MANTENER A LAS TROPAS DE NAPOLEÓN. Por Víctor Manuel Galán Tendero.

05.09.2021 09:48

               

                Napoleón pretendió convertirse en el reformador de España, y su hermano José I se presentó como el rey regenerador, muy crítico con la ejecutoria de la dinastía borbónica. Lo cierto es que su gobierno directo controló muy poco, imponiendo su ley los mariscales, que tenían que mantener sus fuerzas con los recursos locales.

                Ocupada tempranamente por los napoleónicos, la provincia de Ávila padeció un verdadero vía crucis. En el curso de la campaña contra los británicos que se replegaban hacia Galicia, en diciembre de 1808, las tropas del mariscal Ney saquearon y arrasaron todos sus pueblos más acomodados, como los de la Carrera de Castilla, de Adanero a los confines de Medina del Campo. Olmedo y Arévalo (el granero provincial) no escaparon a tan triste suerte. La misma capital padeció el saqueo, incluyendo sus fábricas de paños, por las fuerzas del mariscal Lefevre en enero de 1809.

                Sometida a la fuerza napoleónica, la provincia fue obligada a suministrar en 1808-09 a los ocupantes 25.000 fanegas de cebada, 3.000 de garbanzos, 18.000 carros de paja, 206.000 arrobas de vino, 20.000 de aguardiente, 2.000 de aceite, 3.000 de vinagre, 30.500 de carbón y leña, 4.150 reses vacunas, 2.300 carneros, sin contar las muchas arrobas de patatas y de diferentes menestras. Se habían destinado a las tropas destacadas en la misma provincia y en las de Valladolid, Segovia, Salamanca,  además de las de El Escorial y Madrid.

                Los napoleónicos mantuvieron la intendencia y el gobierno provincial, que nombró a la municipalidad abulense. El 29 de marzo de 1810, el intendente recibió una nueva orden del mariscal Ney, el jefe del sexto cuerpo de ejército, desde su cuartel general de Salamanca. Exigía para el 15 de abril la entrega de seis millones de reales, 12.000 fanegas de grano y 500 vacas. Para presionar a los contribuyentes, un regimiento de dragones se presentó en Ávila.

                La misma corporación municipal tuvo que protestar, en términos de fidelidad a José I, expresando que la pequeña y accidentada provincia podía convertirse en un “desierto de cadáveres”. El 4 de abril pidió liberarse de la nueva contribución. El obispo, también en tales términos, se sumó al ruego, sosteniendo que el clero no había cobrado en dos años sus rentas. Añadía que las tierras abulenses se encontraban “afligidas por las partidas de bandidos”, como las de la guerrilla de Camilo Gómez. A otros, no los consideró sintomáticamente en los mismos términos, a pesar de los pesares.

              Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL.

                Estado, 3003, Expediente 77.