NI ALEGRÍA NI TRISTEZA, ARMONÍA. ALGUNOS ASPECTOS DE LA TRADICIÓN ZEN (I). Por Cristina Platero García.

06.03.2018 16:18

            Las primeras palabras del más antiguo de los poemas zen dice:

“El camino [Tao] perfecto carece de dificultad.

Salvo que evita elegir y escoger.

Sólo cuando dejas de sentir agrado y desagrado

comprenderás todo claramente.

Por la diferencia de un pelo

quedan separados el cielo y la tierra.

Si quieres alcanzar la sencilla verdad

no te preocupes del bien y del mal.

El conflicto entre el bien y el mal

es la enfermedad de la mente.”

 

            Pero, como nos dice Alan Watts en su libro El camino del Zen, “no se trata de esforzarse por silenciar los sentimientos y cultivar una blanda indiferencia. Se trata de penetrar con la mirada la universal ilusión de que lo bueno o agradable puede ser arrancado de lo malo o doloroso.

            El primer principio del Taoísmo dice que:

“Cuando todos reconocen la belleza como bella, ya hay fealdad;

cuando todos reconocen la bondad como buena, ya hay mal.

“Ser” y “no ser” surgen recíprocamente;

lo difícil y lo fácil se realizan recíprocamente;

lo largo y lo corto se contrastan recíprocamente;

lo alto y lo bajo se ponen recíprocamente;

antes y después están en recíproca secuencia.”

            El Zen consiste en librarse del esquema maniqueísta. El bien sin el mal es como el arriba sin el abajo. “Su punto de partida, aparentemente lúgubre, es comprender el absurdo de elegir, de creer que la vida puede ser muy mejorada por la constante selección del bien. Hay que comenzar por tener la sensación de la relatividad […] Tener éxito es siempre fracasar, en el sentido de que mientras más éxito tenemos mayor es la necesidad de continuar teniendo éxito. Comer es sobrevivir para tener hambre.”

            Hemos titulado este artículo según aquella dicotomía de la que tanta gente huye hoy en día. A la sociedad contemporánea le aterran los traumas. Multitud de estudios de psicología y de prestigiosas universidades norteamericanas nos llenan la cabeza de pájaros indicándonos cuáles son las fórmulas para una existencia plena; cuál es el estado anímico más idóneo, el sueño a perseguir, la ilusión mental en la que más esfuerzos debemos poner: la felicidad. La panacea no es fácil de adquirir.

            Pese a que los boticarios nos den soluciones al uso que mitigan los efectos de la falta de felicidad, el capitalismo y sus beneficios siguen haciendo de las suyas. El optimismo, aquella conceptualización sobre la que se basaron los teóricos del siglo XVIII para propugnar el decálogo de la era liberal, trae consecuencias fatales a los seres humanos contemporáneos. Bombardeados por un sinfín de recetas mágicas iconizadas por “influencers” de turno en Instagram, nos vemos presionados por ofrecer siempre una cara sonriente.  

            Mister Wonderful, la marca comercial de merchandising, supo aprovechar el filón de la adicción que nuestra sociedad siente por escuchar mensajes positivos. En un mundo con cada vez más individuos, la competencia es mayor, y escuchar “eres especial” te hace bien, te dopa. De lo contrario, te sientes diluido en la masa que te rodea de camino al trabajo. Tu agenda te dice en su portada: “¡Hoy va a ser un gran día!”. Sales del metro, chocas con un viandante, tu café se derrama por tu camisa nueva (¡¿pero por qué bebes café mientras caminas?!). Te acuerdas de aquello que ponía en tu agenda y viste antes de salir de casa. “Vaya, me han engañado. ¡Qué me devuelvan el dinero!”. Tras dos meses viendo la misma frase tus ojos ya no reparan en ella, sabes que es mentira.

            El bien y el mal, lo agradable y lo doloroso son tan inseparables, como la incomodidad de la comodidad. Cuán confortable es recuperar una buena postura tras unos minutos teniendo el cuerpo en tensión. Tristeza y alegría son las dos caras de una moneda. O como lo expresa el Zenrin Kushu:

“Recibir disgustos es recibir felicidad;

recibir acuerdo es recibir oposición.”

                El Zenrin Kushu es una antología de unos cinco mil poemas de dos líneas compilada en Japón por Toyo Eicho (1429-1504) de muy diversas fuentes chinas (budistas, taoístas, literatura clásica, canciones populares, etc.) con el objetivo de proporcionar a los estudiantes de Zen un libro de versos que les sirviera de fuente de donde sacar dísticos (o pareados) que expresaran el tema del koan que acababan de resolver ante sus maestros. El maestro podía pedir el verso de respuesta tan pronto como se le había dado la respuesta adecuada al koan.

            Los koans designan en el budismo zen los problemas o paradojas que el maestro formula a sus discípulos, como una forma didáctica de pregunta bajo una apariencia absurda. Unos acertijos o desafíos que, a primera vista, se presentan como carentes de sentido, pero que encierran una enseñanza superior (para comprender mejor el funcionamiento de los koans colocamos un link en el apartado Fuentes). Un koan sería por ejemplo:

“¿Qué sonido hace una sola mano al aplaudir?”

“Saca de tu manga las cuatro divisiones de Tokyo.”

“Detén aquel barco que va por el distante océano.”

“Una niña cruza la calle, ¿es la hermana menor o la mayor?”

 “Si usted comprende, las cosas son tales como son. Si usted no comprende, las cosas son tales como son.”

            Volviendo al dualismo que compone la realidad humana, es evidente que el pensamiento occidental no está acostumbrado a concebir el entorno bajo los conceptos siameses del yin y el yang. El Taoísmo, el Confucionismo y el Zen (una de las escuelas budistas más preponderantes) expresan una mentalidad que se encuentra en paz en este universo dual y no lo concibe como una lucha. Y de igual modo, considera al hombre como parte integrante de ese ambiente.

            La tradición occidental, en cambio, ha dejado en nuestro horizonte una impronta que convierte en tabú aspectos de la naturaleza humana que, siendo reprimidos, ha llevado a que tuvieran que verse saciados por medios menos ortodoxos. Sin entrar a más en debates moralistas, nos atrevemos a afirmar que hoy en día, la tristeza, es un tabú en nuestra sociedad. 

            Pero, ¿por qué huir de la tristeza? ¿Por qué atribuirla al lado diabólico de las sensaciones? Desde HISTORIARUM, si se nos permite la licencia, queremos abogar por los días grises, a los que no debemos de temer. Si el tiempo meteorológico los trae de vez en cuando, por algo será. Llorar no es malo, ni un signo por el que avergonzase. Llorar libera, limpia; la lluvia quita la suciedad del aire cuando cae. Tras ella el paisaje se muestra más nítido, se respira fresco, las montañas a lo lejos se ven mejor.

            La idea básica que encontramos en la raíz de la cultura del Lejano Oriente es que los opuestos son relativos y por ende, fundamentalmente armónicos. El conflicto es siempre superficial, pues no puede haber pelea cuando los pares de opuestos son recíprocamente interdependientes. Por esta razón, nuestras rígidas divisiones de espíritu y naturaleza, sujeto y objeto, bien y mal, artista y medio, son totalmente extrañas a la cultura zen.

            Y el lector curioso dirá, “bien, y ¿qué hay de las guerras?”. Para el pensamiento zen esta pregunta es insignificante, no tiene razón de ser. En un universo fundamentado en el principio de la relatividad, no existe la guerra porque no hay ninguna victoria que conseguir. Ningún fin que alcanzar. Pero entendemos que esto, es ya demasiado sin sentido para nosotros, acostumbrados a comer con el parte de muertos (si es que ese día lo echan en los noticieros).

            En otro artículo hablaremos más acerca de aspectos interesantes que la filosofía oriental nos aporta y que poco a poco, el mundo occidental, a manera de píldora, recurre cada vez más a ellos como paliativo de un estilo de vida “desbordante” y a la vez, vacío.

            Bonjour, tristesse.

 

Escalera de uno de los accesos laterales de la catedral de Córdoba.

Fotografía de C. Platero García, tomada en febrero de 2017.

 

 

FUENTES:

- Para saber más sobre los koans en la filosofía oriental del Zen recomendamos esta página: https://filosofiaoriental.idoneos.com/koans/

- Alan Watts, El camino del Zen, RBA Colecciones, Barcelona, 2006.