PROBLEMAS FISCALES, MALESTAR POLÍTICO Y SEPARACIÓN DE AL-ÁNDALUS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los primeros musulmanes fueron capaces de derrotar a poderosos imperios y de conquistar numerosos países. Las fuerzas de los árabes demostraron su capacidad combativa, pero también inquietaron a los mismos califas. Como podían emprender por su cuenta incursiones, el califa Omar I (634-44) inscribió a la tribus árabes en los libros de los tesoreros, el diwan al-djund. Por sus servicios militares, esencialmente, fueron retribuidos.
En teoría, todo el botín de los bienes inmuebles se repartía entre todos los combatientes, exceptuándose la quinta parte debida al Profeta, inicialmente, y a la comunidad islámica más tarde, concretamente a sus fundaciones religiosas. Así pues, los musulmanes pudieron quedarse con tierras, recibiendo de sus cultivadores una serie de tributos, como sucedió en la península Ibérica. La atribución a toda la comunidad de los beneficios fiscales de una tierra indivisa se hizo en el territorio arbolado alrededor de Bagdad, pero no en tierras de la Hispania del siglo VIII. Estos últimos bienes, no obstante, podían ser concedidos a un particular por el califa, lo que sería el punto de arranque de una serie de grandes dominios o dayas.
Los conquistadores impusieron el pago de tributos a las llamadas gentes del Libro, como los cristianos y los judíos, que se han considerado fundamentales en la hacienda islámica inicial. Los varones en edad militar pagaron la djizya, estimada entre uno y cuatro dinares, unas sumas consideradas altas. La propiedad territorial fue gravada con el jaradj, a pagar en efectivo o la mitad en especies.
Los musulmanes sólo estaban obligados a ofrecer la limosna, el zakat o sadaqa, que terminó acomodándose a la cuantía del diezmo, equivalente en tierras de Irak al montante del jaradj. Como los árabes habían logrado buenos beneficios con este sistema, más de uno decidió convertirse al Islam y entrar en la red clientelar de las tribus árabes. Los mawali fueron inscritos en los registros de tesorería desde tiempos del califa Omar II (682-720). En consonancia, así lo hizo en el 701 el valí o gobernador de Ifriqiya con los romanos de África. El que inició la conquista de Hispania, el bereber Tarik, fue cliente del valí de Ifriqiya Musa.
Las conversiones fortalecieron al Islam, pero también crearon sensibles problemas a los califas Omeyas, una auténtica monarquía árabe. Las recaudaciones descendieron. Se estima que los doce millones de media anual que el fisco arrancó en el Egipto de Omar I, por el jaradj, cayeron a cuatro millones bajo Harum al-Rashid (786-809). Los juristas, en consecuencia, trasladaron la condición tributaria de las personas a sus terrazgos para continuar cobrando. La administración se hizo más quisquillosa, se nutrió de personas forasteras a sus puntos de destino y exigió los pagos en oro y plata. Los campesinos tuvieron que esforzarse para comercializar sus cosechas y lograr las piezas monetarias exigidas. En el Próximo Oriente, los grandes propietarios, que ejercían la autoridad local, no dudaron en convertirse en prestamistas de los menos afortunados, imponiendo condiciones de usura.
En la península Ibérica, donde conocemos pactos como el de Teodomiro, la acuñación de monedas de oro se interrumpió entre el 717 al 745. Mientras las del 711-17 respondían a patrones africanos e inscripciones en latín y árabe, las del 745 ya se ajustaban a patrones orientales. La distribución de bienes no había sido tampoco sencilla en el naciente Al-Ándalus. Los de carácter indiviso fueron nuevamente repartidos por el valí Al-Samh (719-21). Quizá ante el descenso de las recaudaciones y el malestar entre quienes habían pactado su sumisión, el valí Yahyá ibn Salama (725-7) obligó a árabes y bereberes a restituir bienes de paz a los cristianos.
Los problemas fiscales y de control político eran generales en el naciente mundo islámico. En el 733 a los árabes yemeníes se les suprimió el privilegio de la soldada como tal, con la excepción de 15.000 familias. También se decidió aligerar la carga que pesaba sobre los mawali en el 738. La contestación a la autoridad de los califas Omeyas no cesó y se enconó con la ayuda de ciertas corrientes religiosas.
En una tierra de frontera con los países iranios a conquistar, el Jurasán, la rebelión estalló en el 733, al no recibir las tribus árabes sus retribuciones del diwan. Se estima que hasta Kufa y Basora llegaron hasta 50.000 familias árabes, destacando en la insurrección las de origen yemení. De tal movimiento se beneficiaron los abasíes, vinculados familiarmente a Muhámmad y en buenas relaciones con parte de los shiíes. Las luchas de facciones en el seno de los Omeyas también les resultaron de gran ayuda, de tal modo que en el 749 se proclamó califa Abu-l-Abbas en la gran mezquita de Kufa. Al año siguiente, los Omeyas fueron víctimas de una gran matanza en Siria.
De tal muerte escapó Abd al-Rahmán ibn Muawiya, cuya madre era una bereber de la Cabilia. Marchó hacia tierras del oeste, donde los Omeyas todavía conservaban fuerzas fieles. En el 755 alcanzó Ceuta y entró en contacto con sus clientes de Elvira. Desembarcó en Almuñécar y pronto entró en lucha contra las fuerzas de sus oponentes, dirigidos por el valí Yusuf, que algunos han considerado un auténtico gobernador independiente de Al-Ándalus, casi un rey. Así comenzó su andadura histórica el Al-Ándalus independiente, rompiendo sus vínculos administrativos con Ifriqiya, en medio de una fuerte crisis del mundo islámico.
Para saber más.
Henri Bresc, Pierre Guichard y Robert Mantran, Europa y el Islam en la Edad Media, Barcelona, 2001.
Roger Collins, La conquista árabe, 710-797. Tomo III de la Historia de España dirigida por John Lynch, Barcelona, 1991.
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