LUIS IX Y EL ORDEN MONÁRQUICO EN FRANCIA.

06.04.2019 11:42

                La formación de los grandes reinos de la Europa Occidental fue un proceso laborioso, lleno de recovecos y nada predestinado a un final concreto. La Francia de mediados del siglo XIV se vio sometida a una fuerte tensión, cuando las fuerzas del rey de Inglaterra atacaban un reino castigado por la peste, pero cien años antes aparecía triunfante, regida por un hombre que fue coronado a edad tempana en 1226, Luis IX, el San Luis de la historia.

                En un momento de intensas luchas entre el Imperio y el Papado, supo mantenerse al margen en la medida de sus posibilidades. Tenía buenas razones para ello. Ni le convenía quebrantar la autoridad suprema eclesiástica, ni invalidar los derechos políticos imperiales: era un rey cesarista por la gracia de Dios, especialmente cuando se tenía que enfrentar a la oposición de importantes nobles.

                Uno de ellos tenía el título de rey, Enrique III de Inglaterra. Desde hacía décadas, los monarcas franceses habían luchado contra los de Inglaterra por hacerse con dominios como Normandía. En 1258, Luis IX alcanzó el tratado de París con Enrique III, que tuvo que renunciar a Normandía y a otros territorios. Al año siguiente, el de Inglaterra le rindió vasallaje. Al Sur del Loira, también afirmó su posición tras la derrota de los cátaros y en el mismo 1258 suscribió con Jaime I de Aragón el tratado de Corbeil, por el que renunciaba a sus derechos sobre los condados catalanes a cambio de afirmar los suyos sobre el Languedoc.

                No bastaba con precisar fronteras, sino también en controlar de la manera más efectiva posible unos territorios más heterogéneos de lo que se ha acostumbrado a pensar. Los caballeros y los nobles acostumbraban a declararse guerras interminables, en las que la justicia se asimilaba a la venganza. Para aminorar las represalias, se dispusieron en 1245 treguas de cuarenta días antes de su sustanciación. La autoridad regia, no obstante, debía de imponerse de una manera más clara.

                Los dominios reales estrictos no se extendían por todo el reino y no todas las ciudades eran prebostales. Los bailes u oficiales regios detentaban grandes poderes administrativos, financieros e incluso militares en las circunscripciones de aquéllos. Para controlar su actuación, se acotó su ejercicio a un máximo de tres años, finalizado el cual debería de rendir cuentas de sus acciones. Tal modelo sería también aplicado en otros reinos, como la Castilla de los corregidores. Los bailes fueron inspeccionados, además, por informadores ad hoc desde 1247, muchos de ellos franciscanos y dominicos.

                Las apelaciones a la justicia del rey también se fomentaron. En la Corte se diferenció el Consejo encargado de tomar las decisiones políticas, la Cámara del Parlamento que registraba las leyes y la Cámara de Comptos encargada de las finanzas. Cuando en 1248 Luis IX parta a la Cruzada contra Egipto, dejaría un reino mejor dispuesto que el de su antecesor Luis VII.

                A su retorno en 1250, trató de fortalecer el orden monárquico en la moral y en la economía, muy enlazadas en la mentalidad de la época. La gran ordenanza de 1254 estableció prescripciones contra prácticas como los juegos de azar, que desafiaban el poder de Dios. Dos años más tarde, se ampliarían sus disposiciones, especialmente contra la prostitución. Se afirmó, asimismo, la primacía de la moneda real en 1262, por encima de las acuñadas por los señores u otros monarcas, como los de Inglaterra. Sus invectivas contra los judíos se encuadran en este clima, el de convertir el reino de Francia en un espacio particular. A su modo, la canonización de Luis IX en 1297 (veintisiete años después de su muerte en Túnez) sería el resultante de esta sacralización del incipiente espacio público francés.

                Bibliografía.

                Richard, J., Saint Louis: roi d´une France féodale, soutien de la Terre Sainte, París, 1983.

                Sivéry, G., Saint-Louis, Le roi Louis IX, París, 2007.

                Víctor Manuel Galán Tendero.