ORÍGENES DE LA PRIMERA GLOBALIZACIÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el mundo de áreas separadas y mutuamente ignoradas de la Baja Edad Media existían imperios más ricos y fuertes que muchos reinos europeos. Nada auguraba en 1400 el panorama mundial de 1600. Si había un imperio que estaba cobrando fuerza en la segunda mitad del siglo XV era el de los turcos otomanos, que tras conquistar Constantinopla amenazaban con tomar Roma.
Sin embargo, fueron las fuerzas navales europeas las que cambiaron el mundo definitivamente. No sólo derrumbaron imperios, sino que también impulsaron el movimiento de personas, especies animales y vegetales, virus e ideas. El hoy modesto Portugal se convirtió en el primer imperio ultramarino europeo. Los cruzados que habían conquistado parte de Al-Ándalus y derrotados en Marruecos se convirtieron en grandes mercaderes de esclavos y en navegantes pioneros. En Asia lograron grandes riquezas, las de las especias, pero no quebrantaron ni la India de los mongoles ni la China de los Ming. Se tuvieron que conformar con un rosario de factorías tendido a lo largo de las costas africanas y asiáticas. Pronto el opulento Portugal acusó carencia de personas. La iniciativa de los suyos también se resintió de los monopolios reales, mientras otros rivales se abrían paso con éxito.
Colón nunca llegó a Asia y no alcanzó el éxito deseado, más de un conquistador terminó defraudado y enfrentado a antiguos camaradas, y los ideales de evangelización quedaron muchas veces en el terreno de las buenas intenciones. Sin embargo, los españoles terminaron creando un vasto imperio en la nueva América tras destruir los de los aztecas e incas. La burocracia real parecía controlar la explotación minera y el comercio trasatlántico, pero pronto emergieron una serie de oligarquías locales que regirían una sociedad mestiza, cada vez más atenta a sus intereses. Su impulso llegó a las Filipinas, desde donde tampoco consiguieron dominar a otros Estados asiáticos.
Los metales preciosos y las especias también inspiraron los sueños de navegación y de conquista de franceses, ingleses y holandeses. Más de un caballero inglés de la era isabelina hubiera querido convertirse en un nuevo Hernán Cortés, capaz de someter un imperio rico en oro. Sin embargo, también se las tuvieron que ver con el fracaso y modificar sus perspectivas. Los franceses no encontraron el paso a China, pero crearon una Nueva Francia rica en pieles de animales. Los holandeses no conquistaron el Brasil, pero sí ricos territorios de la Especiería. Algunos de los ideales de los ingleses terminaron dando origen a la primera rebelión anticolonial, la primera descolonización de la Historia, la de los Estados Unidos.
Además de crear nuevas Europas, la expansión alteró la vida de la misma Europa. En su mesa aparecieron alimentos antes desconocidos, sus gentes comenzaron a fumar tabaco, a discutir sobre el alcance de los derechos de las personas con mayor amplitud, a contemplar otros entornos naturales y a enfrentarse por tierras de otros continentes. La guerra de los Treinta Años ya tuvo su componente de enfrentamiento mundial, el de los españoles y portugueses con los holandeses. En este mundo cada vez más conectado, los grandes imperios asiáticos terminaron cediendo entre los siglos XVIII y XIX. En vísperas de la Gran Guerra de 1914, África ya había sido repartida entre las potencias colonialistas.
La Descolonización no se explicaría sin el impacto europeo en muchas sociedades asiáticas y africanas, que fueron profundamente alteradas por la dominación colonial. Tampoco la Descolonización impugnó la Globalización, al contrario. Hoy en día, cuando la Unión Europea dista de ser una gran potencia, se cuestiona la hegemonía de Estados Unidos, Rusia se estrella en Ucrania y China y la Unión India despuntan en el horizonte, algunos piensan que hemos llegado a un mundo que se asemeja más al de 1400 en punto a la distribución del poder. Nadie duda de la fuerza de la Globalización, cuyos orígenes volvemos a estudiar más allá de aquellos antiguos debates sobre las razones del “milagro” europeo. Quizá en la capacidad de adaptación resida la causa de unos triunfos y de unos fracasos que marcaron la vida de la Humanidad.