NUESTRA HERENCIA MUNICIPAL ROMANA. Por José Hernández Zúñiga.
Roma no tuvo empacho en aplicar su organización municipal a los núcleos de población que se le fueron sometiendo, especialmente a partir de Julio César.
Al final tuvieron instituciones muy similares las fundaciones de soldados veteranos o colonias y las poblaciones que acordaron su obediencia a Roma o municipios. El emperador Vespasiano extendió el derecho latino entre todas las ciudades de Hispania.
Las ciudades fueron los puntales de la administración y del poder de Roma en una gran parte de las regiones de su imperio, especialmente en las hispanas. Toda ciudad se componía del núcleo de población principal u oppidum y de su territorio circundante con establecimientos menores como vici o aldeas, castella y villas.
Los residentes o incolae no formaban parte de la ciudadanía por origen o fijación de su domicilio principal, pese a compartir cargas locales. A los ciudadanos correspondió el nombramiento de sus magistrados a través de los comicios electorales. También votaron sus leyes particulares y participaron en la administración de justicia, si bien el conjunto de los ciudadanos o populus se jerarquizaba en distintos grupos.
Al frente de la ciudad encontramos a los duumviri iure dicundo, que dirigían la administración municipal, y los duumviri aediles, encargados de la seguridad pública, el abastecimiento y los juegos públicos.
A estos quattorviri se les incorporaron a veces dos quaestores encargados de las finanzas locales.
Los antiguos magistrados y los ciudadanos de mayor fortuna integraron la asamblea del ordo decurionum, generalmente compuesta por unos cien varones, encargados de asesorar a los magistrados.
Indisociable de la organización ciudadana era su espíritu cívico de teórico afecto y generoso desprendimiento hacia el populus. Los más conspicuos ciudadanos que habían alcanzado los más altos honores realizaban importantes donaciones a su comunidad, como cantidades que rentaban un montante lo suficientemente importante para destinarlo a los juegos, a la provisión de las termas o a la construcción de obras públicas.
Cuando las dificultades económicas y sociales conmovieron el mundo romano a partir del siglo III de nuestra Era, tal espíritu sufrió una importante merma. A la larga lo asumieron las autoridades eclesiásticas en algunas ciudades. No obstante, la herencia ciudadana de Roma estaba llamada a perdurar. ¿Quién no se reconoce hoy en día en ella?