MITOLOGÍA Y REALIDAD LUCHANDO EN EL ASEDIO DE TROYA. Por Ángela García López.
Pasó hace ya 3000 años, en Troya.
Todo comenzó por una predicción de Casandra, la hija de Príamo Rey de Troya, que vaticinaba la destrucción de Troya por el príncipe Paris. Este, en consecuencia, fue abandonado a su suerte siendo un bebé esperando su muerte, pero no pudo ser porque fue recogido por un pastor. Cuando creció, volvió a la Corte en la que fue alabado y más tarde fue invitado a una fiesta en el Palacio de Menelao, el yerno del rey de Esparta Tíndaro y el esposo de Helena, la considerada mujer más bella del mundo. Según la mitología, gracias a la ayuda de la diosa del amor, Afrodita (a la que había elegido para quedarse la manzana de la diosa más hermosa), conquistó a Helena y se fugó con ella de vuelta a Troya. Menelao, tomándolo como un secuestro, ordenó a los principales líderes de las polis (que habían pactado en proteger el matrimonio de Helena) que se unieran a él para atacar Troya y recuperarla. Así comienza el asedio a Troya...
Se enfrentaban aqueos contra troyanos, durante la década del 1194 a. C hasta el 1184 a.C.
Llegó a las inmediaciones de Troya un gran ejército griego, liderado por los más grandes guerreros de la época: Agamenón, hermano de Menelao, guiado por la idea de recuperar el orgullo de su familia; el gran Aquiles, el mejor guerrero de la antigüedad, casi divinamente protegido por la laguna Estigia, Ulises, el conocido rey de Ítaca, el más astuto e inteligente y Ajax, un gigante poderoso de inconmensurable fuerza. Tras las murallas, no obstante, el ejército troyano contaba con el príncipe Héctor, el hermano de Paris, que contaba con la confianza ciega de todo el pueblo, pues era carismático y el mejor general con el que contaban las tropas troyanas. No obstante, debían mantenerse tras las murallas, pues era su única ventaja: sus rivales les superaban en número de 1 a 10.
Así pues, la armada griega desembarcó en las costas troyanas tras un complicado trayecto, donde fueron recibidos por las tropas troyanas con una buena bienvenida cargada de sangre y destrucción, y llevándose, como recompensa, la primera derrota a manos aqueas, especialmente gracias a la presencia de Aquiles. Fue, tras esta, que los troyanos comprendieron su desventaja numérica y se escondieron tras las murallas, creyendo tal vez, aunque ciegamente, que esas grandes paredes podrían separarlos eternamente de la muerte a manos de sus enemigos. No obstante, fuera de esta fortaleza, sus enemigos hacían de las suyas para “sacar a los ratones de su agujero”. Entre sus muchas atrocidades, se encuentra el secuestro de la hija de Crises, sacerdote de Apolo (Dios del Sol), llamada Criseida, que tuvo como castigo divino una plaga que debilitó a las tropas griegas. El capitán la devolvió, a cambio de la Concubina de Aquiles. Esto provocó la ira en él, dando lugar a la negación de él y los más poderosos guerreros aqueos de continuar luchando bajo su mando. Tras esta deserción, los troyanos aprovecharon para acabar con gran parte del ejército aqueo frente a sus murallas, y llevándolos hasta la misma playa, donde quedaron atrapados, pues incluso se dio la situación de que quemaron gran parte de su armada. En esta batalla, además, mataron a Melenao. Ajax, tras su muerte, tomó el poder, intentando salvar a su ejército de las garras enemigas. Sin embargo, no es hasta que apareció Patroclo, primo de Aquiles y vestido con su armadura que, mandado por este mismo, vino a socorrer a sus hermanos de la precaria situación en la que se encontraban. Patroclo también fue asesinado, en este caso por el príncipe Héctor, que creyéndolo Aquiles, se quedó su armadura como trofeo de aquella prestigiosa victoria. Este mismo, ciego de ira, mató al líder troyano, arrastrando su cadáver alrededor de la ciudad y de la pira funeraria de su primo cada día como una tradición y un aviso. El rey Príamo de Troya y Hermes (dios de los herreros), fueron disfrazadas durante una noche cerrada para suplicarle por el cuerpo de su hijo. Aquiles, puesto que le tenía mucho respeto a este como enemigo, hizo una tregua en la que incluso le dejó 12 días para los entierros pertinentes. Apenas unas semanas más tarde, el hermano de Héctor, Paris, vengaba a este clavándole a Aquiles la flecha en el talón que finalmente le provocaría la derrota, pues era su único punto débil, que según la leyenda fue guiada por el mismo Apolo para acabar con su vida. Después, fue colocado junto a su primo en la pira funeraria. Las muertes no acaban aquí, y el siguiente en caer es Paris, bajo una flecha por parte de Filoctetes.
Tras tantas bajas para el ejército aqueo, de mayor importancia que las del troyano, la balanza de la batalla se decantaba hacía el lado de estos últimos. No obstante, una vez más, la inteligencia cambió el curso de la historia, demostrando que vale tanto o más una buena estrategia que un poderoso ejército. Esta estrategia fue, ni más ni menos, la del Caballo de Troya.
El último intento “desesperado” de los griegos para ganar esta guerra se basaba en un gran caballo de madera, en el cual irían escondidos Ulises y un centenar de sus mejores hombres. Fue Sinón, familiar de este mismo, quien convenció con hermosas palabras y una gran labia a los troyanos que aquel era el regalo de sus enemigos para la diosa Minerva (diosa romana de la Sabiduría) en son de paz, pues con esta se rendían finalmente. Tan grandes eran las proporciones de este “presente”, que tuvieron que incluso derribar parte de su propia muralla para dejarlo entrar. En cuanto la figura se alza en el centro mismo de la fortaleza, el pueblo entero estalla en gritos de júbilos y el desenfreno, el alcohol y la música inunda cada rincón. Estaban, pues, tan alegres y festivos que no había ni tan siquiera un guardia vigilando el caballo. Así pues, Sinón, cuando vio la situación idónea, se dirigió disimuladamente a este, abriendo en su vientre una compuerta oculta, de la que salieron los aqueos ocultos. Ya en el interior, lanzaron una gran señal de humo a sus compañeros, preparados para esta misma señal y que, al divisarla en el firmamento, no dudaron en lanzarse a la batalla. Sin apenas dificultad, se internaron en la antigua “fortaleza”. Motivados por la sorpresa de los entumecidos troyanos, saquearon, quemaron y, sobre todo, mataron. Con una gran crueldad, no pusieron distinciones a la hora de acabar con sus enemigos de hacía 10 largos años. Así pues, de esta masacre no se salvó ni tan siquiera el rey Príamo, que acabó como sus dos hijos, asesinado bajo las garras de los aqueos. Además, los desgastados supervivientes cayeron como prisioneros de estos enemigos. No obstante, hubo un pequeño grupo, afortunados, que pudo escapar mediante una serie de pasadizos secretos. Entre ellos se encontraban Helena y Ulises. En ese momento, tras una larga década de guerra fuera del hogar, emprenderían el duro camino de vuelta. Aunque, claro, esa es otra historia.