LOS PROTECTORES BOSQUES ALTOMEDIEVALES. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los ecologistas actuales encuentran a faltar espacios verdes en una Europa muy afectada por la industrialización. Hace más de un milenio el continente ofrecía un aspecto muy distinto.
Grandes extensiones de bosque, casi selvas, cubrían numerosas áreas de la Europa al Norte de los Alpes. Se diría que la civilización romana no había hecho retroceder los bosques que inspiraron a los viejos celtas. En Turingia, Sajonia, los Vosgos, las Ardenas y Kent los árboles imponían su señorío sin discusión a las comunidades humanas, que asomaban la cabeza en los claros del bosque. La populosa Inglaterra de más de cincuenta millones de hoy en día apenas contaba con un millón.
En las tierras de la cuenca mediterránea el bosque no se mostraba tan lozano, pero dominaba sin dificultad muchas áreas montañosas, cubriendo con generosidad el matorral otras muchas.
Las relaciones entre las comunidades humanas y el bosque eran muy estrechas. Las grandes extensiones de árboles brindaban alimento en forma de frutos o caza. A su abrigo pacían los ganados. Proporcionaban los remedios para curar varias enfermedades que atenazaban a aquella humanidad, conociéndose las propiedades y aplicaciones de sus hierbas. En el invierno sus leñas servían para su calefacción. El herrero mantenía su fragua gracias a sus generosos aportes de madera. Las casas y las grandes edificaciones como las fortalezas recurrían a la madera igualmente.
La rotundidad de tales paisajes invitaba a que marcaran los límites entre demarcaciones eclesiásticas o de otro tipo. En aquellos bordes fronterizos encontraron refugio los proscritos por varias causas: Robin Hood es algo más que una bonita narración. Allí también tuvo su guarida el peligro, el de los lobos y el de otras criaturas feroces, pero también el del misterio que no se ve a primera vista. La reverencia de los árboles como seres animados y los ritos propiciatorios que se realizaban a su alrededor a veces remitían a un mundo anterior, no del todo olvidado, el de las creencias religiosas anteriores al cristianismo, que tanto preocupó a la Iglesia, presta a extirparlas bajo la acusación de brujería.
A partir del siglo XI el mar forestal fue cediendo terreno ante el empuje de los labradores de una Cristiandad que come mucho cereal y necesita mayores pastos para sus ganados. Los nuevos arados cumplieron un notable servicio en la extensión de un nuevo paisaje agrario. Los Países Bajos o la Alta Provenza ya nunca más fueron los mismos, remodelándose la relación entre la naturaleza y las comunidades de personas. A partir de ahora los señores feudales tuvieron a bien reservarse en numerosas ocasiones como coto los beneficios del bosque, el viejo protector de los hombres durante tantos siglos.