PROBLEMAS DEL REINO DE NÁPOLES A MEDIADOS DEL XVI. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
El gobierno del reino de Nápoles distó de ser fácil, y Felipe II mandó desde Bruselas el 10 de enero de 1559 sus instrucciones a su virrey, el duque de Alcalá.
En primer lugar, le preocupaba la desobediencia a las autoridades reales “ansí por el pueblo y personas particulares como por las personas poderosas”. Por ello, el virrey no debía titubear “por rica y grande que fuere la persona”, pues “desta manera terneys el pueblo y súbditos en obediencia, que es el principal fundamento de la buena administración de la República.”
En la ciudad de Nápoles, “cabeça del reyno y quien ha de dar exemplo a todas las otras”, el virrey tenía que estar atento “quando se eligen los electos que sean personas de govierno y buena yntençión y afiçionados a nuestro serviçio y estar siempre sobre el aviso que no haya entre ellos passiones ni ensanchen su iurisdiçión más de lo que por razón de su ofiçio les compete”.
No debía olvidar el duque de Alcalá la inspección del reino para informarse “con mucha diligencia y cuydado de cómo tractan los barones sus vasallos, porque entendemos haver en esto gran descuido en aquel reyno”, ya que se pretendía “hazer tal provisión que de aquí adelante los dichos barones no tangan tanta libertad ni osadía para maltractar sus vasallos”. Se insistiría en el cumplimiento de la pragmática de Carlos V por la que “los vasallos no fuesen forçados haçer donaçiones a sus señores y barones”.
Por si fuera poco, Felipe II tenía información “que en aquel reyno ha muchos foragidos y que iuntándose gran número dellos hacen muchos dannos e insultos y fuerças”. Donde el problema resultaba más grave era en “el camino de Roma, donde hay mayor neçessidad de remedio”. No era poca, en suma, la tarea que tenía que emprender el nuevo virrey.
Fuentes.
Giuseppe Galasso, En la periferia del imperio. La monarquía hispánica y el Reino de Nápoles, Barcelona, 2000.