MOTÍN A BORDO DEL NUESTRA SEÑORA DEL BUEN SUCESO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
En el revolucionario siglo XX tuvieron lugar motines en buques de guerra tan sonados como el célebre acorazado Potemkin, pero hechos así ya se dieron mucho antes. Tal fue el caso del navío español Nuestra Señora del buen Suceso en 1648, año de una década especialmente revoltosa para la Monarquía hispánica.
El buque había sido fletado en Málaga por el marqués de Casares para conducir una fuerza de doscientos cincuenta soldados a la plaza fuerte o presidio de Tarragona, en el frente de guerra de Cataluña. Mientras la nave era capitaneada por el genovés José Longueto, la tropa lo era por don José del Moral y don Pedro Serrano de Biedma.
En su travesía, el mal tiempo se les echó encima a la altura del cabo de San Martín el 4 de octubre de aquel año. No tuvieron más remedio que buscar refugio en el puerto de Alicante a la espera de mejores condiciones. Por fin, entre las ocho y las nueve de la mañana del día 9 pudieron hacerse a la mar.
Antes de partir, se hizo un reparto de raciones entre la tropa, circunstancia que aprovecharon para acercarse a la cámara de bastimentos de popa unos doce soldados, como Tomás Ibáñez, Pedro Granados, Francisco Martínez, Pedro Berrocal, Juan de Navas, Pedro de la Barrera, Andrés Delgado y Francisco de Aguilar. Ya en ruta, lograron entrar en la misma tras porfiar con el cabo de escuadra Bartolomé de Iglesias. Tomás Ibáñez y Pedro Granados portaban sendos cuchillos jiferos, propios de un matadero. En la refriega, cayó el capitán don Pedro Serrano de Biedma.
El otro capitán, don José del Moral, estuvo a punto de correr la misma suerte, pero sus ruegos consiguieron disuadir a los soldados amotinados. Se le ató de pies y manos en la escotilla del lastre bajo la custodia de seis soldados provistos de mosquetes: lo ejecutarían de pronunciar una palabra.
Los amotinados se hicieron con Nuestra Señora del buen Suceso. También habían acabado con la vida del mismo capitán Longueto, del alférez Juan López, del sargento José López y de varios marineros. Pusieron postas en las piezas y bocas de las escotillas. No se dirigieron a Tarragona, sino hacia el cabo de Palos. A la altura de la isla Gruesa de la ribera de Cartagena, cortaron las áncoras y abandonaron la nave lanzándose al agua. Se habían hecho con la ropa y los quinientos escudos en plata y oro de Longueto, los papeles militares (con las listas de soldados), bastimentos y armas como cinco mosquetes, una escopeta y dos tercerolas.
Solo quedaron en el buque el maniatado capitán don José, los cabos de escuadra Juan Francisco Rubio, Bartolomé de Iglesias, Tomás de Robles y Cristóbal Gómez, el piloto, el contramaestre y varios marineros. Fueron finalmente socorridos por una barquita tripulada por cinco alicantinos, que se habían encontrado en la albufera de la ribera de Cartagena con los soldados amotinados. Ellos mismos les indicaron que socorrieran a los de la nave. Todo un detalle.
Con tal auxilio, Nuestra Señora del buen Suceso llegó a Alicante ya anochecido el 12 octubre. Allí fue informado de lo sucedido el portanveces de gobernador don Gerardo Ferrer, que también aportó detalles sobre lo acontecido la mañana de la partida. Pronto pasó aviso a las autoridades castellanas, y el día 26 ya tenía treinta soldados presos el alcalde mayor de Cartagena y el corregidor de Murcia otros dos más. Por supuesto, no faltaron sus más y sus menos entre éstos y el portanveces de Alicante sobre la jurisdicción que correspondía aplicar el castigo de los amotinados, que terminaron ante el Consejo de Aragón el 14 de noviembre.
Servir en el ejército cada vez era más impopular en la castigada España de Felipe IV, cuando muchos varones eran obligados a servir en duras condiciones. Sin grandes posibilidades de fuga, la presión se acrecentó en Nuestra Señora del buen Suceso hasta llegar al motín.
Fuentes.
ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN.
Consejo de Aragón, Legajos 0580, nº. 036.