LOS PILARES MILITARES DEL IMPERIO DE LOS ZARES.
En el siglo XVIII Rusia se convirtió en una gran potencia europea, con capacidad suficiente para presionar al Imperio turco y Austria. La Prusia de Federico el Grande debió su salvación a su cambio de aliados durante la guerra de los Siete Años. Francia y Gran Bretaña tuvieron que tenerla en cuenta para sus combinaciones diplomáticas. Polonia y en una medida menos trágica Suecia padecieron su fuerza. Incluso la entonces España imperial la tuvo bien presente en su política de seguridad mediterránea y americana, pues los rusos habían saltado a Alaska y se acercaban a las posiciones californianas españolas.
Semejante despliegue de poder no fue gratuito. Los zares habían merecido la fama de despóticos, no atentos al acatamiento de una ley fundamental, de los mismos europeos acostumbrados al absolutismo, pero en el pasado su autoridad se había visto comprometida por la aristocracia y por parte del clero ortodoxo. Consciente del problema, Pedro el Grande pudo imponer en 1722 la Tabla de Rangos. Finalizada el año anterior la guerra del Norte, asignó a cada categoría nobiliaria un servicio en favor del Estado encabezado por el zar. Los distintos nobles dejarían de ser un estorbo para convertirse en servidores.
En aquella sociedad se acentuó el recurso a la prestación de días de trabajo por los campesinos, el llamado obrok, y la servidumbre fue promovida por el mismo zar, más allá de la mera compensación a una aristocracia más sujeta. Se ha calculado que en 1724 el 19% de la población campesina se encontraba sujeta a la servidumbre directa del zar, pero en 1816 había alcanzado al 35%. En otros imperios y Estados de la Europa Oriental la servidumbre también había sobrevivido en el siglo XVIII, pero la Rusia del XIX heredó una elevada población en tal condición. De hecho, el obrok pasó en 1761 de ser valorado a un rublo por día de trabajo a unos diez en 1815. Con tales métodos, la contribución subió de los más de diez millones de rublos de 1769 a los ciento veintiséis de 1825.
El zarismo no prescindió de los monopolios, también presentes en otros países, por razones fiscales muy claras. A los impuestos sobre el comercio, se sumaron los monopolios sobre la sal y el alcohol. Este último rindió enormes beneficios. Los 850.000 rublos de 1724 aumentaron a un millón en 1747. Durante la guerra de los Siete Años, la punción se disparó hasta los cuatro millones de 1763. Aun así, la recaudación se incrementó notablemente en vísperas de las guerras de la Revolución y del Imperio: nueve millones en 1778 y en 1790 unos quince.
El mantenimiento del numeroso ejército, la construcción de fortificaciones y la inflación afectaron a las finanzas del Imperio ruso. Si en 1781 el 34´3% del presupuesto se destinaba al mantenimiento del ejército, entre 1810 y 1814 alcanzó al 61´2%.
En 1815, derrotado el imperio napoleónico, Rusia podía sentirse satisfecha. Había sido clave en su abatimiento. Por entonces, podía presumir de disponer de la mayor fuerza numérica militar, unos 800.000 soldados frente a los 255.000 de Gran Bretaña, los 220.000 de Austria, los 130.000 de Prusia o los 132.000 a los que se había reducido el de Francia.
Sin embargo, su crecimiento militar no había sido parejo a su desarrollo bancario y fiduciario. Los problemas financieros se cernieron sobre el imperio de los zares, por mucho que se llegaran a arbitrar imposiciones sobre el clero ortodoxo. De hecho, la producción de armamento se confió a veces a grupos de siervos, como los 55.000 de la factoría de acero de Kolyvan en 1796-7. Rusia se había convertido en un gran imperio sistematizando y ordenando elementos de su Historia, que en el XVIII le habían rendido un magnífico resultado, pero que a medida que fue avanzando el XIX le resultarían cada vez más adversos. A diferencia de Prusia, vencida inicialmente por la acometida napoleónica, no realizó reformas de gran calado en aquel momento, algo que le pasaría gravemente factura en la guerra de Crimea de 1853 a 1856.
Bibliografía.
Chistopher Storrs (ed.), The Fiscal-Military State in Eighteenth-Century Europe, 2009, Surrey.
Víctor Manuel Galán Tendero.