PARARLE LOS PIES A DRAKE. Por Carmen Pastor Sirvent.

03.08.2016 16:09

                

                En 1585 España e Inglaterra se declararon abiertamente las hostilidades. Francis Drake partió de Plymouth en septiembre al mando de 21 naves y 2.000 hombres contra el imperio español.

                Tras fracasar ante Vigo, cruzó el Atlántico por la ruta de las Canarias y cayó sobre la ciudad de Santo Domingo en enero de 1586. Arrasó parte de la misma y obligó a sus vecinos a pagar rescate.

                El 24 de febrero el virrey de Nueva España, el marqués de Villamanrique, lo puso en conocimiento de Felipe II. Ante sí tenía una ardua tarea, la de prevenir un nuevo golpe del corsario inglés. De la mejor manera que pudo previno del peligro al litoral de la Florida a Nombre de Dios, pasando por Panuco, Yucatán, Guatemala y Honduras, puntos que se prestaban a un desembarco favorable a los ingleses.

                En su estrategia defensiva era clave atender al puerto de San Juan de Ulúa, cuya capitanía se encomendó a Diego de Velasco con una guarnición de 80 a 100 soldados. De todos modos se temía que el próximo objetivo de Drake fuera la ciudad de La Habana.

                Hacia allí envió una fragata rápida con 10 quintales de pólvora y suficiente mecha y plomo, pero el virrey tuvo que sufrir la hostilidad del general de la armada Juan de Guzmán por su decisión.

                No se descuidó tampoco el muy expuesto flanco pacífico, el de las Filipinas. La fortaleza de Manila debía de ser atendida. Desde la ciudad de México hizo partir hacia aquel archipiélago 352 soldados de los que había alzado con dos capitanes al frente. Durante ocho meses recibiría cada uno una mensualidad de 15 pesos de la Real Hacienda.

                Las distancias de su enorme imperio fueron una de las grandes adversarias de los españoles. Mientras se hicieron todos los preparativos enunciados, Drake cayó en febrero sobre Cartagena de Indias y se enfiló hacia las posiciones de la Florida española.

                La malaria y las enfermedades tropicales fueron grandes enemigos de los ingleses, reducidos a asaltar posiciones peor o mejor defendidas. La guerra en el Atlántico entre ambas potencias demostró ser tan larga como complicada.