PERO, ¿QUIÉN ERA MIGUEL DE CERVANTES? Por Juan Carlos Pérez García.

18.02.2017 10:48

 

    Este pequeño escrito es el resultado de una lectura y la asistencia a una conferencia. Se trata de la biografía que Alfonso Dávila ha publicado desde 2014 sobre Cervantes y de la asistencia a la conferencia del mismo en Requena, en la tarde del viernes 17 de febrero de 2017. Digo esto porque no quiero que se tome lo que aquí se escribe como una reseña, sobre todo que no se piense que mi objetivo pasa por ser exhaustivo y preciso. Compuse para ese viernes una suerte de anotaciones y apuntes por si necesitaba algún tipo de comentario sobre la obra; y con esa matriz y lo escuchado durante más de hora y media de charla y preguntas del público, he decidido finalmente armar estos breves apuntes.

                                            

 

    Hasta la fecha, la biografía de la que hablamos consta de dos volúmenes. El autor está realizando un tercer volumen que incrementa la información sobre el autor del Quijote. Asistimos el viernes a un soberbio ejercicio de despliegue documental. Las pruebas documentales, que se mostraron en una proyección de diapositivas, fueron de tal calibre que desmontaron los trazos maestros del edificio construido durante siglos sobre la figura de Miguel de Cervantes. Encantadores de serpientes los hay doquiera uno mire, y muchos andan por ahí dando conferencias. Dávila no tiene nada de ello y se apoya con solidez sobre un potente aparato documental capaz de abrumar a muchos auditorios. Uno tras otro documentos, fechas, hechos concretos y contrastados, biografías. Un conocimiento bien sólido sobre un autor del que hasta ahora casi lo desconocíamos todo. Esta es la impresión que se consolidó al finalizar la conferencia.

    Hay tres palabras que me vinieron a la cabeza cuando pensé sobre la obra de Dávila y cuando escuché la charla. Pienso que estas tres pueden ayudar a perfilar de alguna manera la esencia que da sentido a la obra de la que hablamos.

    La primera de estas palabras es audacia. Porque a estas alturas no es precisamente fácil sacar adelante una nueva biografía de Cervantes. La gente común, poco versada en el tema, debe preguntarse si se puede saber algo más sobre su vida, sus andanzas, sus experiencias vitales. Es una pregunta legítima, especialmente porque en este mundo nuestro, en el que la tecnología y esa especie de autoengaño que nos lleva a pensar en la superioridad de nuestra civilización sobre el pasado, hacen pensar a muchos que ya sabemos suficiente del pasado. Y Cervantes, auténtica marca España, no estaría al margen de esta consideración.

    Pero va y resulta que esto no es así. Según la investigación de Dávila el perfil cervantino manejado hasta ahora es totalmente inservible. Este esquema es más o menos de la siguiente naturaleza. Cervantes, nacido en baja cuna y en familia de escasas posibilidades, lucha por hacerse hueco en una sociedad como la española entre el siglo XVI y el XVII. Sus estrecheces son tantas que las mujeres de la familia llegan a prostituirse. Vive en la pobreza y finalmente da a luz la obra universal que es el Quijote. No cabe duda de que son unos contornos atractivos. No es ni más ni menos que el hombre humilde hecho a sí mismo para la historia a través de su gran obra literaria. No cabe duda que Dávila resulta ser muy atrevido para cargar directamente contra este perfil cervantino ya sólidamente consolidado.

    Cervantes asimila la decadencia de la sociedad española de fines del XVI e inicios del XVII y la plasma en sus obras. Bennassar subrayó en La España del Siglo de Oro cómo la sociedad española acabó asumiendo el hecho de la decadencia casi como algo consustancial no sólo durante el siglo XVII, sino como un elemento constitutivo de lo español durante los siglos posteriores. Y ciertamente la última parte del reinado de Felipe II y el período cronológico que se extiende hasta la muerte de Miguel de Cervantes (1616) es una época fronteriza; un tiempo que vive el final del esplendor del Imperio, donde las riquezas americanas llegan, aunque lo hagan con retraso, pero vivifican la economía y permiten muchos gastos suntuarios que quizás de otra manera no se habrían podido hacer; e igualmente un tiempo en que la sociedad va tomando conciencia del proceso de creciente deterioro al que tiene que enfrentarse.

    ¿Acaso no hay una elevadísima dosis de auto-desprecio, de goce morboso con la propia destrucción en las obras pictóricas de un Valdés Leal, como In ictu oculi o Finis gloriae mundi? Aquel viejo, que no caduco, trabajo de Pierre Vilar sobre El tiempo del Quijote advertía ya de los indicios de decadencia que se iban deslizando suave e inteligentemente en el Quijote. Ese reinado de “tempestades y calmas” que es el de Felipe II ya anunciaba lo peor. El arbitrismo del tiempo se esforzaba por denunciar los males y proponer remedios, precisamente ante una sociedad reducida a “hombres encantados”, como dijo el arbitrista Cellorigo. Y Alonso Quijano está encantado, es ese loco, pero loco-cuerdo, que constantemente se empeña en aventuras extraordinarias y al mismo tiempo impregna los ambientes de reflexiones inteligentísimas y análisis refinados.

    Existen muchas biografías cervantinas. Una gran masa no merecen sino la papelera. La del erudito valenciano Mayáns (por cierto, que realizó el trabajo por el encargo de un inglés) se mueve en lo ficcional y prescinde de un anclaje en documentación de archivo. Sí; quizás sea sorprendente, porque Antonio Mestre se ha esforzado toda su vida por trazarnos el perfil de un Mayáns comprometido con la historia crítica en el siglo XVIII, empeñado en una búsqueda fehaciente de documentación y en la destrucción de auténticos mitos históricos, como el de Santiago de Compostela. Pero la biografía que hace de Cervantes es inservible; lo que no significa que no se utilizara en el futuro.

                            

 

    La de Luis Astrana Marín, compuesta en los duros años de la post-guerra civil es muy buena, pero difícilmente se desprende del mito sobre Cervantes construido con anterioridad. Sus siete volúmenes son valiosos. Pero la biografía que merece, a juicio de Dávila, una fuerte credibilidad es la de Martín Fernández de Navarrete, publicada en 1834. La fidelidad documental es lo que caracteriza a esta obra, de manera que supone una ruptura con el mito construido en el siglo XVIII.

                    

 

    A raíz de esta conferencia he recuperado la obra documental de Krystofz. Sliwa, Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, y los Documentos de Miguel de Cervantes Saavedra y sus familiares (nada menos que 1200 páginas llenas de documentos, una recopilación impresionante), porque cuando leí la obra de Dávila (fue el verano pasado, gracias a la recomendación acertadísima de Nacho Latorre), me sorprendió la ingente masa documental que ponía a disposición del lector para reinterpretar la vida y las obras de Miguel de Cervantes. El carácter de Dávila se percibe en el tratamiento mismo de la obra de Sliwa, pues haciendo gala de una honestidad que le honra afirma con rotundidad que no hace innovación alguna, pues realiza un relato fundado en los documentos recopilados por Sliwa. Algo así como lograr componer un rompecabezas muy complejo porque está repleto de piezas. Dávila no presume de grandes hallazgos; en todo caso intenta difundir la verdad cervantina oculta tras un grueso blindaje.

    Provoca sonrojo recordar que el año pasado el Cuarto Centenario de la muerte de don Miguel pasó casi inadvertido, algo que quizás tenga su lógica en un país en el que quizás han vuelto a resurgir los viejos contornos de la añeja decadencia. Las editoriales publicaron algunas biografías. La más valiosa quizás fuera la del catedrático barcelonés Jordi Gracia, quien recuperó al Cervantes creador que disfruta con las peripecias de su propia criatura, ese loco-cuerdo tan inteligente que pronuncia palabras que solo pueden corresponder a un hombre que ha captado en profundidad la esencia y la problemática de su tiempo. Además la obra de Gracia aleja a Cervantes de la figura mitológica del hombre de letras taciturno, apesadumbrado, pesimista, que, como diría Ricardo García Cárcel, ha metabolizado la decadencia inevitable del tiempo que le tocó vivir.

    Audacia era la primera palabra que tuve en mente. La segunda de las palabras era la que acabo de escribir más arriba: mitología. En efecto, el mito de Cervantes, que ya hemos trazado anteriormente, fue perfilado por un areópago bastante numeroso de sabios, que –reconozcámoslo- ha conseguido construir la imagen de un Miguel de Cervantes moralmente intachable, que no se ensucia sus literarias manos con asuntos mundanos. Dávila denuncia el papel de la crisis de 1898 en la petrificación del mito. Pero ¿por qué, todavía en pleno siglo XXI, seguimos rindiendo pleitesía a una imagen falsa de Cervantes? ¿Por qué razones –ya que no creo que sea una sola- seguimos manteniendo una biografía cervantina constantemente desmentida por la documentación que los archivos poseen? Sobre todo, ¿por qué esta sociedad, supuestamente tan avanzada, se conforma con una visión esquemática y mentirosa de una de las figuras más importantes de su historia?

    La poderosa coraza del mito impide reconocer en Miguel de Cervantes al hombre con mentalidad de mercader, al empresario, al mercader de esclavos, al espía de Felipe II, al hombre portador de secretos de Estado. Incluso impide reconocer al ser poseedor de garrón aristocrático. No casa todo esto bien con el mito; es más bello el mito que el personaje real. Lo que hay detrás de esta ficción es una especie de cóctel en el que se mezclan intenciones literarias, comerciales y –quien sabe- quizás hasta propósitos políticos. Indudablemente esto casa bastante mal con cualquier propósito de orden científico y atento a la verdad de los documentos y los hechos. Mantener el mito es útil para el que quiere publicar un libro que repite constantemente el mismo mantra, para el que desfila por las radios y las televisiones vendiendo su libro en una línea “umbraliana”.

    Y esto ocurre con un personaje, Cervantes, al que convertimos en emblema de un tiempo, en conspicuo representante de una determinada época de la historia de España. Elegimos al Quijote como emblema de una España inquisitorial, imperial, una España que avizora la decadencia, cuando el gran libro está repleto de múltiples perspectivas culturales, religiosas, de relatos de múltiple naturaleza, de reflexiones sumamente abiertas sobre los grandes problemas de su tiempo. En definitiva, Cervantes es el cosmopolita, el ser abierto a otras culturas y religiones y es el maestro de la ironía. ¿Es que puede cuadrar esto con un personaje sumido en la pobreza y, en consecuencia, que no ha podido recibir la formación humanística acostumbrada en su tiempo? En esto hizo mucho hincapié Dávila para subrayar que sólo una sólida formación humanística puede estar detrás de las obras literarias de Cervantes. ¿Acaso alguien se permitirá el lujo de negar esta aseveración?

    Audacia. Mito. La tercera palabra que vino a la cabeza es la del rigor, que está, por supuesto, estrechamente unida a las otras dos. La biografía que escribe Dávila no sólo nos pone ante el hecho asombroso de tener que reconocer lo poco que sabemos sobre la vida de nuestro escritor. Lo más importante es que dicha biografía viene respaldada por una abrumadora masa de documentos de archivo. Se nota que Dávila es archivero, se nota que profundiza en el documento y que no se conforma con una lectura de las primeras páginas de los legajos. El ejemplo de los arráeces, que presentó en varias diapositivas, fue espectacular.

    Que te muestren los documentos que prueban la presencia de la familia de Cervantes en las Indias desde los primeros instantes, cuando Colón arriba al Caribe. Que sea un Cervantes el que realiza la primera crónica sobre la aventura americana. Que los Cervantes se extiendan por aquellas tierras, ostenten cargos elevados en el gobierno local y hasta en el Consejo de Indias. Que sea éste un asunto aún desconocido en el propio México de hoy en día. Todo demuestra un desconocimiento aplastante de la verdad histórica. Y, de paso, viene a demostrar cómo la sociedad española se proyectó sobre el continente americano con sus ansias de prosperidad y de búsqueda del bienestar en una nueva tierra.

    Que Dávila aporte pruebas que permitan reivindicar la honestidad de las chicas de la familia de Cervantes. Que se relacione el término “Cervantas”, con el que durante tanto tiempo se las ha identificado, con el escudo heráldico familiar de la rama andaluza de la familia, y que, por el contrario, se rechace que esto tenga que ver con la prostitución ejercida por estas mujeres, significa que entre aquella sociedad y la nuestra se ha elevado un muro de incomprensión difícil de salvar. Pero también indica la persistencia de un machismo persistente que denigra a las mujeres de la familia y limita su autonomía porque resulta útil al viejo esquema del Cervantes pobre, tan pobre que las mujeres se dedicaron a la prostitución. Dávila, inasequible al cansancio, persiste y aporta datos económicos sobre la fortuna de las Cervantas, tan importante como para dotarlas de total autonomía frente a los hombres y poder sacar adelante a sus vástagos por sí mismas, en un alarde de fortaleza femenina poco frecuente. Pero, claro, no en vano los Cervantes estaban conectados con la alta nobleza de los tiempos de Felipe II.

    Causa asombro que Cervantes aparezca introducido en las redes de información del Imperio español de los Austrias. Aquel era un mundo en el que el comercio, el rescate de los cautivos y la actividad del espionaje estaban completamente mezcladas. Esto es algo conocido desde hace mucho tiempo, pero un trabajo de Rafael Benítez lo ha repensado bajo nuevas perspectivas. Me refiero al artículo “La tramitación del pago de rescates a través del reino de Valencia: el último plazo del rescate de Cervantes” (está contenido en en Le commerce des captifs: les intermédiaires dans l’échange et le rachat des prisonniers en Méditerranée, XVe-XVIIIe siècle.  Études réunies par Wolfgang Kaiser. Roma:École française de Rome, 2008), donde Benítez analiza el papel de mercedarios y trinitarios en los rescates, el papel esencial de las familias de los que se encontraban cautivos y el control que sobre las órdenes realizaba el papado romano. No cabe duda que las investigaciones sobre la circulación de la información en el Mediterráneo y en Europa en los siglos XVI y XVII están transformando la imagen que tenemos de aquella época.

    La relación de Cervantes con su primo Juan Titón de Cervantes sólo fue mencionada por Dávila muy superficialmente a lo largo de la conferencia. Todo indica que sus lazos eran fuertes. Y esto es importante porque Titón se movió con soltura por Inglaterra, Francia y hasta Argel. Titón es una figura auténticamente fronteriza, porque en muchos aspectos comparte los rasgos de un Samuel Pallache, al que Mercedes García-Arenal y Gerard Wiegers dedicaron una investigación muy relevante hace ya veinte años (Entre el Islam y Occidente: vida de Samuel Pallache, judío de Fez, Madrid: Siglo XXI, 1999).

    El papel de Cervantes en Andalucía como recaudador para abastecer de alimentos a la armada destinada a la invasión de Inglaterra era ya conocido. En los últimos años los historiadores han multiplicado sus pesquisas en los archivos locales. La caza va proporcionando resultados. Sus negocios por aquellas tierras desmienten nuevamente la imagen del pocacosa que las biografías oficialistas transmiten.

    No habló –si lo hizo, no me enteré- de cómo lanza la hipótesis de que la colaboración financiera y de espionaje entre Cervantes y su primo Titón les condujera al contacto con los núcleos financieros judeo-conversos de Londres que estaban respaldando económicamente el teatro de Shakespeare y Marlowe, porque estos conversos tenían sucursales comerciales en Argel y Orán. Esta es una línea de investigación interesante, teniendo en cuenta el papel del antisemitismo en la España de la época y la labor vigilante llevada a cabo por la Inquisición.

    Acostumbrado a leer ensayos históricos en los que las afirmaciones se lanzan con prontitud y de manera bastante atrevida –especialmente si proceden de Norteamérica, cuyos “estilos” historiográficos son diferentes de los europeos-, me resultan tranquilizador que Dávila apoye su trabajo sobre documentos y cuando se lance a las hipótesis lo explicite con absoluta claridad. Esto me parece un gran mérito. La fidelidad documental es imprescindible en la construcción de la historia. Para los que somos profesores de historia esto supone una exigencia añadida porque podemos trabajar con los documentos en nuestras aulas. ¿Podríamos hacerlo si la historia se va desprendiendo cada vez más de la referencia a los documentos? Esto sería algo así como exigir a nuestros alumnos que desplieguen originalidad en sus escritos y elaboraciones pero que concluyan siempre con lo que dice el sacro-santo libro de texto.

    Concluyo. El trabajo de Dávila es muy relevante. Su empeño documental, su perspicacia y su acumulación monumental de datos no parecen erosionar la vieja estatua cervantina erigida por el oficialismo. Recios intereses quizás están tras todo esto. Acertada el interrogante lanzado al auditorio como si quisiera estimularlo: ¿esperaremos a que sean los anglosajones los que nos desvelen la naturaleza auténtica de Cervantes?

    En Los Ruices, noche del 17 al 18 de febrero de 2017.