LOS POLÉMICOS GARROCHISTAS. Por Víctor Manuel Galán Tendero.
Los festejos a veces han resultado amargos, deplorándose a lo largo de los tiempos más de un incidente. Las justicias del Antiguo Régimen, por ejemplo, tuvieron que estar bien atentas a lo que podía suceder, pero no celebrarlas hubiera resultado mucho peor, muchísimo más, para la estabilidad social. La fiesta descargaba las tensiones y aliviaba en cierta medida las represiones de unas comunidades marcadas por la desigualdad, aunque sin ponerla en duda.
En la Castilla del siglo XV tuvieron popularidad las celebraciones taurinas, y los nobles hicieron gala de correr los toros montados a caballo con garrocha, una larga vara de hasta cuatro metros terminada en punta. Aquí las cañas verdaderamente eran lanzas, y tales exhibiciones una muestra de montar a la jineta, como la caballería ligera de los castellanos de aquel tiempo.
Cada cabalgador intentaba ser el mejor, y las rivalidades animaron las apasionadas fiestas. En este competitivo ambiente, el peligroso uso de la garrocha deparaba más de un sobresalto.
En la palentina villa de Cisneros, Pedro Llantadilla hirió incidentalmente a su amigo Santiago Herrero con una garrocha durante las celebraciones taurina. La justicia real tomó cartas en el asunto, pues se temería que hubiera represalias familiares, muy capaces de turbar la paz pública, siempre frágil. Pedro, en consecuencia, fue desterrado de la villa.
El tiempo pasó, el enojo cedió. Fernando perdonó a Pedro en octubre de 1494, y el desterrado pudo retornar. En la belicosa Castilla de los Reyes Católicos no era cuestión de anular el espíritu combativo de sus gentes, pero sí de canalizarlo, fuera en el manejo de la garrocha o de otro medio igualmente contundente.
Fuentes.
ARCHIVO GENERAL DE SIMANCAS.
Registro del Sello de Corte, legajo 149410 (491).