POLONIA, ENTRE EL REINO REPARTIDO Y EL GRAN DUCADO DE VARSOVIA. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el siglo XVI la monarquía polaca-lituana fue la mayor potencia de las llanuras de la Europa Oriental, capaz de enfrentarse con el expansivo imperio otomano, pero en la siguiente centuria su estrella declinó y en 1772 padeció una considerable amputación territorial a manos de sus expansivos vecinos de Prusia, Austria y Rusia, en lo que se ha venido en llamar el primer reparto de Polonia.
Se ha visto en la nobleza, demasiado celosa de sus privilegios políticos y sociales, la gran responsable de la decadencia polaca, un punto de vista que curiosamente compartieron algunos nobles ganados a la causa liberal y contrarios a la influencia rusa, que el 3 de mayo de 1791 establecieron una Constitución que prescindió de la idea de la monarquía electiva y del liberum veto parlamentario de la nobleza. En la nueva Dieta se tuvo en cuenta a los habitantes de las ciudades, aunque no se mejoró realmente ni la situación de los judíos ni de los campesinos. El ministro plenipotenciario español en Polonia, Miguel Cuber, informó en 1791-2 a los condes de Floridablanca y Aranda, respectivamente, ya que preocupaba el giro que podía tomar la política de aquel reino. La tolerancia de Austria y las simpatías de la nueva Francia hacia aquella Constitución no impidieron que los rusos lanzaran 90.000 soldados contra Polonia en 1792, con la aquiescencia prusiana y de los opositores congregados en Targowica. El 23 de enero de 1793 se acordó una nueva apropiación de territorios polacos (el segundo reparto) entre rusos, prusianos y austriacos, temerosos de una revolución a la francesa allí, y se derogó la Constitución del 91.
Muchos polacos se negaron a aceptar tal situación, y se volvieron hacia la Francia revolucionaria. El general Tadeusz Kosciuszko, que se había distinguido en la guerra de independencia norteamericana, acaudilló una insurrección que comenzó con buen pie el 25 de marzo de 1794 en Cracovia. Los polacos fueron capaces de batir a los rusos y los prusianos no consiguieron prestarles una ayuda eficaz. El 7 de mayo de 1794 se proclamó en Polaniec la libertad personal de los campesinos y el final de los trabajos obligatorios, que no pasaron de las buenas palabras. La insurrección también se extendió hasta áreas de Lituania, pero al final se impuso la fuerza militar de sus oponentes. El 3 de enero de 1795 Rusia y Austria firmaron un tercer tratado de partición, al que se sumó Prusia el 24 de octubre. Oficialmente, todo el territorio polaco se encontraba dominado por potencias extranjeras.
Prusia, dominadora de gran parte de la fachada báltica, intentó congraciarse con los terratenientes exportadores de cereales, Austria procuró aligerar las cargas de los campesinos, y Rusia mantuvo los privilegios de la pequeña nobleza. Sin embargo, las tres potencias absolutistas mantuvieron una difícil relación con la Iglesia Católica, no mejoraron la suerte de los judíos y no lograron la aceptación de muchos pequeños nobles, de corazón patriota, que consideraron a Francia su mejor baza para recuperar la independencia polaca.
Algunos polacos se había exiliado allí, pero otros habían llegado como prisioneros de guerra al ser vencidas las fuerzas austriacas dirigidas contra Francia. Entre 1797 y 1800 las llamadas legiones polacas, bajo el mando de generales como Dabrowski y Kniaziewicz, combatieron en tierras italianas a austriacos y rusos. Su himno, la mazurca Polonia no morirá mientras nosotros vivamos, se convertiría en el nacional de Polonia. Se formó paralelamente en territorio polaco una Sociedad de Republicanos que aunó la lucha por la independencia con las aspiraciones sociales de los campesinos.
Aunque el modelo político de la Sociedad era el de la Francia del Directorio, ésta no se mostraba muy ardiente a la hora de secundar la causa polaca, a la sazón dividida entre varias tendencias. La llegada de Napoleón al poder no agradó a Kosciuszko y a otros patriotas. La firma en 1801 de la paz con Austria y Rusia vedó la posibilidad de alcanzar militarmente Polonia, y los 5.000 voluntarios polacos fueron enviados a la mortífera campaña de Haití, cuando Napoleón albergó la esperanza de reconstruir el imperio francés en las Américas.
Reducidos a sus fuerzas, los patriotas polacos promovieron su causa por distintas vías. Kosciuszko defendió infructuosamente una guerra de guerrillas campesinas. Varios intelectuales formaron en 1800 la Sociedad de Amigos del Saber de Varsovia. Incluso el príncipe Adam Czartoryski pensó en atraer a la causa polaca al zar Alejandro I, en una verdadera manifestación de solidaridad eslava.
En 1805 las fuerzas napoleónicas derrotaron a austriacos y rusos en la batalla de Austerlitz, y en 1806 batieron a los prusianos. Las exigencias del reclutamiento habían soliviantado a los polacos. Se abría una nueva oportunidad para Polonia, aunque muy determinada por el poder francés. Los comandantes de las legiones polacas entraron en territorio controlado por Prusia, se formó una administración integrada por personas afines, y el príncipe Jozef Poniatowski, bajo la sugestión de Murat, aceptó el mando del nuevo ejército, compuesto inicialmente por 39.000 soldados divididos en tres formaciones. El 7 de julio de 1807 Napoleón firmó con Alejandro I la paz de Tilsit, cuando la mayor parte de las tierras antes dominadas por Prusia formaron el llamado Gran Ducado de Varsovia, con una quinta parte del antiguo territorio de Polonia y el 30% de su población.
Se ha venido sosteniendo que los patriotas polacos alentaron la relación de la bella María Walewska, mujer de procedencia burguesa ascendida a la nobleza por matrimonio, con Napoleón para restaurar la independencia nacional, aunque el emperador siempre consideró la colaboración polaca como un instrumento para sus fines político-militares. El Gran Ducado no pasó a ser reino nunca. Confiado teóricamente a Federico Augusto I de Sajonia, el ducado fue supervisado cuidadosamente por un residente francés. Asimismo, la ciudad de Gdansk o Danzig fue puesta bajo protección francesa y sajona. Desde este punto de vista, el posible embrión de una Polonia independiente se convirtió en un Estado satélite del imperio francés. Tanto Napoleón como sus predecesores revolucionarios vieron en los nacientes nacionalismos de los pueblos europeos un instrumento a su servicio, si bien acabaron siendo víctimas de los mismos más de una vez.
Se impuso una Constitución de cuño bonapartista: bicameral, oligárquica y centralizadora. También se implantó el Código Napoleónico, favorecedor del matrimonio civil y del divorcio, algo que contrarió a la Iglesia Católica. En teoría se proclamó la igualdad ciudadana y la abolición de los elementos feudales, pero muchos historiadores han considerado que no se pasó de las declaraciones dada la difícil situación de muchos campesinos convertidos en arrendatarios con pesadas obligaciones. Se prohibió a los judíos poseer tierras y se les vedaron sus derechos políticos.
Los polacos participaron con distinción en las numerosas campañas napoleónicas. En el plurinacional ejército napoleónico, los oficiales polacos se movieron con soltura dada su pericia y dominio del francés y otros idiomas. De los 718.000 hombres aportados desde 1809 por los aliados al ejército imperial, 84.800 fueron polacos, solo superados por los 121.000 del reino de Italia y los 110.000 bávaros. En España llegaron a combatir cerca de 20.000. En el 2 de mayo tomó parte el regimiento de caballería ligera de la guardia del coronel Karasinski. Los legionarios polacos lucharon en la batalla de Somosierra y en sitios como los de Zaragoza, Tarragona o Valencia, donde hicieron gala de su preparación, disciplina y valentía.
En 1809, con la causa napoleónica muy comprometida en la Península, Austria atacó las posiciones francesas. Los austriacos llegaron a entrar en Varsovia, pero al final las unidades del Gran Ducado alcanzaron Cracovia. En consecuencia, a los seis departamentos iniciales del mismo se añadieron cuatro más.
Este acrecentamiento territorial no consiguió evitar el descontento de muchos con el régimen napoleónico, muy alejado de sus planteamientos republicanos. La asunción forzada de la deuda prusiana con Francia, llamada de Bayona, pesó enormemente sobre la economía del Gran Ducado, a pesar de rebajarse de 43 a 21 millones de francos oro. La caída de las exportaciones de cereal, en virtud de la imposición del Bloqueo Continental, no resultó precisamente de gran ayuda.
En 1812 Napoleón y Alejandro I rompieron hostilidades definitivamente, y muchos polacos consideraron llegado el momento de erigir el Gran Ducado en un acrecentado reino, junto a Lituania. El fracaso napoleónico en Rusia y la ocupación zarista a partir de marzo de 1813 condenaron el cumplimiento de tal sueño. El logro de la independencia de Polonia quedaría para mucho más tarde.