MERCENARIOS, COMERCIANTES Y FINANCIEROS EN EL NÁPOLES DEL MAGNÁNIMO. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Cuando Alfonso de Aragón fue reconocido por Juana II de Nápoles como heredero en 1421, se le planteó tanto una gran oportunidad de engrandecimiento como un formidable reto, pues el control del extenso y díscolo reino napolitano no resultaba nada sencillo. Los barones no se mostraron dispuestos a abdicar de su protagonismo, y por si fuera poco la misma Juana acabó inclinándose por Luis III de Anjou. Al morir la reina en 1435, se desató una porfiada guerra entre angevinos y aragoneses, que consumió muchos recursos de los reinos de Alfonso.
Los angevinos resultaron ser unos rivales correosos, pues Renato de Anjou, por medio de su matrimonio con Isabel de Lorena, deseó validar las aspiraciones de su hermano Luis al trono napolitano. Dispuso inicialmente de la ayuda del duque de Milán Filippo Maria Visconti y de Génova. Precisamente, cuando los aragoneses asediaban Gaeta, una flota comandada por el genovés Biagio Assereto los derrotó en Ponza el 5 de agosto de 1435. El rey de Aragón cayó prisionero, pero al final el duque de Milán se convirtió en su aliado, y Alfonso pudo entrar triunfalmente en Nápoles el 26 de febrero de 1443 tras no pocos esfuerzos.
Durante los años de guerra, los comandantes de mercenarios Braccio da Montone y Muzio Attendolo Sforzo lograron una gran relevancia, los condotieros que se hacían pagar bien sus servicios. Desde el siglo XIV, las fuerzas asalariadas estaban ganando un protagonismo cada vez mayor en los campos de batalla de Europa.
Ganado el reino de Nápoles por el Magnánimo, se establecieron de manera más tranquila comerciantes catalanes como los Vidal o los Vinyes, coincidiendo con el asentamiento de las casas de banca de Florencia y Siena. Sus servicios financieros eran utilizados por aquéllos. Llegaron a participar en el negocio de los seguros de los convoyes navales que traían al reino de Nápoles las lanas de Inglaterra. Los beneficios obtenidos les permitieron compensar su déficit en el comercio con el Levante mediterráneo.
El reino napolitano era en el ecuador del Cuatrocientos una encrucijada de caminos económicos, en la que las filiales florentinas de Venecia exportaban el aceite y el grano de Apulia, consiguiendo interesar en el lucrativo negocio a los banqueros alemanes y flamencos. De hecho, la plaza de Nápoles, como la de Valencia, acusó un importante déficit con Florencia, Roma y Génova. Los banqueros toscanos aprovecharon tal circunstancia a su favor más si cabe: cargaron el pasivo de Valencia a Nápoles, y el de Nápoles a Palermo, donde lo convirtieron en saldo crediticio a su favor para operar en Valencia. El círculo de los negocios se cerraba, y el Mediterráneo Occidental avanzaba algunos de sus rasgos posteriores.
Para saber más.
Alfonso Leone, "Alfonso il Magnanimo e l´economia dell´Italia meridionale", MEDIEVALIA, 14, 1998, pp. 9-17.
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