tienen cara, pues no falla el sistema, el modo de vida americano, sino el impulso de quienes lo viven.
En su dulce crítica social, Capra combina con maestría el moralismo familiar, la censura de los poderosos y el impulso individual a favor de la comunidad. La América Profunda emergida de la colonización decimonónica, alejada del tráfago ciudadano, se alza una vez más contra los barones ladrones, pero sin la violencia de los asaltantes de trenes en nombre del pueblo. El sueño demócrata de Roosevelt actúa de manera conservadora.
Desde el punto de vista del politólogo, más allá de la golosina navideña, esta película indica a las claras el poder del cine a la hora de crear un clima social determinado. La ruptura de la sociedad tradicional en Europa originó el socialismo revolucionario y el fascismo, entre otros movimientos. En los Estados Unidos la Gran Depresión castigó más una sociedad tradicionalista que tradicional, que durante la II Guerra Mundial (tratada con reverencia en ¡Qué bello es vivir!) alejaría toda tentativa de subversión. El hombre bueno, el americano popular, de Bailey anuncia el que puedes hacer por tu país de Kennedy.
Sin embargo, hay momentos en los que Bailey está demasiado cercano al derrumbe en todos los aspectos. Son los momentos en los que Capra, a través del gran James Stewart, plasma la desazón del mundo moderno, la de la soledad de un hombre aplastado por la sociedad. En 1946 se produjo el milagro navideño al que alude el título de la película, pero en 1972 el Michael Corleone de El padrino ya no oculta el drama de la persona que debe de renunciar a su ser íntimo por obligación social. El buen agente se ha convertido en un mafioso torturado, que parece anhelar en el fondo de su alma el imperio de las sociedades abiertas en las que cada uno celebra la Navidad a su modo. Al menos a ciertos niveles.
Antonio Parra García.
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