PEDRO I Y ENRIQUE II, RIVALES E IGUALMENTE MALOS ADMINISTRADORES PARA UN ILUSTRADO.

13.08.2020 16:21

                

                En sus Cartas político-económicas al conde de Lerena, el ilustrado León de Arroyal hizo una revisión crítica del estado de la España de fines del reinado de Carlos III. En su segunda carta, fechada el 2 de marzo de 1787 en la conquense Vara de Rey, censuró la administración del erario por los reyes de Castilla desde Alfonso XI. Su juicio sobre Pedro I y Enrique II, grandes rivales, fue igualmente severo:

                PEDRO I.

                “Muerto el rey D. Alfonso, subió al trono el rey D. Pedro, a quien sus acciones adquirieron el renombre de Cruel. Éste sacrificó los pueblos con contribuciones extraordinarias, derramó la sangre de los grandes y hombres de mérito, y sumergió a sus vasallos en un lago de miserias, lo cual le trajo el aborrecimiento general, y éste el que le despojasen del trono, colocando en él a su hermano D. Enrique, conde de Trastámara e hijo del rey D. Alfonso y de doña Leonor de Guzmán, su amiga.

                “Huyó el rey a implorar el socorro de Inglaterra, y en tanto juntó el reino en las Cortes de Burgos para subvenir a la común defensa, los diputados concedieron de nuevo la alcabala sin ninguna limitación. Volvió D. Pedro ayudado del inglés y habiendo recuperado la corona, en consecuencia dela batalla de Nájera, volvió de nuevo a sus crueldades, no respetando ni la santidad del sacerdocio, por lo que fue excomulgado por el Papa Urbano V, que viendo el mal efecto que en él hicieron las censuras, le tornó a la comunión, y para desenojarle le concedió las tercias reales, que son dos novenas partes de los diezmos eclesiásticos, con condición de que se aplicasen a guerras contra infieles, y ésta es la segunda renta de los reyes de España, concedida el año de 1363.

                “D. Enrique no abandonó su empresa y probando otra vez fortuna contra su hermano, logró quitarle la vida en las cercanías de Montiel, ciñendo sus traidoras sienes con la diadema que aún estaba manchada con la sangre de su rey.

                “Ya empezó el rey D. Pedro a conceder exenciones y propiedades de alcabalas y tercias, apenas le fueron concedidas, de cuyos privilegios goza muchos el convento de Clarisas de Tordesillas, y que él fundó para su enterramiento y meter monjas a las hijas que tuvo en doña María de Padilla, su amiga más frecuentada, cuyos huesos he visto.

                “Estaba ya introducida en Castilla la destructora costumbre del derecho feudal, queriendo que los reyes tuviesen potestad para donar a otro lo que anejo a su dignidad les había sido donado, y sin lo que ella misma camina a su destrucción; y así cuando querían fundar un convento o premiar un vasallo, no hallaban medio más acomodado que el de aplicarles villas y lugares que arrancaban verdaderamente del mayorazgo de la corona, de que debieran ser unos fieles administradores y como estas donaciones eran perpetuas, poco a poco le han ido destruyendo, pero con todo el rey D. Pedro no enajenó la centésima parte que su sucesor fratricida.”

                ENRIQUE II.

                “Por el indigno escalón de la muerte de su hermano y su rey, ascendió al trono D. Enrique II, llamado el Dadivoso, por sus reprensibles prodigalidades. Para atraer los grandes a su devoción y partido e interesar en su ayuda a los reyes de Aragón y Navarra cuando intentaba coronarse, ofreció darles la mayor parte del reino hasta llenar lo inmenso de la ambición de cada uno; y cuando ya se hubo coronado, tuvo por el mejor medio de mantenerse el no negarles algo de cuanto le llegaron a pedir, con lo que desparramó entre unos y otros el patrimonio del Estado.

                “Las alcabalas, las tercias, las jurisdicciones y los pueblos se repartieron entre los poderosos, que no miraron a más que a su provecho y D. Enrique conquistó a fuerza de mercedes y sacrificios la sumisión de los grandes, que, como en nada les contradijo, en nada le contradijeron.

                “Fue muy obedecido, porque nada mandó que antes no le fuese insinuado, y los pueblos le sufrieron porque al fin era menos malo que les derramase la sangre del bolsillo que de las venas, como lo había hecho D. Pedro.

                “La experiencia que tenía de la venalidad de los grandes, le tuvo siempre receloso de que si alguno les diese más que él, de aquel sería la corona, y había algunos que la solicitaban con derecho harto más claro que el suyo. Había llegado a conocer que la fidelidad y el amor, que tan de continuo se cacarean a las orejas de los reyes, son por lo común miedo o interés que se mudan a todos vientos, y como se hallaba sin fuerzas efectivas para sostenerse, por la suma pobreza a que le redujo su agradecimiento o su temor, pasó toda su vida constituido en el estado menos decente de complacedor y aun adulador de los grandes.”

                León de Arroyal, Cartas político-económicas al conde de Lerena. Estudio preliminar de Antonio Elorza, Madrid, 1968, pp. 77-79.

                Selección de Víctor Manuel Galán Tendero.