POMPEYA. Por Alberto García Junquero.
Cercana a la desembocadura del Sarno y a 40 metros sobre el nivel del mar, los oscos fundaron Pompeya en el siglo VIII a. C. Recientemente se ha sostenido que fueron los conquistadores etruscos de la Campania sus verdaderos fundadores.
La influencia de los griegos de la vecina Cumas no impidió su fuerte carácter itálico, con arquitectura samnita. Al conquistarla los romanos a los samnitas conservó sus instituciones, idioma y autonomía, resultando fiel a aquéllos durante la II Guerra Púnica. Durante las guerras civiles romanas Sila la asedió, y se tituló Colonia Cornelia Veneria Pompeiana.
La viticultura y el comercio enriquecieron a las familias aristocráticas allí residentes, promoviéndose en tiempos de Augusto grandes obras urbanísticas. Bajo los emperadores Calígula y Claudio hubo serias dificultades. Se cerró en el año 59 el anfiteatro durante diez años por las disputas entre aficionados pompeyanos y los de la cercana Nocera. Un terremoto asoló Pompeya en el 62, pero lo peor estaba por venir.
El 24 de agosto del 79 el Vesubio entró en erupción, pese a que Estrabón lo consideraba un volcán apagado. Su parte superior se desmoronó sorpresivamente, matando a muchos que intentaron escapar. La costa entre Herculano y Estabia fue asolada durante tres días.
Sepultada bajo una capa de cenizas de más de seis metros, muchas de las pruebas del efecto de la erupción se han conservado paradójicamente gracias a aquella capa sofocante, informándonos de la vida perdida. La ciudad cayó en el olvido hasta su redescubrimiento, especialmente bajo el impulso de Carlos III de Borbón cuando era rey de Nápoles en 1748. En el siglo XIX se potenció la recuperación del patrimonio. Hoy en día de sus 66 hectáreas se han excavado 45.