PARÍS BIEN VALE UNA MISA Y NUESTRA FRATERNIDAD. Por Antonio Parra García.
Parecía que la noche, la del 13 de noviembre de 2015, iba a desplegar nuevamente sobre la Ciudad de la Luz sus muchos encantos. El sueño de viernes se convirtió en pesadilla cuando el terrorismo demostró una vez más su inhumanidad.
París vuelve a ser martirizada por el terrorismo islamista. Su “delito” a ojos de los fanáticos no es sólo ser la capital de uno de los Estados europeos con más solera en Europa, sino también por lo que ha representado y representa.
En la Ciudad de la Luz los más creativos y vanguardistas encontraron su lugar en los siglos XIX y XX. Allí se imprimió a la bohemia su particular sentido de vida libre, exonerada de las cadenas de todo convencionalismo. Allí encontraron su referente los decididos norteamericanos de Fiesta. Bajo su luz las mujeres mostraron sus atractivos y los mojigatos pudieron apreciar, aunque fuera a hurtadillas, la inconsistencia de sus tabúes. Su atmósfera, en definitiva, hizo libre a muchas personas.
Contra la capital de las grandes jornadas revolucionarias y de la bohemia lanzaron sus invectivas los fanáticos que la juzgaron decadente, como el arte de los grandes pintores de la Época Contemporánea. Ayer se repitió el Arde París hitleriano bajo otras excusas miserables.
Ayer se atentó contra los ciudadanos del mundo que gustan de pasar una velada con los amigos en un café o en un restaurante, de escuchar un concierto de músico, de ver un partido de fútbol, de pasarlo bien sin molestar a nadie, de comportarse como seres humanos.
Ayer los partidarios de hacer añicos el arte de siglos y de reducirnos a la mísera condición de esclavos del fanatismo dispararon contra todos nosotros. Y París una vez más, la Ciudad de la Luz, se ha erigido en la capital de la humanidad civilizada e ilustrada.