LOS SAMURÁIS DE JESUCRISTO. Por Verónica López Subirats.
Los franciscanos y los jesuitas llegaron al Japón a mediados del siglo XVI con la intención de evangelizar aquella tierra del Extremo Oriente. Su impronta fue muy importante en el Suroeste, donde floreció también el comercio entre europeos (portugueses sobretodo) y nipones.
Los portugueses y los españoles pronto apreciaron las posibilidades del Japón en todos los aspectos. San Ignacio de Loyola, que arribó al archipiélago en 1549, consideró en términos elogiosos a los belicosos japoneses, que en Kangoshima se avinieron a escuchar a los misioneros. No en vano varios se convirtieron al cristianismo.
Oficialmente Japón se encontraba bajo la autoridad de un emperador, pero su poder era espectral y los grandes señores o daimios se disputaban el mando en una serie de guerras interminables. El comercio con los europeos les dispensaba riquezas y el conocimiento de las nuevas armas de fuego. La conversión al cristianismo reforzaría la adhesión con las nuevas fuerzas capaces de cambiar el equilibrio político japonés.
En 1563 el daimio o señor de Kyushu se hizo cristiano y pronto muchos de sus samuráis también se convirtieron. Igualmente aprendieron a disparar los arcabuces.
Este cristianismo socavó la autoridad del shogun Hideyoshi, empeñado en gobernar todo el imperio como teórico mandatario del emperador, sometiendo a los daimios y a sus samuráis, que cuando se convertían al cristianismo juraban lealtad suprema y exclusiva al Papa.
Tras la batalla de Sekigahara (1600), en la que se impuso el poder de Tokugawa Ieyasu, los samuráis cristianos prefirieron el martirio al suicidio ritual o seppuku.
El nuevo poder de los shogunes persiguió el cristianismo. En 1612 se prohibió la presencia de misioneros y se ordenó renegar de su fe a los cristianos. Se expulsó a un daimio cristiano del país. A partir de 1629 se intensificó la destrucción de imágenes y símbolos del cristianismo en Japón.
Entre 1637 y 1638 se alzaron en armas unos 20.000 campesinos cristianos en Shimabara, deseosos de mejorar su triste condición. Portaban estandartes con imágenes cristianas. Fracasaron en su empeño y a partir de entonces se obligó a los japoneses a inscribirse en los templos budistas de un imperio cada vez más cerrado al resto del mundo.
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