MIGUEL HERNÁNDEZ: EL CAYADO QUE DIBUJA POESÍA. Por Pedro Montoya García.
Los mejores pasajes de nuestra literatura.
Miguel Hernández: el cayado que dibuja poesía.
El cayado que dibuja poesía, el hombre del campo crecido en las escarchas de diciembre y las solanas de la canícula, el arado que escribe dramas, la fuerza para vencer el destino y los designios establecidos, pero al mismo tiempo, agradecido de unos orígenes guardados en el alma. En mi modesta opinión, sin entrar en disquisiciones políticas que no competen, en una época de genios líricos irrepetibles: Rubén Darío, Los Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Luis Cernuda, Rafael Alberti… los versos más desgarradores para dilucidar la España rural y real, los vino a escribir un cabrero: Miguel Hernández.
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Los jóvenes como la herramienta nacían deshumanizados. Bien lo sabía el poeta, su obra estaba predestinada a ser pastor, como lo era su padre y lo fue su abuelo, el mozo Miguel, lo que debía hacer era trabajar para llevar comida a casa y dejarse de escribir poesía. Un hombre del campo nacía como el yugo, como un arado, destinado a trabajar toda su vida en una tierra descontenta, y como cualquier herramienta a los golpes destinado. Con un lenguaje sencillo, como si un campesino hablara, cose una metáfora sublime: Carne de yugo, ha nacido; para derramar la explotación a la que se veían los pequeños de su época. Las personificaciones de la tierra descontenta y el insatisfecho arado, tal si todos los sustantivos: tierra, arado y carne fueran eso, nada más que herramienta…
Y como poeta que apenas pudo pisar el aula y se instruyo así mismo, con perseverancia, con los clásicos y los escritores del Siglo de Oro, plasmaría esta influencia en El rayo que no cesa. Y como poeta, qué menos que una amada idealizada a la que deberá renunciar… En uno de sus más bellos sonetos, para bajar al ruedo y escribir desde el albero al desamor:
Como el toro he nacido para el luto
y el dolor, como el toro estoy marcado
por un hierro infernal en el costado
y por varón en la ingle como un fruto.
Como el toro lo encuentra diminuto
todo mi corazón desmesurado,
y del rostro del beso enamorado,
como el toro a tu amor se lo disputo.
Como el toro me crezco en el castigo,
la lengua en corazón tengo bañada
y llevo al cuello un vendaval sonoro.
Como el toro te sigo y te persigo,
y dejas mi deseo en una espada,
como el toro burlado, como el toro
Junto a la Tierra, aquí tenemos el otro estandarte de la poesía de Miguel Hernández: el Toro. La España profunda, con sus valores, sus virtudes, sus heroicidades y por ende con su tragedia. La España de la tierra: del grano, de la vid, del olivo, de la huerta, del ganado y la España del Toro: de la bravura, de la cogida… Es mucha la simbología de ese libro de poemas, pero sobre todo, resalta la talla de un escritor que cuando quiso, fue capaz de hacerlo a un nivel de complejidad altísimo, tanto en su expresión como en el uso de figuras retóricas, a la altura de los más grandes. Todo eso como decíamos, autodidacta.
Elegía a Ramón Sijé
Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracoles
Y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
El poeta trata de librarse del dolor por la muerte de un amigo querido, de ideología política opuesta de quien se había distanciado, desde su interior: desde su costado y desde su aliento al exterior, sacarlo fuera, a la tierra, a las lluvias, a las caracolas, a las amapolas… La tragedia de una guerra que se preparaba… Así escribía desde la cárcel, al hijo que sólo comía pan y cebolla:
Nanas de la cebolla
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
No podemos olvidar otra de sus elegías al trance que quizás ha sido llorado con mayor talento en nuestra literatura, como fue la cogida y muerte Ignacio Sánchez Mejías. El asta lo llevó desde las varas hasta los medios
Vino la muerte del chiqueo: vino
de la valla, de Dios, hasta su encuentro
Y desde los medios a la inmortalidad lo alzaron García Lorca y Miguel Hernández, así terminaba la elegía de éste último al torero:
San Pedro, ¡abre! la puerta:
abre los brazos, Dios, y ¡dale! Asiento
Tras escribirlas, pronto, muy pronto, llamarían también los dos poetas a la puerta.
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